Volviendo de su viaje e informando que sus conceptos de encuadre internacional, desarticulación de las Leliqs y propósitos de cumplimiento de pagos de deuda, vía privatizaciones y fomento de una economía de mercado sin regulaciones, incluida la intención de nombrar a su ministro de economía fueron aprobados y festejados por el FMI y Estados Unidos, el recientemente electo presidente Milei declaró que “Va a haber una estanflación, porque cuando hagas el reordenamiento fiscal eso va a impactar negativamente en la actividad económica” (Sic).
Veamos cómo aborda el presidente electo el futuro que prevé.
Lo primero que debemos decir al respecto es que el término de estanflación se le atribuye a Iain Macleod, quien se convirtió en Ministro de Hacienda del Reino Unido en 1970 durante un período de alta inflación y alto desempleo.
Dicho personaje manifestó en 1965: “Ahora tenemos lo peor de ambos mundos, no solo la inflación por un lado o el estancamiento por el otro, sino ambos juntos. Tenemos una especie de situación de ‘estanflación’.”
Según la economía política, la estanflación es la conjunción de dos fenómenos: inflación con un estancamiento en el crecimiento económico o depresión del mismo, altas tasas de interés y alto desempleo.
Su premonición tiene el carácter de inevitable para Milei, y va a producirse debido a las medidas económicas que va a implementar con su ministro de economía Luis Caputo.
Típico razonamiento de un economista burgués que asigna a las malas administraciones los efectos desagradables del funcionamiento del sistema capitalista.
En este caso, esa mala administración se debió a que el Estado intervino pretendiendo regular el mercado con controles de precios, impuestos a la producción, a las importaciones y exportaciones, etc.
Lo notable es que, para otros economistas burgueses, las regulaciones son necesarias para el ordenamiento de la sociedad, debido a que se suceden fenómenos contradictorios en el libre funcionamiento de los mercados los cuales hay que resolver.
Esta parece ser la discusión de fondo entre uno y otro sector la cual se manifestó en el último acto electoral y a la que Milei, ahora triunfante en las elecciones, pretende ponerle fin.
Para ello, va a meter mano y promete aplicar un paquete de medidas en las que liberará precios que estaban regulados, reducirá el déficit fiscal, flexibilizará convenios laborales eliminando las indemnizaciones y creando un fondo de desempleo al estilo de la UOCRA, liberalizando los acuerdos entre trabajadores y patrones para fomentar la productividad, etc.
¡Liberar precios dejando que los mismos fluyan según la ley de oferta y demanda en la libre concurrencia del mercado!
¡Reducir el déficit fiscal, frenando la obra pública, reduciendo la coparticipación a las provincias, disminuyendo gastos en salud, educación, privatizando jubilaciones y pensiones, fomentando las exportaciones mediante la reducción de retenciones, achicando costos a través de la reducción de aranceles a las importaciones, y otras medidas por el estilo!
Pero si se liberan los precios aumenta la inflación; si se reduce el déficit fiscal se achican los recursos sociales y, sobre todo, para quienes el mismo sistema ha excluido del mundo laboral; la privatización de jubilaciones y pensiones ya se practicó y terminó en un gran fraude de compañías de seguros y financieras en contra de los adultos mayores; la reducción de retenciones a las exportaciones son menores ingresos para el Estado que, seguramente serán compensados con mayor recaudación mediante el IVA y otros impuestos masivos que pagamos los trabajadores; reducción de aranceles a las importaciones atraerá mayor cantidad de mercancías de otros países incidiendo negativamente en la producción local.
Por su parte, la flexibilización laboral con la que sueña el nuevo gobierno se basa en la mayor productividad (es decir menor cantidad de trabajadores en cada fábrica y empresa, produciendo más cantidad de bienes y servicios, sin derecho a indemnización en caso de ser echados y con carencia de otros derechos laborales.
Vemos a dónde conducen las políticas que anuncia el nuevo gobierno. ¿No era que los costos los pagaría la política?
¿Quiere decir esto que, en oposición a esta perspectiva, hubiese sido conveniente la continuidad del agobio en el que actualmente vivimos y que fue ampliamente rechazado por votantes de los dos lados y por quienes no fuimos a votar?
¡No! Es la respuesta rotunda.
