Las «voces de la democracia» castigan con dureza el «pecado» de no ir a votar. Los medios de comunicación masiva, encargados de desinformar y ser voceros de las ideas de la clase dominante, así lo sentencian a todo momento en tiempos de elecciones. El mensaje, en resumidas cuentas, es: hay que ir a votar para defender la democracia. Lo contrario es herejía, golpismo, retroceso. Sin embargo, esta democracia representativa permite, por ejemplo, que una candidata a vicepresidenta de la Nación defienda y apoye al proceso militar, a la dictadura del 76, y a sus protagonistas, genocidas, asesinos, secuestradores. Permite también que los niveles de pobreza e indigencia sean inaceptables, que los salarios se escurran de las manos de las y los trabajadores frente a la inflación, que unos pocos parásitos se lleven las ganancias que no producen. Que el único plan de los dos candidatos tenga como premisa el seguir explotando y ajustando, cada vez más, a la inmensa mayoría del pueblo. Entonces, por qué deberíamos concurrir a las urnas para elegir a aquellos que representan a los mismos intereses, que son los intereses de los grandes grupos económicos que usan los resortes del Estado para aplastar a la clase obrera y al pueblo? Por eso sostenemos: no ir a votar, o anular el voto o votar en blanco es una posición política, no se trata simplemente de la expresión de bronca, hastío y desencanto con un sistema y sus políticos de turno. Está posición es consciente en muchos casos, y puede estar en estado latente en otros. Pero expresa claramente la necesidad de lo nuevo, de una democracia verdaderamente directa, en la que la voluntad de los sectores trabajadores y populares se realice, para que la riqueza que producimos esté al servicio de la satisfacción de nuestras necesidades y no del afán de lucro de una burguesía decadente, que hoy viste los ropajes de una democracia representativa de sus intereses. Tengamos en cuenta que en las últimas y recientes elecciones, ningún candidato llegó siquiera a alcanzar el 30 % del padrón electoral. Eso quiere decir que el nivel de legitimidad es pobre. Porque el sistema está agotado. El empuje de la lucha de clases, lento pero firme, así lo determina. Nuestra tarea revolucionaria es hoy la de acelerar ese proceso, hacer consciente esa fuerza que se oculta detrás de la protesta, del desgano, de la incertidumbre. No ir a votar es una opción política, supone una toma de posición. Es plantarse frente a un sistema que solo defiende los intereses del parasitismo burgués, que desangra a la clase obrera y al pueblo oprimido. Es hora de decir basta. Porque el llamado «mal menor» no es opción para nuestra clase. Hay un mal mayor que se llama capitalismo y es nuestra tarea hacer todo lo que esté al alcance para derribarlo. Mal haríamos en alimentar su maquinaria y su funcionamiento, sosteniendo de manera anacrónica y a contramano de la historia las instituciones que, como diría Lenin, constituyen su envoltura política.