En momentos como los que vivimos, enfrentando a un gobierno burgués que no para de atacar todo el tiempo las conquistas, las necesidades y los intereses de todo tipo de las amplias mayorías laboriosas, no es de extrañar que naturalmente aparezcan diversos “llamados a la unidad” para enfrentarlos.
La unidad de la clase obrera y el pueblo oprimido SIEMPRE es un desafío que tenemos por delante para enfrentarlos con más fuerza y determinación, así como para profundizar la acumulación de fuerzas en un sentido estratégico con una perspectiva revolucionaria.
Nunca partimos desde cero y es mucha la experiencia alcanzada en estos años, pero de lo que se trata es de cimentar esa unidad desde las bases y desde la acción concreta, no desde la superestructura política “clásica” por arriba.
La unidad que concebimos desde una visión de clase es cada vez más necesaria para la lucha y –sin ningún exceso de optimismo- cada vez más posible.
Todos los días la burguesía monopolista en el gobierno, con su accionar y sus políticas, nos declaran una guerra franca y abierta, cotidiana e ineludible. Y ellos se organizan para tales fines: la necesidad de la acumulación de capitales, la generación de ganancias, la conquista de mercados… una guerra diaria lanzada por los grandes capitales en pos de sus beneficios.
Por eso no nos cansaremos de plantear que nosotros nos tenemos que organizar también para imponer nuestros intereses, y nuestra organización desde las bases debe partir, sin dudas, de la unidad de clase. Por eso es necesario definir cuáles son las tareas fundamentales y abocarse a ellas sin dilación.
La ciencia proletaria nos brinda fundamentos indispensables para el análisis político que distinguen en qué estadío nos encontramos.
Para la unidad hay dos condiciones básicas: las condiciones objetivas y las condiciones subjetivas. Las primeras están vinculadas con la existencia de un enemigo común, la burguesía monopolista, que desde su dominación explota y oprime a los trabajadores y al pueblo oprimido. Nada nos une más que las consecuencias de esta dictadura monopolista disfrazada de democracia burguesa con toda su cáscara institucional, “democracia a secas”.
Todo esto en el marco de la socialización de la producción, de la distribución y la comercialización, formando una base material muy concreta y consolidada en el capitalismo actual.
Las condiciones subjetivas derivan de la disposición a enfrentar los planes de la burguesía por parte de los sectores afectados por esa dominación, en una etapa de resistencia como la que transitamos, con sus altas y sus bajas, pero con un marcado carril ascendente, como lo demuestran la extensión de los conflictos de las últimas semanas.
La combinación de estas dos condiciones es la que irá determinando en qué punto estamos y cómo han de desarrollarse cada una de ellas, en la medida que, cuanto más avanza la lucha de clases, más crudas se ponen las condiciones objetivas y, dialécticamente, más disposición a la lucha aparece.
Tenemos claro que esto no es mecánico. Por ejemplo: en la década del ’90, los monopolios agudizaron las condiciones objetivas sin que hubiera en lo inmediato un correlato en la respuesta de la clase obrera y el pueblo. La acción ideológica desde el poder buscó aislar los focos de resistencia popular y su hegemonía monopólica parecía no tener freno. Pero cuando la disposición del pueblo avanzó se produjo la crisis de diciembre de 2001, crisis que –podríamos decir- aún tiene sus coletazos en el aparato institucional de la burguesía, basta escuchar como “renace” el “que se vayan todos” en varias movilizaciones de este momento, ya no solo en contra de los políticos sino también en contra de los sindicatos empresariales.
Las manifestaciones de distinto tipo, más “espontáneas” o más organizadas en diferentes niveles comienzan a mostrar nuevos niveles de los puntos de unidad logrados.
Y -no nos cansaremos de decirlo- la acción autoconvocada y el ejercicio de la democracia directa son la única garantía para que los conflictos no sean saboteados, abortados o traicionados por aquello que forma parte de lo viejo y que aún convive con lo nuevo.
En este escenario es imprescindible que revolucionarios y revolucionarias, hombres y mujeres de vanguardia, asumamos sostener este timón sin dudar, afrontemos las responsabilidades que nos caben y cumplamos el papel que nos toca.
Para alcanzar un nivel superior de unidad de la clase obrera y el pueblo oprimido se requiere un plan político de acción que contemple las aspiraciones e inquietudes de las masas, su estado de ánimo y su disposición; impulsando los ejes movilizadores que pongan en marcha la energía de ese pueblo harto de los atropellos y las postergaciones.
Trabajar para establecer un estado de movilización general y masivo, utilizando todos los recursos disponibles, todos los vasos comunicantes con una mirada amplia y generosa, confiando en la capacidad y las ansias de protagonizar, debe ser nuestra premisa.
Cada actividad, desde las más simples a las más complejas, debe considerar los aspectos de la organización como condición para dar un salto en calidad de la unidad política que nos proponemos.
Todo esto se forja en la misma acción, se forma y madura en cada enfrentamiento, y desde ese prisma, no hay acción que no pese, por más insignificante que parezca. Debemos considerar que esta tarea exige una mirada paciente y abierta, ya que no podemos caer en formalismos ni en recetas. Tan diversas como diversa es la experiencia de cada lugar.
Plantados desde las bases, si seguimos construyendo esas instancias de verdadero poder del pueblo, con sus organizaciones con independencia política y el partido revolucionario, estaremos llevando adelante las tareas claves que la hora reclama.