En la estadística que mide huelgas y cierres de empresas, la última de 2013, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ubica a la Argentina como segundo país, detrás de Alemania y por delante de España.
Un dato interesante de estos datos es que no solamente mide huelgas sino además ausentismo, sabotajes, restricciones a la producción, la resistencia al cambio, la disminución de ritmos de trabajo, etc. Sin temor a equivocarnos, los números de 2014 y los de 2015 han aumentado sin lugar a dudas. Así como el gobierno nacional afirma con cinismo que la pobreza en la Argentina es del 5%, también afirma que los trabajadores saltan de alegría después de doce años de gobierno kirchnerista. Los números de la OIT parecen decir lo contrario.
Pero no son sólo los números; nuestro Partido viene sosteniendo que la conflictividad en fábricas y lugares de trabajo es una tendencia que ha crecido sostenidamente. El asunto es que toda la burguesía monopolista oculta esta realidad. Como siempre decimos, se habla de todo menos de lo que hay que hablar realmente.
Que Argentina esté segunda en este ranking confirma que el proletariado argentino no ha permitido ser sometido en todos estos años; muy por el contrario, la última década ha sido una constante de conquistas trabajadoras, en el marco de la lucha entre capital y trabajo, muy lejos de considerarse concesiones de la clase dominante.
En ese marco de conquistas, las organizaciones proletarias independientes han ido creciendo también en forma constante. La última huelga de los aceiteros así lo confirma. Y allí donde esta organización proletaria no ha podido todavía romper con los corsés de los sindicatos al servicio de los monopolios, la presión de las bases ha exigido y obligado a los gerentes sindicales ha tomar posiciones que están muy lejos de sus intenciones de «negociación» con el capital; léase, entrega de las reivindicaciones y demandas trabajadoras.
Esta realidad de la lucha de clases no le ha permitido a la burguesía monopolista aumentar la explotación y los ritmos de trabajo en la medida que sus necesidades lo ameritan. Esa es la madre de todas las batallas entre la burguesía y el proletariado argentinos. En este marco se darán los próximos conflictos y enfrentamientos entre los dos bandos en pugna.
El cuadro de situación que dominará la lucha de clases luego de la elecciones es el siguiente: Todas las medidas que está tomando el actual gobierno ni siquiera son de corto plazo, sino de tirar la pelota para adelante; el Estado monoplista gestionado por el kirchnerismo ha decidido aumentar el endeudamiento con los bancos para sostener la emisión monetaria, el crédito y el consumo. Estas medidas apuntan a sostener ficticiamente la tasa de ganancia de las empresas, a la vez que ayudan a sostener la demagogia electoral.
El propio carácter del funcionamiento de la economía capitalista exige que la burbuja que se ha formado explote algún día, cuya única salida para los capitalistas es el ajuste de la economía. Ergo, incremento de la tasa de explotación, tanto para aumentar las ganancias como para el pago de los créditos otorgados por los capitalistas. El capital financiero tiene claro qué hacer en lo económico, pero reiteramos lo que venimos sosteniendo, no las tiene todas consigo cuando se trata de la política.
La clase obrera y el pueblo no se disponen a aceptar mansamente a pagar los platos rotos de la fiesta y allí está el gran problema que enfrenta la clase dominante. Pero también está el problema que afrontamos los sectores obreros y populares, dado que la resistencia a las medidas que intente la burguesía no puede solamente presentarse desde la lucha económica sino, fundamentalmente, desde la lucha política. Dado que lo que se viene no se trata solamente de un ajuste como el que conocemos, se trata de un intento por disciplinar al conjunto del proletariado industrial y sectores populares a las necesidades del capital monopolista para paliar un nuevo estallido producto de la crisis estructural del sistema capitalista en la Argentina y en el mundo.
En esa contienda, la burguesía no nos enfrentará como el patrón en una fábrica, sino como la clase dominante que tiene a su servicio todo el andamiaje estatal a su servicio y que intentará doblegarnos en el plano político. La necesidad de los sectores obreros y populares es aprestarnos a dar esta batalla desde la consolidación de nuestra organizaciones políticas propias y apuntando a la unidad de la clase obrera entre sí y entre ésta con el resto de las clases populares.
Esto, de lo que nadie habla y lo que parece nadie espera (aunque la burguesía lo tenga muy claro pero lo oculte) es el desafío a afrontar por las fuerzas revolucionarias en la etapa de lucha de clases que se viene. No nos dejemos llevar por debates electoralistas ni secundarios; apuntemos todos los cañones a preparar nuestras fuerzas para el verdadero enfrentamiento político que tenemos por delante.