¿Le dejaríamos el cuidado de nuestra familia y de nuestra casa al comisario del barrio?… ¿Confiamos en que la institución justicia favorecerá nuestros reclamos por un despido injustificado?… ¿Depositamos el voto cada dos y cuatro años y creemos en las promesas hechas por los políticos previas a ese acto electoral?
Hablamos de tres instituciones del Estado. La misma respuesta, en lo concreto de lo cotidiano y más allá del palabrerío es unánime: ¡No confiamos!
¿Cómo le vamos a dejar el cuidado de lo más preciado que tenemos a la comisaría, si todos los días leemos en los propios diarios del sistema la relación de la policía con el robo, la trata, el narcotráfico?… cuestión extendida a las otras fuerzas represivas.
Desde toda la vida, estas instituciones estuvieron bajo la mira de una buena parte de la población bajo la costumbre popular de que no te “hagas amigo” de un policía, o la frase ya hecha para caracterizar a un alcahuete: “no seas botón”….sacate la gorra”. En fin, dichos populares que manifiestan una desconfianza estructural hacia quienes deberían proteger nuestros intereses.
Ni que hablar de la Justicia, cuando lo que domina es la idea que “la justicia es para los ricos”, que lo resume todo. Está a la vista que, quienes se robaron todo en favor de los grandes negociados, gobierno tras gobierno, de una u otra manera, están todos libres. Algún chivo expiatorio cae de tanto en tanto pero la “señora justicia” hace la vista gorda y la injusticia se hace sentir. ¿Qué pasa cuando tenemos una deuda pequeña con un banco, un crédito usurario que los hay desde siempre en nuestro país? Juicio “sumario”, embargo, expropiación… No hay atenuantes, no importa si te quedaste sin trabajo, si se te murió un ser querido… La justicia es la justicia, si no, sos un reo.
¿Y el voto?, ¿Y los políticos?, ¿Y los ministros? ¿Y los presidentes? ¿Y los diputados y senadores?. Siempre la misma cantinela, ¿el que viene va a salvarnos? , o ¿votemos para echar al anterior?
Prima ésta última sensación y eso implica que lo peor siempre sucede. En última instancia pocos creen y el que pregona con buena fe por uno u otro candidato, a la hora de lo concreto, de la vida cotidiana, resguarda su propio interés. Cualquier iniciativa que ellos toman, ya se sabe que este sistema cada tanto te “despluma”. Es común escuchar “son todos chorros”, “son todos lo mismo” ese es el profundo y estructural pensamiento de una gran parte de nuestro pueblo sobre todos los políticos, diputados, senadores, presidentes y de allí para abajo.
Hay más instituciones del Estado, pero todas teñidas de este sinsabor.
Cuando esto pasa por décadas y se expresa todos los días en hechos menores y multiplicado por millones, explica mucho del por qué existe una crisis política estructural de quienes nos gobiernan. ¿Qué estamos hablando en nuestras casas? ¿En nuestros puestos de trabajo? ¿En las escuelas y facultades?…
Que la plata no alcanza, que se viene el despido, que no podemos pagar tantas boletas con aumentos siderales, que nuestros salarios o ingresos están congelados, que todos los días tomamos medidas de ajuste de cinturón y la angustia crece. La discusión familiar y laboral se torna crítica. La bronca va en aumento, las medidas -aunque sean aún individuales- socialmente pesan y “no se sabe por qué” la calentura por abajo parecería que nada tiene que ver con la crisis política que tienen como clase dominante.
Esto es también lucha de clases… ¡Esto es lucha de clases! Ningún proyecto burgués hace pié en nuestro pueblo. Recordemos el aval que tuvo de una buena parte de la población el gobierno de Menem para hacer los estragos que hizo; pero nuestro pueblo -a pesar de todo lo sufrido y lo transformado por esa administración- la quebró en mil pedazos, incluido el 2001. La ingobernabilidad puso a la burguesía a la defensiva; nuestro pueblo puso los muertos, hizo caer cinco presidentes en una semana. Y por largos años retrocedieron.
Hoy esa situación no se repite, como nada en la historia. A pesar de los golpes que como pueblo estamos recibiendo, la espalda política de este gobierno -y con él el de toda la oposición electoralista- está en caída libre, en momentos que la bronca por abajo está en alza.
Es complejo el momento para hacer futurismo, eso es muy cierto. Sin embargo, es preciso hacer hincapié en la lucha de clases que se está expresando en la vida cotidiana en mil y una batallas. Luchas que se ven y otras que no, pero somos millones de trabajadores que estamos en estado deliberativo, planteando que así las cosas no van. Y la burguesía, en sus internas de intereses cruzados, acusa el golpe y agudiza sus pujas para preservar sus puestos de administración del Estado.
Los revolucionarios confiamos en nuestro pueblo y en que ese estado deliberativo con bronca acumulada seguirá en el tiempo y hará vacilar una y otra vez la ofensiva del capital financiero, que no los dejará acomodar fácilmente. Pero por las razones mencionadas al principio de esta nota, deberemos continuar acumulando para los cambios profundos de nuestra sociedad, mientras el resto de toda la politiquería burguesa está ya pensando usar a nuestro pueblo para las elecciones del 2019.