Aquel 3 de Junio del año pasado, cuando se daba la multitudinaria convocatoria NI UNA MENOS, titulábamos un artículo en esta misma página: “Menos para la burguesía”. Hoy, luego de la conmovedora movilización del día de ayer, la esencia política de nuestra posición continúa siendo la misma, nada ha cambiado.
Lo que cambia, cambia cuando lo nuevo emerge con más fuerza; lo que conmueve hasta los huesos es lo genuino que se expresa en las calles cuando nuestro pueblo instala con su movilización, su autoconvocatoria y su incansable lucha los problemas de fondo que atraviesan a una sociedad como la nuestra: opresora, violenta, inhumana… dolorosas marcas, inherentes al capitalismo y a toda la institucionalidad burguesa corroída, cómplice y putrefacta. Y un Estado de clase presente, muy presente… defendiendo con uñas y dientes SUS intereses, no los nuestros.
La sudestada y las lluvias torrenciales que azotaron la ciudad de Buenos Aires en la tarde de ayer, no hicieron mella en la voluntad y decisión de las decenas de miles de personas que se movilizaron desde el Obelisco a la Playa de Mayo. No fueron las únicas, lo mismo ocurrió en otras ciudades del país: Córdoba, Mendoza, Rosario, La Plata, Mar del Plata, por mencionar algunas de ellas. También en países vecinos, como Uruguay y Chile, el mundo mira con asombro este fenómeno inédito que se está desarrollando en nuestro país, donde -prácticamente– la violencia se cobra la vida de una mujer por cada día.
Las acciones y medidas de lucha también se dieron en distintos lugares de trabajo, establecimientos y dependencias del Estado; numerosas y variadas actividades encontraban eco y difusión en infinidad de listas de amigos y en las redes sociales.
Más allá de “la cantidad” en las calles (que no fue poca cosa, por cierto, fue enorme la movilización), en cada mesa familiar en la noche de ayer, este tema dijo presente y para quedarse. Quizás, en la pregunta de un pibe de 11 años, quede reflejado el impacto que está generando todo esto: “¿Cómo hacemos, papá, para que no maten más mujeres?” En esa preocupación, surgida desde la inocencia en la temprana edad, se muestra lo profundo que cala la acción del pueblo, cuando ésta se corporiza en las calles para que su voz sea escuchada. La solución está en nuestras manos, el “cómo hacemos, papá” es el gran desafío político que tenemos como trabajadores y como pueblo.
El reclamo masivo contra la violencia de género es una enorme piedra en el zapato para toda la burguesía, más allá de los discursos de ocasión que enarbolan los politiqueros de turno, llenos de formalidad. Porque en esencia es un movimiento social efectivo, que en su confrontación está expresando el hartazgo frente a la podredumbre de todas las instituciones de este sistema decadente, que pisotea nuestros derechos. En frente, un movimiento de masas que ya no tolera la mentira y el abandono.
El reclamo por “derecho a la vida” expone la verdadera grieta que existe entre los designios de un sistema profundamente inhumano como el capitalista y la profunda necesidad que anida en nuestro pueblo de vivir de otra manera.
El poder político, la Justicia, los medios burgueses, las fuerzas de “seguridad”, en fin, toda la institucionalidad de este sistema está en el foco del reclamo; porque no resguardan a las mujeres de los conflictos familiares y la violencia, porque son totalmente ineficientes a la hora de dar respuesta a las víctimas, y porque es permanente la falta de garantías y de personal en la recepción de las denuncias.
Analizando el fenómeno social –ya está dicho- la violencia contra la mujer se exacerba en un sistema como éste. Nuestra sociedad está regida por leyes en las que la propiedad privada lo tiñe todo: la mujer deja de ser concebida como un ser humano y pasa a ser un objeto, “propiedad de”. Al igual que ocurre con el resto de las relaciones sociales vigentes en el capitalismo, donde un trabajador (sea mujer u hombre) se usa y se descarta, porque nos tratan como mercancía. Para la clase burguesa lo que vale es la preservación de la propiedad del capitalista y no la vida humana.
Por eso, en estas movilizaciones que son cada vez más multitudinarias, emerge la necesidad de una vida digna para todos. Y comienza a asimilarse que el cambio que debe generarse es revolucionario, no sólo una cuestión de género sino de clase.
La lucha contra este doloroso flagelo forma parte de la lucha, intransigente, de todo un pueblo contra la inhumanidad de este sistema.