En el día de ayer (otra vez, como había pasado cuando el Congreso sostuvo el veto de Milei sobre la movilidad jubilatoria) los contubernios mugrosos de la política burguesa “blindaron” un nuevo veto del desquiciado que preside nuestro país, esta vez sobre el financiamiento universitario.
Financiamiento que en realidad estaba centrado básicamente en un intento de recomposición salarial para el personal que trabaja en las universidades nacionales (bastante magro, por cierto) que viene cascoteado a morir con los niveles de inflación en lo que va del año (y que no vale la pena detenerse porque ya lo sabemos todos) y el congelamiento del presupuesto (se dice que es el 50% de lo básico que en realidad se necesita).
Claro está que los diputados que habían impulsado la ley -ahora vetada- no son los adalides de la defensa de los intereses populares, ya que muchísimos de ellos se hicieron los distraídos cuando gobiernos anteriores (como el de Massa) aplicaron recortes en este mismo sentido. Ni que estén para “defendernos”. Sencillamente se subieron a la marea del 23 de abril (cuando más de un millón de personas nos movilizamos en defensa de la Universidad pública no sólo en Buenos Aires sino en muchas otras provincias del país), tratando de acomodarse y sacar algún rédito político frente a un movimiento de masas para quien la defensa de esa bandera es innegociable.
Más aún luego de la reciente movilización del 2 de octubre, donde nuevamente en varias ciudades del país se salió a manifestar en repudio al anunciado veto, marcando la cancha y dándole al gobierno un verdadero golpe político.
El argumento “oficial” es el que venimos escuchando: “no desbalancear el equilibrio fiscal”. Pero la realidad de las cosas queda clara con el sincericidio que cometió días atrás ese «prohombre» de los monopolios, Federico Sturzenegger (Ministro de Desregulación y Transformación del Estado de la Nación Argentina…no tenes título, Federico…) cuando le plantearon que la actualización salarial para las universidades era un porcentaje ínfimo de cero coma y muy poquito del PBI, y él contesta: “lo que pasa es que si nos tuercen el brazo con los sueldos universitarios después van a venir lo de los hospitales, lo de la seguridad y todos los empleados del Estado”.
¡Ahí está el huevo y no lo pisen! diría un viejo conocido al que le gusta usar dichos de lejana data.
El problema NO es que falte plata sino el mensaje político que dejaría el gobierno si cede.
Vamos a dejar de lado en este artículo nuestro punto de vista más general respecto a “la universidad” como una institución al servicio de las clases dominantes que cumple múltiples facetas. Un lugar en donde básicamente se generan conocimientos para ser transferidos al gran capital (sean ciencias básicas o aplicadas) y se reproduce la ideología burguesa, funcionando muchas veces como semillero para formar cuadros al servicio de las grandes empresas. Tenemos claro que “la universidad” –así como el sistema científico- no es neutral, sino que expresa un contenido de clase.
Pero nos vamos a detener en otros aspectos. La universidad pública no es una dádiva de ningún ex gobierno, por más “progre” que se auto perciba. Es una conquista que se viene sosteniendo de generación en generación.
En donde muchos hijos e hijas de familias trabajadoras tuvimos la posibilidad de acceder (con muchísimo esfuerzo claro está, trabajando además desde muy jóvenes,) a una profesión, a tener un título universitario, a trabajar de algo que aprendimos y que nos gustase. De otra manera eso nos hubiera sido imposible, impensado.
Así también, muchos de nosotros decidimos en algún momento sumarnos a esas cátedras multitudinarias como ayudantes con la intención de “devolver” –de alguna manera- lo que la universidad pública nos había posibilitado. Es como una gran cofradía, confusa, contradictoria, pero que sigue latiendo. Y es así hoy, a pesar que muchas cosas cambian a pasos acelerados y pareciera que todo pasa. Pero nada pasa.
Es cierto que no todos los que se lo han planteado han podido acceder. Este sistema injusto e inhumano nos clava condiciones de subsistencia que posterga cualquier aspiración que se pueda tener como ser humano, lo sabemos. No se va a resolver este problema de fondo en los marcos del capitalismo, por más “humano” que nos lo quieran presentar.
De lo que estamos hablando es desde dónde nos plantamos frente a cualquier atropello que nos quieran imponer. NO es que falten recursos (como afirma el gobierno) sino que, por el contrario, se trata de un tema de prioridades. Para la murga que gobierna, el eje central es seguir beneficiando a un cada vez más concentrado capital financiero (bancario, industrial y comercial), cuyas empresas y bancos siguen obteniendo enormes ganancias en desmedro de los ingresos de las y los trabajadores, y de la población oprimida. Sin medias tintas. Es así.
Ahora bien: lo que se viene por abajo, hoy mismo, es un incremento de la resistencia.
Por eso decimos en el título de esta nota que si se piensan que esto termina acá están equivocados.
El papel que están jugando muchas cúpulas universitarias desde los rectorados (vaciando los establecimientos con cualquier excusa para que no sean tomados) es impresentable. Como lo es la pasividad de los gremios intentando apaciguar y encorsetar las luchas genuinas que no pueden controlar… No importa. La bronca acumulada, la defensa de nuestras conquistas históricas es lo que debe pesar en este momento. Los tenemos que pasar por arriba. Y que después ellos vean que hacen, no es nuestro problema.
Con todo esto, la burguesía y sus expresiones políticas, pierden total credibilidad, a la par de las instituciones creadas por ella para mantener el poder de su clase.
Por eso es no nos cansaremos de decir que es muy importante para la clase obrera y los sectores oprimidos plantar bandera, avanzar no sólo en las luchas desde cada fábrica, cordón o parque industrial y desde los barrios, sino también desde los centros educativos, estableciendo lazos de unidad y organización desde las bases a través del objetivo político de quebrar y derrotar este plan de gobierno, que está basado en una enorme transferencia de recursos desde los magros bolsillos populares a los dueños de los grandes capitales.