La rebelión de las bases en Ternium: un golpe a la maquinaria burguesa


Insultado y repudiado por unos tres mil obreros contratistas de Ternium en paro, el otrora hombre fuerte y mafioso secretario general de la UOM San Nicolás, Naldo Brunelli, se vio derrotado e impotente para frenar el movimiento iniciado desde las bases.

La ofensiva obrera, que exigía una recomposición salarial del 40% sobre “el salario pretendido”, sumada al fracaso del gremio, colocó a la empresa en la urgencia de recurrir a la máxima figura del sindicato nacional: el peronista Abel Furlán.

Este burócrata fue convocado a una reunión donde confluyeron las tres patas de la maquinaria burguesa: empresa, gobierno y sindicato. La primera, representada por Paolo Rocca; la segunda, por el secretario de Trabajo Julio Cordero, ex funcionario de Techint; y la tercera, por el mencionado sindicalista.

El peligro inmediato a conjurar era evitar que los trabajadores de planta se plegaran al paro, ya que el ánimo favorable se extendía entre ellos. Además, se buscaba frenar el movimiento antes de que se propagara a otros sectores, como la planta Siderca en Campana, también propiedad de Techint.

El plan se puso en marcha con un discurso “combativo” de Furlán, en contraste con el de Brunelli, lo que confundió a parte de los tres mil obreros. Se les propuso realizar una marcha desde la planta hacia San Nicolás, con destino a la Secretaría de Trabajo local.

Durante los días lunes, martes y miércoles siguientes, la empresa prohibió el acceso a planta de más de doscientos compañeros, rescindió contratos con varias contratistas, publicó masivamente que había despedido a más de doscientos obreros -lo cual era mentira hasta entonces- e instaló fuerzas de Gendarmería en las porterías. El movimiento, que ya llevaba dos semanas, entró en un impasse hasta la concreción de la marcha prevista para el jueves, tiempo en el que el sindicato y las empresas actuaron apretando a los obreros con telegramas y mensajes de whats app amenazando que si no se presentaban a trabajar quedarían despedidos.

El tiempo transcurrido en paro, la posibilidad concreta de perder el trabajo y, sobre todo, la ausencia de una dirección orgánica que expresara los intereses genuinos de los obreros en el marco de la lucha de clases entre burguesía y proletariado, comenzó a erosionar el movimiento. Varios trabajadores ingresaron nuevamente a la planta.

Llegado el día de la marcha, Furlán encabezó un aparato de lúmpenes y burócratas sindicales a sueldo, incluyendo “representantes” de varias seccionales de la UOM y miembros de organizaciones sindicales de otras ramas y seccionales de la CGT. Se presentaron en el sitio donde cientos de obreros aún sostenían la vigilia fuera de la planta.

Advirtiendo la maniobra de traición —patear la pelota afuera, desgastar y abortar el paro— los obreros no se plegaron a la marcha. Sólo algunos, movidos por un compromiso de clase, participaron a pesar de la presencia de un 90% de indeseables.

Estos trabajadores comprendían que el sindicato se había visto obligado a nacionalizar un conflicto que había sido silenciado por todos los medios masivos de difusión burgueses, que intentaban evitar su propagación. Esto constituía un costo adicional que pagaban empresa, sindicato y gobierno. La marcha sacudió la siesta nicoleña a pesar de los discursos bomberos de Brunelli y Furlán.

Obligados a volver al trabajo, los obreros continuaron los debates que estuvieron ausentes por años, los motivos de la lucha, la experiencia transitada, lo inédito de la misma, su masividad, la prepotencia decidida por las bases y la traición sindical incluida la purga que se está haciendo conjuntamente con las empresas.

Contradictoriamente, las empresas contratistas abrieron las discusiones salariales que habían mantenido cerradas por más de un año. Un pequeño, pero enorme triunfo, dadas las circunstancias de la clase obrera, sobre el reiterado intento de sostener la baja salarial y practicar, de hecho, la extensión de la flexibilización laboral.

Como expresamos en nuestro volante repartido entre los obreros en lucha y en las notas anteriores sobre este conflicto publicadas en esta misma página, esto ha sido —en ofensiva— un escalón más elevado de la lucha de clases, en medio de una situación generalizada de resistencia que abarca todo el país.

El movimiento generado desde las bases, sostenido durante dos semanas mediante decisiones asamblearias y democracia directa, logró la unidad de obreros de más de cincuenta empresas, la simpatía de los obreros de planta y expectativas de trabajadores y pueblos de la zona.

La combatividad y el arrojo demostrados en la toma y corte del puente sobre el arroyo Ramallo, el haber trocado el miedo a Brunelli —quien años atrás dispersó una concentración obrera con lúmpenes armados— por el repudio y pisoteo de su desvencijada autoridad, no tienen marcha atrás.

Tampoco la tiene el hecho de que el gremio nacional se viera obligado a nacionalizar el conflicto mediante el remedo de una marcha con la que intentó apagar el incendio. Asimismo, la empresa agotó la mentira de que el acero chino pone en peligro el funcionamiento de la fábrica y que, como consecuencia del paro, Techint cerraría la planta y se iría del país.

La marcha de la lucha de clases continúa. Ahora los obreros deben resistir los despidos y los aprietes. No obstante, la síntesis política de esta experiencia nos lleva a valorar positivamente todo lo realizado por los obreros de Ternium, su repercusión en la lucha de clases y, además, pone en perspectiva la necesidad urgente de desarrollar organizaciones independientes, libres de la tutela sindical empresaria entreguista, y de extender la conducta de enfrentamiento a las políticas de ajuste de la burguesía y su debilitado gobierno de turno.

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