Ningún gobierno burgués ha resuelto el problema estructural de la pobreza


Una frase que se le atribuye a Napoleón, afirma: “si tu enemigo se está equivocando, no lo interrumpas”. Puede decirse que ese dicho le calza como un guante al presente del presidente argentino Javier Milei. Cuando hasta las encuestas que encarga el propio gobierno manifiestan un marcado rechazo a las políticas que viene implementando, las que atacan ferozmente las condiciones de vida, el presidente sigue jugando a ser el salvador de la humanidad, el héroe al que no le entran balas y que cree que le alcanza con seguir culpando por la situación al anterior gobierno.

No sólo las encuestas dan resultados negativos. La percepción callejera, las conversaciones en lugares de trabajo, en los hogares, las distintas experiencias de lucha y organización que se vienen sucediendo en sectores laborales y otros segmentos de la población, confirman que la realidad material se impone (como siempre ha sucedido) sobre cualquier discurso, sobre cualquier consigna. Más aun, esa conducta de redoblar la apuesta como si nada estuviera pasando en el estado de ánimo popular, en sus justas preocupaciones y demandas, resulta lo contrario de lo que se intenta lograr. Los fantasmas de un presente de necesidades y privaciones son más poderosos que los fantasmas del pasado.

Y así seguirá sucediendo, aunque las masas trabajadoras, empobrecidas y condenadas a subsistir, no pongan esperanza alguna en anteriores gobiernos, responsables también de fabricar este tobogán al abismo en el que se ha convertido la vida de millones de compatriotas.

Porque haber vuelto a los niveles de pobreza de hace veinte años atrás es la palpable confirmación de que durante esos años ninguno de los gobiernos de la burguesía ha resuelto el problema estructural de la pobreza material en uno de los países con más riquezas en el mundo.

El gobierno y toda la superestructura del sistema siguen en la línea de creer que las masas pueden ser “controladas”, dominadas a su antojo. Los contubernios por arriba no hacen más que ratificar que toda esa superestructura sabe cual es el papel que debe jugar en esta situación.

El gobierno, haciendo la “tarea sucia” de ajustar la economía a las necesidades de la burguesía monopolista; la “oposición” cacareando de vez en cuando en contra de ese plan pero cuidándose de afirmar que, en el supuesto caso de volver al gobierno, tomará medidas efectivas para derogar las leyes anti obreras y anti populares del actual gobierno; la CGT cuidando que la reforma laboral reforme todo, menos las cajas millonarias de los sindicatos (mientras se siguen vendiendo como garantes de la “paz social”); los movimientos sociales (con algunas honrosas excepciones), desarticulados producto de haberse anulado la intermediación en la entrega de los planes sociales, especulando con qué sector de la burguesía se acomodan hacia las próximas elecciones.

Toda esta situación agrava la acuciante realidad del pueblo trabajador.

Esta orfandad política nos obliga a millones de trabajadoras y trabajadores a reflexionar profundamente sobre los pasos a dar para salir del atolladero en el que nos han metido. La primera reflexión es concluir que ninguna solución podrá venir de toda esa superestructura, que no es más que la institucionalidad de la burguesía. No se ha llegado hasta aquí por errores sino por la continuidad y la acción de instituciones hechas a imagen y semejanza de las necesidades e intereses de la clase en el poder, la burguesía monopolista. Toda corriente política que no se disponga a enfrentar a dicha clase es más de lo mismo.

Desde esa convicción el camino de las masas obreras y populares es asumir la lucha desde el concepto de clase contra clase. De un lado la burguesía y sus fuerzas, del otro el pueblo trabajador construyendo su propia fuerza. Organizada desde una concepción de poder nacido desde abajo, de unidad desde abajo, de organización desde abajo, rompiendo con el corsé de la democracia representativa para ejercer la democracia directa.

En ese camino, superar toda institucionalidad que se ponga por delante para ejercer como muro de contención de la fuerza y la potencialidad de las masas movilizadas y organizadas, con las formas que las mismas masas decidan.

La construcción de ese poder desde las bases debe ir de lo pequeño a lo grande pero siempre con el norte de golpear los planes del enemigo y los gobiernos que implementan sus políticas, pues en ese ejercicio de movilización y de lucha se irá fortaleciendo la materialidad de una alternativa política propia de la clase obrera y el pueblo.

El camino es atacar y corroer lo que la burguesía ha construido para ejercer su dominación. La búsqueda de hacer un propio camino implica tener claro ese objetivo en cada enfrentamiento, por pequeño que parezca. Desde allí, todo será sumar fuerzas para ocupar ese espacio político que hoy el pueblo trabajador no tiene y es indispensable para que la lucha sea de las masas y no de los aparatos del sistema.

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