Según datos del INDEC que se conocieron hoy, la deuda externa bruta total de nuestro país, tanto pública como privada, ascendió a 204.818 millones de dólares al 30 de junio pasado, frente a los 176.813 millones de dólares del segundo trimestre del 2016. Es decir, creció 28.005 millones de dólares. En tanto, si se compara con el primer trimestre, el incremento fue de 5.950 millones de dólares producto de “emisiones de deuda” del Gobierno general (en todos sus estamentos) y del Banco Central. En síntesis: según los propios datos de la burguesía, la deuda externa aumentó un 15,8% en solo tres meses.
No estamos diciendo nada nuevo ni nada que se desconozca, así como el argumento del gobierno respecto a que el endeudamiento es para que tengamos “acceso a los mercados internacionales”. Pero los “resultados” no dejan de ser escalofriantes: la propia burguesía calcula que el total de deuda pública superaría a corto plazo el 50% del PBI (sin contar las deudas de las provincias y los municipios), por lo que algunos economistas la calculan ya en un 65/70%. Estas cifras incluyen la deuda contraída tanto en el extranjero como en el país, con organismos oficiales como el Banco Central o la Anses.
Algunas precisiones, y el marco histórico y político.
Durante todos los gobiernos, incluida la dictadura militar de los años ’70, y fundamentalmente a partir de ella, la mecánica de la deuda ha sido la herramienta que la oligarquía financiera ha utilizado para apropiarse en conjunto de los recursos producidos por el proletariado y el pueblo trabajador. Los dueños de los monopolios nunca dejaron de endeudar al Estado.
Desde el gobierno de Isabel Martínez, la llamada deuda externa creció, en poco más de dos años, de 2.000 millones de dólares a 8.000 millones. Cuando la dictadura militar dejó el gobierno, la deuda había ascendido a unos 40.000 millones.
El gobierno de Alfonsín terminó su mandato antes de tiempo con un incremento mayor a pesar de los pagos efectuados y así sucesivamente, gobierno tras gobierno, abultaron la llamada deuda externa. El último gobierno pagó más de 170.000 millones de dólares y sin embargo la llamada deuda creció a unos 250.000 millones de dólares. El actual, “arregló” con los fondos buitres un desembolso de 15.000 millones.
Pero los mecanismos de endeudamiento del Estado no se agotan en los “préstamos” que se acuerdan con las instituciones bancarias internacionales. También se emiten bonos, letras, etc., que compran en forma directa las empresas monopolistas y bancos.
Nunca se dejó de “endeudar” al Estado. La única diferencia es quién es el acreedor: instituciones internacionales (Club de París, el FMI, el Banco Mundial, el BID, etc.), o las empresas y bancos particulares transnacionales que actúan en nuestro país y en todo el mundo.
Cuando la burguesía habla de que pagando la deuda a esos organismos internacionales se accederá nuevamente al mercado de capitales, se refiere únicamente a que dichos capitales son los recaudados por todos los Estados y no tienen nombre propio (es decir, no pertenecen a un monopolio o banco en forma particular). Pero eso no quiere decir que en algún momento no hubiera deuda que el Estado tuviera que pagar a determinados monopolios que le dieron dinero al Estado a cambio de bonos emitidos por éste.
Los fondos provenientes de los organismos internacionales son mucho más abultados que los que puede reunir un sólo monopolio y, además, tienen la “ventaja” de que no es capital privado, sino que constituye el pozo común con el que cuenta toda la oligarquía financiera mundial. Es por eso que dicho capital se presta para inversiones de “riesgo”, ya que nadie está dispuesto a invertir cuando las condiciones del país del que se trata, implican “riesgo” que no es otra cosa que el resultado de la lucha de clases que se desarrolla en él.
Debemos tener claro que bajo el Capitalismo Monopolista de Estado, para el proletariado y el pueblo trabajador, no existe diferencia si los que se apropian de los recursos son los organismos internacionales o los monopolios en forma particular.
El mecanismo de la deuda es una herramienta a través de la cual, luego de apropiarse de la plusvalía que surge del tiempo de trabajo no remunerado al proletariado, la oligarquía financiera se apropia de los ingresos de todo el pueblo, incluidos los sectores más débiles de la propia burguesía.
Para el trabajador y el pueblo, es indiferente que dicha apropiación vaya a parar a tal o cual institución o a tal o cual capital financiero privado. El dinero, en suma, va a las manos de la oligarquía financiera internacional, que dispondrá del mismo para invertir en el punto del mundo que más le convenga para acrecentar su capital y continuar sumergiendo a millones a la peor de las inhumanidades.