La economía política es la ciencia burguesa que trata de explicar lo inexplicable porque oculta una verdad que cada vez aparece más nítidamente en esta combinación de crisis periódica de superproducción en conjunción con la crisis estructural del capitalismo mundial.
El secreto que se oculta es que el mecanismo del capitalismo mundial ha llevado al monopolio capitalista con un nivel superlativo de socialización de la producción en donde cualquier producto requiere de insumos, materias primas y partes componentes provenientes de diversos países, por un lado, mientras que el resultado de esa producción lo acapara un puñado de monopolios que poseen capitales más grandes que varios Estados nacionales, por otro.
Estos monopolios deciden sobre las vidas y destinos de miles de millones de personas sin que estas puedan direccionar lo que se produce a la satisfacción de sus necesidades y al desarrollo del ser humano en armonía con la naturaleza.
El frenesí de la ganancia y concentración capitalistas no sólo aumentan la competencia monopolista, sino que el remedio que intenta la burguesía para sostener los beneficios porcentuales se vuelven contra su propio anhelo.
Al querer aumentar o sostener su tasa de ganancia, la burguesía apela a la mayor productividad que es, como ya dijimos, que menos cantidad de personas operen más capital material en menos tiempo. Con ello aumentan la proporción existente entre capital constante (o capital material) en desmedro del capital variable (fuerza de trabajo) que es el salario. ¡Pero este último es la fuente de su ganancia! Un verdadero salvavidas de plomo.
En suma, son tantas y tan agudas las contradicciones generadas por esa causa central la que podemos sintetizar en el antagonismo entre la producción social y la apropiación individual, que intentar resolver los conflictos entre los distintos factores que chocan entre sí, no lleva más que a la profundización y generalización de nuevos conflictos y rispideces antagónicas, generando conmociones sociales como en nuestro país y guerras como ocurre en varios continentes.
El capitalismo no augura soluciones para el pueblo en el marco de su propio reinado. Sus propias leyes de funcionamiento, lejos de poder limarse y resolverse se irán profundizando a niveles más altos.
Pero como complemento de todo esto y motor del proceso social está el verdadero fantasma y protagonista que emerge tras la sombra a la cual pretendió condenar eternamente la burguesía: la lucha de clases ejercida por los dueños del trabajo vivo representado en el salario: el proletariado creador de toda la riqueza.
Dicho sea de paso, la burguesía necesita al proletariado para la creación y acumulación del capital mientras que proletariado no necesita a la burguesía, aunque aún no sea consciente de ello.
La inflación que Milei y la burguesía que representa pretende combatir, no tiene origen económico sino político. Claramente, al no poder avanzar en la súper explotación que supuestamente aventará el achicamiento de sus ganancias, debido a la resistencia y al conflicto social que quiere evitar, acude al aumento generalizado de precios con el fin de licuar los salarios.
Ahora, mediante artilugios económicos, pretende resolver un problema que es netamente político. Pero este es un camino que viene intentando desde los últimos sesenta años cuando el proceso de monopolización se aceleró allá por la década de los ’60 del siglo pasado y que instaló en el poder a lo más concentrado de la burguesía, la oligarquía financiera.
La clase obrera no sólo resistió en unidad con el pueblo oprimido, sino que generó su propia vanguardia revolucionaria que la llevó a cuestionar el poder para abrir el camino hacia la liberación del yugo del capital y deshacerse del sometimiento del trabajo asalariado para decidir qué producir, para qué producir, cómo hacerlo y a quién beneficiar.
Hoy, nos enfrentamos desde una resistencia creciente y sostenida, a la misma disyuntiva. Nadie podrá resolver la vida de agobio que llevamos como clase proletaria y pueblo oprimido. Sólo nosotros podremos hacerlo. Los Milei, como antes los Massa, los Macri, los Kirchner, los De la Rúa, los Menem, los Alfonsín, las dictaduras militares y los parásitos que disputaron los cargos gubernamentales y de las instituciones estatales, seguirán mintiendo y buscando confundirnos prometiendo soluciones en el marco de un sistema que no tiene solución para el pueblo. Por el contrario, sólo a la burguesía le interesa perpetuarlo.
Nuestra única salida es el camino revolucionario enfrentando a cada paso las fórmulas repetidas que nos conducen a mayores privaciones. A la burguesía parásita y su gobierno de turno no hay que permitirles gobernar, porque para ellos gobernar no es resolver los problemas del pueblo sino someterlo a sus designios.