Si bien es cierto que hay – sin duda- alguna cientos de experiencias e iniciativas de organización de los trabajadores que se van dando en el fragor de la lucha, es necesario ser claros y francos con respecto a que las organizaciones que nuclean a la totalidad de los trabajadores son los gremios y sindicatos, cuyas direcciones políticas están en manos de la burguesía. Y es por esta razón que grandes masas de trabajadores están enfrentadas con estas direcciones burocráticas, pues sus intereses -tal como los de la relación entre el trabajo y el capital-, son antagónicamente opuestos.
Podríamos decir que no hay ni un solo trabajador que no entienda que los gremios juegan siempre en favor de los monopolios y sus gobiernos. Esto es un determinado grado de conciencia que se ha afianzado como un piso, desde el cual se despuntan las distintas iniciativas y experiencias que van tensando cada vez más la lucha de clases en nuestro país. Pero en torno a esto, existe una fuerte presión ideológica que no deja avanzar en organización política a los trabajadores.
En este contrabando ideológico al que nos referimos, la burguesía ha sabido introducir en las masas (a través de los gremios y sindicatos) la idea de que la organización de los trabajadores sólo tiene un aspecto: el económico. Allí se asienta una de las mayores trabas que debemos sortear, pues es, este peso ideológico el que lleva a que éstas experiencias e iniciativas que surgen al fragor de la lucha, generalmente caigan en el economicismo.
Con esta idea, la burguesía ha venido frenando el avance de las aspiraciones políticas del movimiento obrero. El caracterizar que la organización política de los trabajadores se subordina exclusivamente al aspecto económico; o sea, a la porción que el trabajador puede recuperar a través de su salario de lo socialmente producido, es una visión idealista.
En este planteo, de ahí no se puede mover, dejando de lado el carácter social, cultural y fundamentalmente el papel que los obreros organizados deben asumir en la lucha política por su liberación y de los demás sectores de la sociedad.
Así aparece en escena, la necesidad para este momento histórico de que se afiance en el movimiento obrero una política sindical revolucionaria, capaz de ligarse a esas vanguardias que se van destacando en los enfrentamientos y sirva a éstas para ligase cada vez más con las masas. Esta política nada tiene que ver con la política del entrismo que pregona el oportunismo y que no hace otra cosa que constituirse también en un freno.
Por el contrario, esta política sindical revolucionaria viene a sintetizar las aspiraciones de las masas trabajadoras para imponerse y desplazar de la dirección política del movimiento obrero a las burocracias corruptas, fieles representantes de los intereses de los monopolios.
La necesidad que tiene la oligarquía financiera de flexibilizar las condiciones de trabajo para mantener su tasa de ganancia y avanzar en la voraz concentración económica -como venimos diciendo y se va comprobando con los hechos- agudizará más aún el enfrentamiento de clase.
Frente a esto, construir las políticas y herramientas necesarias para darle un carácter político a la organización política independiente de los trabajadores, son las tareas que se nos presentan los revolucionarios y al movimiento obrero en nuestro país.