Toda discusión que parte de las usinas de la burguesía y que se esparce a través del populismo, el reformismo, el oportunismo y todos los «ismos» habidos y por haber, acerca de sectores de clase o de la clase capaz de ponerse al frente del proceso revolucionario, se estrellan indefectiblemente contra el muro de la realidad cuando la materialidad de los hechos se impone.
Sin embargo, los infinitos intentos de la burguesía por confundir y obnubilar no deben ser subestimados por los revolucionarios quienes tenemos que enfrentar con decisión la batalla ideológica y política de esas nefastas posiciones que pululan a través de los medios masivos de comunicación, de las usinas educativas del Estado burgués, y de los círculos intelectuales de entre los cuales aparecen varios personajes presentando las «novedosas» formas de analizar la historia y los procesos sociales y políticos de nuestro país.
Dar esa batalla es posible sólo parándose firmemente desde la base de la ciencia, es decir, desde el materialismo histórico, que analiza la realidad a partir de la actividad que los seres humanos realizamos para producir y reproducir nuestras vidas. Desde allí se desmoronan todos los castillos construidos en el aire, dragones y duendes de colores con los que llenan el espacio para tapar la realidad.
A lo largo de toda nuestra historia, el proletariado, fundamentalmente el proletariado industrial, a través de sus epopeyas, siempre ha surgido vigoroso haciendo esfumar, de un plumazo, los espectros fantasmagóricos que se desvanecen como la neblina cuando sale el sol.
La fuerza de esa presencia está dada porque la clase productora de todos los bienes y medios de vida de los que depende toda la humanidad es precisamente el proletariado. Ésa es la razón por la cual todo el pueblo laborioso, en forma consciente o intuitiva, se siente atraído y vinculado por lazos indisolubles hacia dicha clase y, en cada hecho social protagonizado por ella, la empatía ante sus demandas es inmediata. La fuerza del proletariado atrae con la vehemencia de la fuerza gravitacional que ejerce un cuerpo sobre otro, a las demás clases populares que perciben en aquella la existencia de la potencia que se necesita para poder transitar el futuro social.
Pero esa fuerza sin rumbo es una fuerza bruta que no tiene norte y, por lo tanto es incapaz de transitar un camino que la libere del peso de la expropiación a la que es sometida por el capital que se adueña de todo su producto social y le impone condiciones degradantes de vida sometiendo además al resto de la población a igual destino.
La lucha del proletariado necesaria para la supervivencia en medio de este sistema de explotación, hablamos de la lucha por el salario, mejores condiciones laborales, etc., no es suficiente para cambiar su situación ni para correr el velo y conjurar los espectros malolientes que no le dejan ver su realidad y el papel que puede y debe cumplir como liberador de toda la sociedad. Esta lucha traza círculos infinitos y cada vez más pequeños, de los que no se sale en este sistema capitalista. Es necesario romper esos círculos repetitivos transitando el camino de la liberación del moderno esclavismo capitalista.
Por eso nuestro Partido y los revolucionarios en general, debemos ejercer en la práctica en cada fábrica y centro laboral las acciones que permitan desentrañar ese camino hacia la liberación. El adueñarse de la situación en las fábricas es un paso indispensable que afirmará el carácter de clase liberadora del pueblo del proletariado. La experiencia nos enseña que ése es un paso indispensable para la afirmación del poder de la clase obrera. Es preciso dar pasos concretos políticos y organizativos para lograr afirmarse como dueños de la situación en el espacio en donde producimos diariamente los bienes que la burguesía se apropia. Derribar las ataduras impuestas por leyes y reglamentos que apresan nuestra conciencia haciendo pesar el hecho material que la producción es producto de nuestro trabajo y que, por lo tanto, el destino de la fábrica o industria en la que trabajamos depende más del proletariado que de la empresa dueña de la misma. El partido revolucionario debe empujar, con esa acción, para derribar el velo del poder burgués y destapar el poder proletario real ante los ojos de la propia clase y del pueblo.
Es necesario, que en cada sector, además de los delegados honestos del cuerpo de delegados, se elijan delegados no formales (por ejemplo uno cada cinco o diez compañeros reconocidos o no por el sindicato), que entre todos formen una red orgánica capaz de articular el movimiento de la masa de trabajadores de toda la fábrica para ir imponiendo condiciones más favorables de trabajo en el camino hacia la liberación, foguear en el ejercicio de imponer la voluntad de clase, preparar las asambleas en donde se deciden las acciones a llevar adelante para lograr nuestras reivindicaciones y nuevas demandas, a fin de que las mismas expresen nuestra voluntad y evitar que se conviertan en una trampa en la que se imponga la traición del sindicato y la empresa. Una organización fabril capaz de unificar a la propia clase y encarar las tareas de unidad con los trabajadores de las fábricas vecinas del parque, cordón industrial o barrio en donde está enclavada la fábrica, sin importar la rama de producción. Desde allí a los barrios y zonas en donde influirá inevitablemente sobre las masas populares atrayéndolas con su poder gravitacional dado por el papel que cumple como productora de todo lo existente. En una palabra, organizar y dirigir como clase, con su Partido revolucionario, la lucha de clases contra el poder burgués.
La clase obrera no sólo produce los bienes materiales que en forma de mercaderías e infraestructura ocupan el espacio de las ciudades y el campo. Esos bienes son portadores de la ganancia de la burguesía pero, además, el proletariado produce el propio salario que recibe de manos del burgués quien se lo retacea impunemente luego de apropiárselo en el proceso productivo. Ese poder de la clase obrera está deliberadamente oculto. Hay que destaparlo y utilizarlo en beneficio propio y de las clases populares, en medio de la crisis crónica que sufren la burguesía y sus gobiernos de turno.
Con esa fuerza, con ese poder, iremos encadenando la red nacional necesaria para ir generando el liderazgo que como clase se irá ejerciendo sobre la masa popular que se encolumnará, por todo lo dicho, detrás de su rumbo señero.
Hacerse dueño de la situación en los espacios fabriles siendo capaz de imponer condiciones a la débil burguesía que muestra sus dientes como recurso desesperado pero inútil, identificarse con la producción como dueño de ella, aunque el derecho burgués no lo reconozca y aunque todavía no pueda ejercerse la propiedad de la misma que sigue siendo de los monopolios, es un paso necesario para avanzar y plantar las estacas del poder de clase que permitirá al proletariado erigirse como dirigente social y político de los destinos de todo el pueblo contra los expropiadores de nuestras vidas.