En una revolución, las relaciones jurídicas serán destruidas con el tiempo, cuando las nuevas relaciones de producción se impongan sobre las viejas; pero no al revés, que sea posible cambiar la superestructura sin cambiar previamente las relaciones de producción.
Ese pensamiento que inquietaba permanentemente al Che, en épocas de profundas crisis que padecemos los argentinos, adquiere cuerpo pensando que toda lucha contra cualquier tipo de injusticia suma al torrente de la necesidad de cambio, respetando ciertas conductas políticas que nos lleven al objetivo de cambiar las relaciones de producción.
La clase dominante ha impuesto un pensamiento que parecería dominar en el terreno de la ideología. Afirman desde los centros de intelectuales del sistema que toda posibilidad de cambio revolucionario, de construir una nueva sociedad de carácter socialista, es idealismo o utopía de los años 70. Se insiste expresamente -o manipulándolo- que la lucha por el poder -en el mejor de los casos- es una abstracción.
Nos dicen: “las experiencias socialistas han fracasado, los tiempos de revolución o han desaparecido o serán para un futuro incierto”… Lo cierto, es que la recomendación que nos hacen desde el poder, es que “está bien luchar” contra todas las injusticias pero garantizando que esa acumulación, en el peor de los casos, sostenga el sistema de explotación… ¿¡Mejorarlo!?
En este peso político e ideológico ocultan lo central: es el sistema capitalista en el mundo el que ha entrado en crisis, el que ha fracasado, un sistema que no puede resolver ninguno de los problemas fundamentales de la sociedad. Es verdaderamente utópico pensar que así como están dadas las cosas, un sistema basado en la ganancia de unos pocos, pueda ser alternativa de cambio en la diversidad de “propuestas” que nos brinda.
Es el sistema capitalista donde hoy la clase burguesa monopolista concentra la posesión de las principales fuerzas productivas, es quien frena la historia de la humanidad. Ha fracasado porque es la clase dominante la que aplasta el desarrollo de las sociedades. Se necesita avanzar a una revolución para cambiar las relaciones sociales, es decir, que los medios de producción pasen a manos de los verdaderos hacedores de la riqueza: la clase obrera y el pueblo.
Se necesita politizar diariamente esta cuestión determinante y en ello va toda la energía a desplegar.
¿Qué momento histórico estamos viviendo hoy en día? Donde nuestro pueblo no se arrodilla, lucha, se moviliza, debate, crea organizaciones de base de nuevo tipo, pero aún las ideas revolucionarias, de afirmar el norte por cambiar la correlación de fuerzas hacia la lucha por el poder y hacia una nueva sociedad, son débiles.
¿Se resuelve el tema agitando la lucha por el poder? En parte sí, pero no es lo fundamental. Se trata -en todo caso- de asimilar en los hechos que el torrente de indignación popular es muy grande, que las experiencias que se ejecutan con metodologías que surgen en las bases en sí mismas son portadoras de cambios revolucionarios, pero hay que hacer consciencia de ello.
Van creciendo las condiciones objetivas de cambio, las bases materiales para desplazar a la burguesía monopolista parasitaria; hay condiciones objetivas para una revolución socialista que ponga en manos de las mayorías los medios fundamentales de producción y cambio. Pero se necesita desplegar la voluntad de cambio de nuestro pueblo, elevar la conciencia política y fortalecer las organizaciones que se están desplegando, con una vara alta de revolución y lucha por poder.
Este aspecto -que es la voluntad de cambio- es al que tenemos que fortalecer. Y la mejor escuela para ello, es la lucha, es en el enfrentamiento a éstas políticas, allí, -en ese escenario- es en donde se eleva la conciencia del fracaso de sistema capitalista y la posibilidad histórica de revolución social, que ataque las premisas jurídicas, es decir, la lucha por el poder.
Pero sobre esa base de organizaciones de nuevo tipo que pululan en la sociedad, y de las nuevas que se vayan creando, es necesario sembrar las ideas revolucionarias. Que cada lucha eleve la mira de hacia dónde ir y en ello tenemos que trabajar lo más unidos posible, para poner la idea del poder en lo más profundo de la sociedad.
Confianza en nuestra clase obrera y confianza en nuestro pueblo en su bagaje de enseñanzas adquiridas a través de décadas de lucha, en su profundidad de aspiración democrática que lo envuelve, es sobre esa base que deberemos trabajar tenazmente en el proyecto revolucionario que hemos parido.
Volvamos a la introducción del pensamiento del “Che” y entendamos con ello que la lucha por el poder es imprescindible para lograr, entonces sí, cambiar el horizonte negro que se avecina.
A este gobierno no hay que dejarlo gobernar y en ese camino hay que elevar la vara en el plano político, para ir garantizando una acumulación de fuerzas hacia la revolución social. Todo está en marcha aunque la ideología de la clase dominante nos indique que en lo político el único camino de salida que propone son las elecciones del 2019.
La clase obrera, el pueblo en general, no deben ser subestimados a la hora de elevar el debate político y las tareas para sumar en el torrente revolucionario. Allí está la clave para ir quebrando y debilitando la idea de la inviabilidad de cambio del sistema.
Nuestro país cuenta con riquezas naturales de excelencia a pesar del daño que está infringiendo el sistema capitalista. Pero además cuenta con lo más valioso, que es una clase obrera que lo produce todo, con profesionales en todos los planos, maestros, estudiantes, médicos, ingenieros, estadísticos… En fin, un potencial humano sólo frenado por un sistema de ganancias. Resolviendo el camino hacia la lucha por el poder, podremos liberar todas sus fuerzas para una nueva sociedad.