Tradicionalmente en las fiestas de fin de año, se acostumbra a expresar buenos deseos de amor, felicidad y mejoras de todo tipo.
Esa conducta tiene que ver con la esperanza histórica de las mayorías populares oprimidas de que el sufrimiento cese, amengüe o desaparezca, al menos por un tiempo. Esto ha tenido efecto incluso en guerras en donde los ejércitos beligerantes concertaron o establecieron, de hecho, treguas y cese del fuego.
Los deseos tradicionales ponen las expectativas en algo o personaje ajeno, vivo o inmaterial, a quien se convoca para que las cosas cambien y mejoren.
En este año que va a empezar, al cual la burguesía y el gobierno de turno, califican como “año electoral”, desde el poder se usa y abusa de esa tradición expectante la cual forma parte de un sentido común que todo lo tiñe, a partir de la cual se deposita en los administradores circunstanciales gubernamentales del poder de los monopolios capitalistas, la expectativa de que se cambien condiciones a favor del pueblo. “Ojalá que la cosa cambie y que podamos tener trabajo, que la inflación se acabe, que podamos mejorar como país, que haya justicia, etc.”
Sin embargo, la experiencia histórica de los pueblos, y particularmente en nuestro país, nos ha demostrado que los cambios sociales no dependen más que de las luchas ya sea que éstas se hagan en forma de presión social inaguantable para la clase en el poder, masivas en las calles, en forma pacífica o violenta.
Amplios sectores de las clases oprimidas han hecho consciente tal realidad y otros, cada vez más reducidos, aún esperan las soluciones que emanen de los gobiernos de turno. Pero el problema que unos y otros padecen es que no se avista un norte, una fuerza material y vívida surgida de ese manantial de luchas, que marque el camino a seguir para transformar revolucionariamente esta realidad agobiante en bienestar para el pueblo.
Ninguna de estas aspiraciones, sin embargo, va a cumplirse si no hay fuerza popular de masas capaz de hacerlas realidad. En este país, como en todos los países capitalistas, en donde existen clases sociales antagónicas, los deseos de los oprimidos sólo pueden hacerse realidad mediante la lucha organizada contra el poder de la burguesía.
Y esto está basado en una sencilla razón cual es que la acumulación del capital, la riqueza social, los recursos que se destinan a toda la sociedad salen de un solo lugar: el trabajo de obreros y sectores populares. De esta contradicción surge claramente que el problema se resuelve mediante la tensión de ambas fuerzas que tratan de imponerse mutuamente.
Organizar, desde la fuerza de los oprimidos, esta disputa es comprender cabalmente cuál es la llave de la solución del problema.
La batalla por el destino de ese producto social, es la expresión de la lucha de clases.
Siendo ésta la situación, los destacamentos revolucionarios y, principalmente, nuestro partido, debemos centrar los esfuerzos en marcar a fuego la necesidad de dotar de un proyecto liberador y de la organización nacional de la fuerza obrera y popular capaz de torcer el único destino al que nos lleva indefectiblemente el sostenimiento del poder burgués a mano de cualquier gobierno de turno: la reducción de la masa salarial y de todo tipo de ingresos con los que pueda contar el pueblo oprimido a fin de mantener y, en lo posible, aumentar la acumulación del capital.
Nada va a depender de lo que no surja de la lucha y la organización de la fuerza obrera y popular capaz de revertir la realidad social actual y llevarla al triunfo definitivo que emancipe a la fuerza laboral de la voracidad del capital.
Ante el peligro de inestabilidad o de continuidad de los planes que conllevan el objetivo económico mencionado, la burguesía con distintas caretas tales como el reformismo, el oportunismo, el populismo y cualquier otra variante, intentará llevar a vías muertas las aspiraciones obreras y populares ensayando viejos, aunque renovados, engaños, inventando vetustas y reutilizadas fórmulas con cadáveres malolientes reciclados como son todos los funcionarios y candidatos perennes que vienen apareciendo reiteradamente en cada acto electoral.
Tratarán de generar expectativas en esos personajes como si de ellos dependiera cambiar las políticas de penurias para el pueblo. Aunque se presenten con distintos discursos y con un “apoyo”, basado en el engaño, de una distinta base social, sus políticas responderán esencialmente a la imposición del curso marcado por la fuerza irracional del capitalismo, y la terquedad de la clase burguesa dominante: descontarle ingresos al pueblo para incrementar las ganancias del capital.
Se suben al almanaque que propone la burguesía y abonan la idea del “año electoral”. Plantean desde un supuesto interés popular, falsas unidades tales como: unir a toda la oposición parlamentaria contra el gobierno para ganar las elecciones.
En situaciones agudas como la que vivimos actualmente en Argentina, se manifiestan con más crudeza estas posiciones políticas que pretenden desviar del eje rector de la lucha de clases entre ambos intereses inconciliables hacia otros rumbos que conducen a vías muertas para las aspiraciones obreras y populares.
La unidad de clase que de ello deriva es enormemente más amplia y generosa que la cacareada unidad de una supuesta oposición, que deposita expectativas en un elenco gobernante que supuestamente dará, graciosamente, mejoras al pueblo.
No dejarlos gobernar contra el pueblo, es el principio que hay que generalizar para avanzar con nuestra fuerza y deseos de cambio.