Decadencia y mugre enquistadas en el seno de la burguesía


En determinadas circunstancias las noticias se convierten en escándalos. Eso pasa cuando tales noticias sorprenden, no son esperadas ni imaginadas, generan asombro o estupor. Pero cuando una novedad no sorprende a nadie (o sólo a unos pocos), significa que la misma es tomada como algo que se sabía podía ocurrir o que no es extraño que ocurra dada la realidad imperante.

Eso exactamente pasa con las revelaciones sobre la repudiable conducta del ex presidente Alberto Fernández, que ejerció violencia de género sobre su ex esposa.

El rechazo es generalizado, pero como decíamos, muy poca gente muestra sorprenderse al ratificar conductas de una dirigencia política que hace rato se mueve en el fango de la crisis de la burguesía.

No se trata de imaginar si Fernández tenía o no el perfil de un golpeador; podrá ser eso y muchas cosas más, pero lo importante realmente es que todo termina convertido en excremento cuando de la política burguesa se trata. Hasta en el propio hecho, a nadie le importa la víctima realmente, sino cómo sacar tajada del hecho. Y esto corre tanto para el gobierno como para la “oposición”.

Las declaraciones grandilocuentes y exageradas hasta la hipocresía más repugnante ratifican una crisis política de magnitud. Algún sector podrá sacar provecho momentáneo de la situación, pero lo que queda verdaderamente impregnado en el imaginario popular es la decadencia y la mugre enquistadas en el seno de la burguesía en la Argentina y todo su sistema y andamiaje institucional.

Un párrafo aparte merecen las declaraciones de Juan Grabois, que ahora revela que consideraba “indignos” 08a Scioli, Fernández y Massa pero que los volvería a votar. Hasta en las peores circunstancias los profetas del mal menor, los defensores acérrimos de un capitalismo irreformable, muestran de cuánto son capaces a la hora de la defensa del sistema.

Serán días y semanas que tendremos que soportar el tema hasta que el mismo pase al olvido. Mientras tanto la realidad acecha al pueblo trabajador, lo desafía diariamente para no bajar la guardia ante los ataques del poder.

Éste creerá que pueden hacer desviar la atención de la realidad material que sufren millones de compatriotas. Pero la misma se impone más allá de las intenciones o la voluntad de las clases.

Por ejemplo, en hechos como el que ocurrió el día jueves en la Estación Constitución, cuando la policía intentó detener a un pasajero que saltó los molinetes; la masiva y decidida reacción de otros pasajeros rescataron al primero y, además, hicieron sentir el rigor a algunos policías.

Hechos que revelan que por abajo la bronca y el cansancio a tanto manoseo e injusticia existen, crecen, se potencian, a la par del deterioro enorme que sufren las condiciones de vida del pueblo laburante.

La lucha de clases sigue un curso en el que la burguesía monopolista encuentra escollo tras escollo para disciplinar a la clase trabajadora.

En ese escenario, las revelaciones sobre las conductas miserables de los de arriba salpican a toda la clase dominante, aunque hoy sea tal o cual el involucrado.

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