La historia es una sola, pero puede contarse de maneras diferentes. Desde los intereses de la clase dominante, o desde los intereses de la clase obrera y el pueblo.
Los “loritos” que reproducen la versión de la burguesía monopolista se dedican por estas horas a revivir el llamado “fin de la Historia” y entonces nos muestran el viaje de Barack Obama a Cuba y su llegada a nuestro país a 40 años del golpe fascista de 1976, como una demostración de que el capitalismo luce rozagante, goza de buena salud y muestra su lozanía de la mano del presidente norteamericano.
El mundo ha cambiado, nos dicen; un presidente negro que viaja a la isla después de 88 años y que llega a la Argentina con el anuncio de desclasificar los archivos secretos de su país en relación a la dictadura argentina. Y se alegran como chico con juguete nuevo.
Los que analizamos la historia desde la perspectiva de la clase obrera, sabemos que el mundo ha cambiado. Pero, ¿hacia dónde va el mundo? ¿Qué perspectivas de progreso ofrece el capitalismo a la Humanidad? ¿Qué significan realmente los cambios que se han operado en la política mundial?
Cuando se impuso la llamada globalización a escala planetaria, se abrió una nueva época de la lucha de clases. Más de 1500 millones de personas expropiadas en el mundo se proletarizaron. Esas masas trabajadoras se incorporarían al sistema, se convertirían en nuevos consumidores, y todos los problemas resueltos. La política y la economía seguirían siendo cuestión de “profesionales” y los pueblos mirarían la película como meros espectadores.
Sin embargo, las promesas de que se iba a un mundo más “justo y equitativo” tardaron menos de dos décadas en demostrarse fantasiosas. Las contradicciones intrínsecas del sistema capitalista, una cada vez mayor socialización de la producción acompañada por una cada vez mayor apropiación por parte de una minoría poseedora, se volvió una realidad demoledora que experimentaron grandes masas de la población mundial. Solamente 62 personas poseen la misma riqueza que la mitad de los habitantes del planeta. En 2010 esa cantidad era de 388 personas; en 2011, 177; en 2012, 159; en 2013, 92; en 2014, 80. Y así seguirá la rueda…
A esto debe sumarse la explotación absolutamente irracional de los recursos naturales del planeta, las invasiones y guerras provocadas que han desatado crisis humanitarias sin precedentes, la caída del nivel de vida y el empobrecimiento de las masas en el planeta (aun, y sobre todo, en los países imperialistas).
Esta realidad, lejos de apaciguar las aguas y de convencer a las masas proletarias de que vivimos en un mundo maravilloso, ha tensado como nunca antes la lucha de clases. Es mentira que las masas populares en el mundo acepten sin más esta situación. Desde China a Estados Unidos, desde Europa a América, pasando por África, las convulsiones sociales están a la orden del día. Ningún poder imperialista es capaz de dominar esta nueva época de la lucha de clases, por más esfuerzo que hagan de mostrarse omnipotentes.
La profundísima crisis estructural que atraviesa el sistema capitalista está potenciada por esta realidad objetiva. A sus contradicciones propias que se expresan en una lucha intermonopolista cada vez más virulenta, se le suma un alza permanente de la lucha proletaria mundial la que determina que esas contradicciones se agudicen y que, a la hora de dominar, el problema no se presente como en los ’90 cuando todo parecía encaminarse hacia un mundo que había dejado atrás las confrontaciones.
Entonces, querer volver a instalar que la historia ha llegado a su fin y que el capitalismo transita por un lecho de rosas, es un intento poco efectivo. Los apologistas del sistema arman su propio “relato” para después irse a dormir tranquilos para mañana seguir disfrutando de su acomodada vida de burgueses a sueldo.
Uno de los hombres más ricos del mundo, el norteamericano Warren Buffett, afirmó hace unos años: “Hay una guerra de clases, y la mía la está ganando”.
Pero lo que va ganando el capitalismo, en realidad, es tiempo. Tiempo que alargue su agonía y su definitiva muerte. Así como la burguesía tiene sus políticas para seguir adelante con la explotación, la clase obrera y los pueblos del mundo tenemos las nuestras para terminar con ellos y con la injusticia de un sistema en decadencia.
No olvidamos, y lo tenemos bien aprendido de quienes nos precedieron en la lucha revolucionaria aquí y en el mundo, que el sistema no caerá solo sino que hay que hacerlo caer. Y en eso estamos, señores mercaderes del optimismo burgués. No duerman tan tranquilos. La lucha de clases y la lucha revolucionaria seguirán demostrándoles que la Historia no tiene vuelta atrás, que los pueblos siempre buscarán su liberación y que las aspiraciones de una vida digna están más a flor de piel que nunca.