El 19 de julio del año 1976, en la localidad de Villa Martelli de la provincia de Buenos Aires, Fuerzas Armadas del Ejército, sicarios de la burguesía monopolista, asesinaron y secuestraron al Robi, a Benito, a Domingo, a Fernando, a Liliana y a Ana María.
Con aquel duro acontecimiento, el PRT y la clase obrera sufren un golpe de inmensa magnitud, dentro de un contexto de terror y caída de valiosísimos compañeros. Un plan genocida indispensable para imponer una política económica de hambre para los trabajadores y de fiesta para la burguesía, el capital financiero y las multinacionales.
“A los revolucionarios no se los llora, se los reemplaza en la lucha” se escribía en el periódico Estrella Roja por aquellos años, frente a cada pérdida de un compañero o de una compañera. Pero es insoslayable que para quienes militaron junto a estos compañeros y para quienes aún no habíamos nacido, ocupan un lugar de privilegio en nuestros corazones.
Los extrañamos, y valoramos todas sus enseñanzas a la hora de actuar en estos tiempos de lucha, organizando, accionando, uniendo y avanzando en contra de los planes de la burguesía hoy, que tuvieron su matriz en aquella dictadura asesina.
Pero hay algo muy cierto: si las fuerzas de la burguesía creyeron por un instante que avanzar a sangre y fuego en contra del pueblo trabajador y el partido revolucionario haría desaparecer las ideas y las convicciones que dieron origen a esta lucha por nuestra emancipación, se han equivocado.
Nuevas camadas de trabajadores, desocupados, estudiantes… mujeres y hombres de nuestro pueblo que –desde diferentes vivencias y experiencias- se van incorporando incesantemente a la lucha. Otros, esperan alguna señal para lanzarse de lleno. Y allí es donde mejor podemos rendir homenaje a nuestros compañeros, cumpliendo con nuestro deber, dejando de lado cualquier sectarismo y continuar trabajando para unir desde los intereses de clase, a los trabajadores y al pueblo, para derrotar de una vez por todas a la maldita burguesía que hambrea a nuestros hermanos.
Mario Roberto Santucho trabajó incesantemente para transformar un pequeño grupo que originalmente no contaba con más de 100 compañeros, en un partido revolucionario pujante y vigoroso, con varios miles y miles de compañeros, simpatizantes, colaboradores y allegados, dispuestos a dejar todo en la lucha por el poder para el pueblo y por el socialismo.
Es tiempo de protagonizar este nuevo período con las mismas banderas y con todas las herramientas con las que contemos. Que la bronca y el odio de clase que genera la vida indigna a la que nos somete este sistema, se organice y se encause hacia el único camino de nuestra liberación: el socialismo. Y ahí si habremos hecho justicia, por Mario, por Domingo, Benito, Fernando, Liliana, Ana María y los 30.000 compañeros.
Es una necesidad, y un objetivo que nunca abandonaremos.