La burguesía en todas las épocas, como clase dominante, impulsa y reproduce ideas que se orientan a sostener su sistema de dominación. Para ello no escatima en esconder, falsear, mentir y, muchas veces, dar por sentado que lo que se afirma es así porque así está marcado por la realidad que la misma burguesía construye. Podríamos poner como ejemplo cuando se dice que el capitalista trabaja e invierte y que eso es lo que genera la riqueza social, ocultando descaradamente que el capital que dispone ese capitalista es trabajo acumulado del que se ha apropiado y, por lo tanto, ese burgués no genera riqueza alguna sino que se apropia de la misma explotando la mano de obra asalariada.
En ese mismo plano, y en pos de atacar la ideas revolucionarias, la burguesía monopolista repite como una letanía que los revolucionarios nos quedamos en el tiempo, que decimos siempre las mismas argumentaciones, que no nos adaptamos a los cambios, y un sinfín de peroratas por el estilo.
Valga decir que la vigencia de las ideas revolucionarias, de la lucha por el poder y el socialismo, se asienta en la realidad objetiva de la existencia de un sistema de dominación que, más allá de los cambios que se le quieran atribuir, explota, oprime y despoja a miles de millones de personas en el mundo, con el agravante que esa desenfrenada explotación está poniendo en riesgo cierto la propia desaparición de la especie humana.
Pero volviendo al principio, mientras la burguesía acusa a los revolucionarios de repetir argumentos, por estos días vuelve a instalarse la llamada “teoría del derrame” la que sostiene que viniendo las inversiones se creará riqueza y esa riqueza se desparramará para beneficio de toda la sociedad. Debería la burguesía dar, al menos, un ejemplo de dónde en el mundo eso se cumple cuando lo que está sucediendo es exactamente lo contrario: la clase dominante acumula cada día más riqueza al tiempo que arroja a la pobreza y el desamparo a masas enteras de la población en cada rincón del planeta.
Particularmente en nuestro país, estas teorías se usaron en los 90 cuando se entregaban todos nuestros recursos naturales, se abría la economía dejando en la calle a millones de compatriotas, y se nos decía que luego de eso vendrían los beneficios para todos. Ya sabemos como terminó esa historia; la insurrección popular de diciembre de 2001 fue el resultado de esas políticas a las que las masas pusieron fin en aquellas jornadas.
Cuando hoy funcionarios del gobierno nacional vuelven sobre el tema están confirmando que la burguesía monopolista, lejos de renovarse, vuelve con argumentos y promesas a las que las masas populares ya “le picaron el boleto”, como se dice popularmente. Y demuestra además una pobrísima y decadente iniciativa, que refleja una crisis política estructural que, al utilizar semejantes argumentaciones, se profundiza.
Vetustas, caducas, antiguas, harapientas y probadamente fracasadas son las “ideas” que la burguesía monopolista sigue sosteniendo en su objetivo mayor que es sostener su dominación.
Las ideas de cambio revolucionario no sólo tienen plena vigencia sino que, fundamentalmente, son una necesidad objetiva para que los pueblos nos liberemos del yugo que nos impone la dominación burguesa y esa convicción debemos transmitir sin cortapisas a nuestra clase obrera y nuestro pueblo.
La Humanidad hoy está en peligro y la revolución social es el único camino para impedir semejante desastre.