El tema del control de precios, herramienta con que el gobierno pretende sostenerse frente a la inflación, ya es una falacia en la que nadie cree. Más que una preocupación económica por la cuestión de la inflación, la del gobierno y la oligarquía financiera es una preocupación por una cuestión política central: el precio de la fuerza de trabajo, es decir, el salario y lo que ello implica en relación a la acción y lucha desde la clase obrera.
La lucha por aumentos salariales está instalada, pero no sólo de un modo reivindicativo puramente económico, sino de un modo político. La lucha por aumentos salariales está integrada sin ninguna duda, al cuestionamiento a las políticas del sistema, a la explotación, los despidos, el trabajo tercerizado, el impuesto a las ganancias, las condiciones de trabajo, las condiciones de vida, la atención medica, el papel de los gremios, la inflación y por supuesto, cómo al actuar frente a todo esto. Los debates intensos que se dan el todos los centros de trabajo fabriles, de servicios, de transporte, de comercio, de administración, de educación, de salud, desnudan el cuestionamiento generalizado a las instituciones burguesas, al rumbo que las políticas de los monopolios y del gobierno a su servicio desnudan que así no se puede seguir mas.
La falacia del control de precios es una política de gobierno tendiente a sostener la devaluación. Que fundamentalmente es una medida contra la clase obrera y contra el precio de la fuerza de trabajo, es decir una medida para abaratar los salarios. Con el fin de sostenerse dentro de esos marcos, la cuestión del control de precios pasa a ser un eje cuasi exclusivo de la oligarquía, que busca de cualquier modo resistir los embates que ya están dándose con la lucha salarial. Su lógica es que si se implementa el control de precios y los acuerdos empresariales, los salarios no tienen por qué aumentar “desmesuradamente”, cosa que dicen explícitamente. Como el salario es el precio de la fuerza de trabajo, el control de precios de alimentos, salud, transporte, combustible, etc., implica también el control del precio de la fuerza de trabajo. Por ende, si estos medios vida y de reposición de la fuerza de trabajo se congelan o aparentemente no aumentan, tampoco lo deben hacer los salarios o aumentar en un porcentaje mínimo respecto a la situación real. Este razonamiento encaja en ejercicios básicos y elementales de la lógica formal, de los personajes del gobierno en sus aburridas declaraciones (como Capitanich, que a diario cacarea con esta cuestión), pero no encajan en las condiciones reales de nuestro país.
Está pensado para justificar que los aumentos salariales no deben superar el tope que ellos pretenden. Es una falacia ramplona y es un argumento puramente defensivo, frente a la realidad a la lucha de clase que los cachetea. Es el viejo y apolillado argumento de que los aumentos salariales generan inflación, pero al revés.
En torno a esto, han radiado a todos los gobiernos provinciales la decisión de “implementar el control de precios para contener los aumentos salariales”. Pero al mismo tiempo, están intentado establecer mecanismos en los centros de trabajo respecto al modo de negociación de aumentos. Mecanismos que las cúpulas gremiales acatan y que implican que los trabajadores se sometan a las condiciones de negociación que imponen las patronales, como pasa con el transporte y la UTA con los textiles, en otros otras tantas ramas industriales como el plástico, automotrices, siderurgia, entre otras.
Si el escenario de luchas por aumentos expresa también -como decíamos arriba- un generalizado repudio a las políticas del poder, un hartazgo de estas condiciones y una búsqueda de cambios, no se puede prescindir de una política de acción, no se puede prescindir de la unidad de la clase obrera. Por el contrario, es necesario implementar iniciativas de lucha que surjan con independencia desde los centros de trabajo, comités fabriles, asambleas, etc., que cimenten la unidad de la clase en torno a la lucha política y revolucionaria y que comiencen a ser fiel expresión de los intereses de cambio que abiertamente afloran en los trabajadores.
En tal sentido, el Llamamiento 17 de Agosto debe concitar la unidad política del movimiento obrero, que puja por aparecer, pero que aun desconoce que tiene esta herramienta con la cual saltar a otra calidad del enfrentamiento.