El extenso documento presentado por Cristina Fernández no trae mucha novedad. El mismo insiste en observar que la causa de la inflación no se halla en el déficit fiscal sino en lo que ella denomina “bimonetarismo” de la economía argentina.
Entonces habla de crisis de deuda, de lo bien que le fue a su marido y a ella mientras gobernaba, arroja datos y estadísticas y culmina con un frontal rechazo a la dolarización que, según ella, el actual gobierno está implementando.
La lectura económica del documento no admite mayor análisis; es la opinión de una política de la burguesía que, en reiteradas ocasiones, ha declarado su convicción de que el capitalismo es el mejor modo de producción conocido por la humanidad y, por lo tanto, sus argumentos están fundados en esa tónica. Es decir, que lo que en realidad persigue es sostener tal convicción sin decir una sola palabra de lo que la crisis capitalista mundial está provocando en las condiciones de vida de miles de millones de habitantes de este planeta. Más no se le puede pedir.
Lo que sí revela su documento es la intención de ser la voz de los sectores monopolistas que están librando una dura batalla en el seno de la clase dominante en función de los intereses que cada facción defiende para seguir adelante con sus negocios.
En efecto, la crítica a las políticas del actual gobierno son respecto de las consecuencias que las mismas traerán a los sectores por ella llamados “industrialistas”. Como si el gobierno de Milei no estuviera beneficiando a tales sectores. Habría que preguntarle a Techint o a Arcor qué opinan sobre eso.
La reiterada y supuesta diferenciación entre los sectores industriales y los financieros es un contrabando ideológico que, en primer lugar, oculta que la fusión del capital industrial y el capital bancario ya lleva más de un siglo de vigencia en el modo de producción capitalista. Más aun, esa fusión ha adquirido formas inéditas. Los fondos de inversión reúnen inmensas cantidades de capitales de todo el planeta y de todas las ramas de la producción y de los servicios, ubicándose por arriba de las empresas y hasta de los Estados. Son esos capitales los que ponen sus fichas, también, en los sectores industrialistas que Cristina Fernández reivindica, por lo que sostener una supuesta “independencia” y “exclusividad” del capital en relación a los negocios a los cuales apuesta, persigue el objetivo de construir la imagen y la posibilidad de un capitalismo “menos malo”. Y que siga la rueda del engaño.
Volviendo a la crítica de la actual gestión, es llamativo que ponga el énfasis en las consecuencias que traerá sobre los sectores del capital que ella quiere representar y no mencione siquiera la acuciante situación de millones de compatriotas que sí ya están sufriendo las consecuencias del plan del gobierno de Milei. Tal vez sea que sus ambiciones de estadista hagan que vuele demasiado alto.
La monumental crisis política que sacude a la burguesía, los escenarios de confrontación económica que se ven por estos días entre sus distintas facciones, son el barro en el que se mete la ex vice y ex presidenta. Toma posición en esa disputa. Y para que no queden dudas de ello, admite que está dispuesta a debatir hasta las modificaciones de las leyes laborales.
Lo poco de política que expresa el documento es para despegarse del bochorno que significó el gobierno de Alberto Fernández, pero sí reivindica la sacrosanta institucionalidad que respetó ella y su facción para que ese gobierno no naufragara, mientras el pueblo trabajador sufría las gravísimas consecuencias de sus políticas.
Institucionalidad que, por supuesto, asume seguirá respetando ante el actual gobierno.
El peronismo, como partido del orden burgués hecho y derecho, mueve sus fichas y se muestra ante su clase como la fuerza política que siempre tendrá a mano para defender y sostener el capitalismo en nuestro país.
Cristina Fernández se posiciona con su documento como una de sus facciones, en un intento por mantener la lucha clasista dentro de la conciliación de clases y de la institucionalidad del sistema.
El peronismo supone que el naufragio de este gobierno es una nueva oportunidad para gobernar. Debemos construir nuestro propio proyecto: DEMOCRACIA OBRERA, DEMOCRACIA DIRECTA