En 1789, gracias al proletariado que estuvo al frente del movimiento revolucionario, la burguesía tomó el poder en Francia, al grito de Libertad, Igualdad y Fraternidad.
Posteriormente, aliándose a la Monarquía y la Aristocracia Financiera, traicionó a aquel, despojándolo, mediante distintos hechos represivos que cobraron miles de víctimas, de toda intervención política en el gobierno.
Consumada la jugada artera, debió compartir el poder con ambas clases -también poseedoras- y así quedó configurado el esquema de la República con tres poderes repartidos entre las mismas: El ejecutivo, el legislativo y el judicial. Toda una distribución “equitativa” que daría origen a su forma de gobierno denominada “Democracia”.
Mediante esa forma de gobierno que se extendió, con distintos matices, por toda Europa y, posteriormente fue avanzando en el resto de los países del mundo, el capitalismo hizo de la misma, un emblema al que, desde el comienzo, intentó dotarla de un aura perenne con pretensiones de extenderse indefinidamente en el tiempo propalando a los cuatro vientos que se trata de la forma más perfecta de administrar el Estado supuestamente despojado de todo interés de clase.
La “Democracia” representativa o, como la llamamos nosotros, “Democracia” formal, con su cartel de expresión política de y para todo el pueblo, carece de una base material que le dé sustento, pues dicho cimiento es todo lo contrario.
Sabido es que la práctica social fundamental del ser humano es la producción de todo lo que necesita para vivir, acción diaria que, a la vez, lo reproduce a sí mismo.
Desde su primera herramienta, el palo, hasta la actual robótica y la inteligencia artificial, desde la elaboración, con sus propias manos, de los instrumentos más toscos hasta la fabricación en grandes industrias donde se operan medios que requieren de elevada cantidad de personas actuando coordinadamente y en forma cooperativa para su funcionamiento y puesta a producir, el ser humano fue cimentado con ello las relaciones sociales que emanaban de esa práctica productiva.
En consecuencia, las formas de gobierno, cualesquiera que fueren, son expresión de las relaciones de producción de una determinada sociedad[1].
Sin embargo, la concepción burguesa que concibe las cosas al revés, nos hace ver que, desde las alturas, los mecanismos de la democracia, esparcen todo su arsenal de leyes, reglamentaciones y decisiones políticas, administrativas, económicas y sociales para el buen funcionamiento de la producción y reproducción de la población.
La práctica, en nuestro país, de más de dos siglos de poder burgués y un poco menos de Democracia formal, nos ha demostrado que esta forma de gobierno choca con enorme cantidad de contradicciones que hacen que hoy cruja y recoja la desconfianza, en abundantes racimos, de las mayorías de la población.
A eso se debe que los grandes eruditos de la burguesía y sectores medrosos de la revolución intenten generar nuevas leyes y reglamentaciones que remienden los agujeros que se producen en las alturas de las instituciones del poder e intenten, por todos los medios a su alcance, convencer a las mayorías incrédulas que, con sus fórmulas, van a arreglar el buen funcionamiento de la más perfecta forma de gobierno que se ha inventado en la historia.
Sin embargo, el problema de que las instituciones choque violentamente con la práctica diaria del transcurrir social, no la debemos buscar en las alturas sino en la base productiva. ¡Su contradicción fundamental!
El movimiento de la producción industrial es generado por la autocracia del capital. La personalización del capital los dueños y CEOs ejercen el poder autocrático y son ellos quienes determinan qué es lo que hay que producir, cuánto, para quién y mediante qué medio de trabajo. El dueño o dueños del capital, dictan e imponen su voluntad al colectivo fabril o industrial[2]. Eso es lo que reflejan las instituciones burguesas: una clase minoritaria dicta e impone su voluntad a las mayorías laboriosas. Por esa razón la Democracia burguesa es letra muerta que confronta antagónicamente con la acción cotidiana en la producción, práctica por excelencia del ser humano.
Al no existir democracia en la base de producción del capitalismo, son vacíos e inútiles el esfuerzo y el esmero de los intelectuales, políticos y propaladores de las brillantes ideas académicas que pretenden perfeccionar, a través del parlamento, reuniones de sectores, foros y congresos, el funcionamiento de su apreciada Democracia.
Si la base productiva es autocrática, la esfera superestructural también lo es, aunque pretendan disimularlo.
Y si de base productiva estamos hablando, la misma, constituye para la clase obrera que no puede producir hoy si no lo hace en masa y en forma cooperativa, el cimiento de la verdadera Democracia. Pues la Democracia obrera es la expresión de la producción social, la cooperación, el objetivo común, y otras características que fortifican y atan en un solo as a la clase productora.
Por esa razón, la única clase capaz de poner en marcha una Democracia que refleje el interés social de todos los sectores hoy oprimidos, es la clase obrera, por su carácter de productor social. Pero aquí se abre un tema que será motivo de otra nota.
[1] Idea central en la concepción marxista del desarrollo histórico.
[2] Aquí se considera industria a la relación del ser humano con la naturaleza en la acción de su transformación.