En momentos tan complejos como los que estamos transitando como trabajadores y como pueblo, a los que nos venimos refiriendo desde distintas ópticas durante este último mes en esta misma página, entendemos que hay ciertas premisas que los revolucionarios no podemos perder de vista más allá (o mejor dicho, inclusive) de que toda nuestra vida se vea atravesada por las consecuencias de esta pandemia que cruza el planeta de lado a lado.
Y en tal sentido, hay un principio al que en más de una vez nos hemos referido y que señala que en la lucha de clases las fuerzas se dirimen con fuerzas.
Es cierto y totalmente aprobable que nuestra clase obrera cuenta con un potencial de fuerzas para los pasos futuros, para su estrategia como clase, cosa que se puede demostrar desde distintos análisis. Pero en lo cotidiano la fuerza tiene que ser concreta.
Para ello cada conquista tiene que transformarse en organización para la revolución, aunque ello pueda parecernos una fuerza mínima. Cuando nos paramos desde la idea que “cualquier conquista en sí misma, suma”, navegaremos sobre una verdad a medias o en todo caso en una verdad que pudo haber servido en una etapa de nuestra revolución, pero que ahora puede jugarnos en contra.
A veces pasa que se dejan las cosas “como están” sin haber dado un paso material de organización, (por más mínimo que al principio este parezca). En ese escenario, ningún obrero inserto en tareas de producción organizada y de disciplina tomará en serio una propuesta de revolución si en ella no está explicita la organización y la disciplina para la lucha política.
Un país capitalista como el nuestro, de larga tradición industrial impone un orden social industrial. Toda la sociedad se rige en lo fundamental por esa impronta. Las luchas, las organizaciones que surgen de ellas, las experiencias que las envuelven en décadas son irreemplazables. Hay una memoria social, colectiva que permitió el surgimiento de la herramienta de la autoconvocatoria primero y de prácticas avanzadas como la democracia directa después.
Ese gran movimiento, esa experiencia colectiva (al igual que la actual crisis del sistema capitalista) es precedente al surgimiento del coronavirus. Hacer pesar esa experiencia desde una concepción revolucionaria no se logra solamente con claridad política, se logra también poniéndose al hombro la responsabilidad de llevar la impronta de una fuerza material, consustanciada con las aspiraciones de cambio de las mayorías.
Fuerzas propias fuertemente enraizadas en el proletariado, en los sectores de trabajadores en general y allí en donde existan masas sufrientes. Constituirse en fuerza material es un desafío para la etapa que se viene de intensificación de las contradicciones clasistas, con una burguesía en la encrucijada que toma medida tras medida que sólo profundizan su crisis.
Los conceptos de preparación de fuerzas y probar fuerzas están unidos. No siempre se presentan en un mismo orden, pero lo que no pueden es ir separados. Hay situaciones de lucha que aparecen sin una adecuada preparación de fuerzas, allí es donde hay que poner el acento en la insuficiencia y deberemos conciliar la fortaleza de la lucha con la debilidad de la organización.
Cuando hablamos de preparación damos por entendido que esa preparación se fue dando desde la lucha, y aquí cabe una reflexión. Hay muchos compañeros que hoy, obligados a trabajar en medio de la pandemia, están luchando todos los días, como pueden. Primero en contra de los monopolios que en pos de sus ganancias están exponiendo gravemente la salud de miles de obreros y sus familias. También porque nos están ajustando a mansalva reduciendo salarios, suspendiendo y hasta despidiendo, más allá que las propias leyes burguesas “lo prohíban”.
Y nos referimos a las luchas que se están dando dentro de una sección, un turno o mismo en una planta fabril. En esas conquistas que nos van fogueando tenemos que asimilar y hacer asimilar que cada lucha ganada o simplemente entablada es la base para avanzar, para crear un estado de conquista mayor, y que la etapa que se abre así lo está demostrando. Si lo que estamos esperando solamente es la “gran lucha” o “la gran huelga” nos estamos perdiendo una parte importante de la película.
Si ponemos en su verdadero lugar a la lucha cotidiana y le damos el peso que tiene en la preparación de las grandes batallas, la cosa cambia. Las fuerzas materiales, la organización, la disciplina y la confianza en los pares, se va haciendo algo común y corriente. Tengamos en cuenta que transitamos una etapa en donde esto aparece a flor de piel como no ocurría hace décadas.
Es cierto que una gran lucha puede aparecer de repente por un hecho no común, y en esa lucha avanzamos en todo orden. Así como hay luchas que aparecen, que hay que ganarlas y jugarse con todo, la preparación de fuerzas viene con lucha y ello cuenta para clavar estacas, organizaciones inmediatas y otras para el después de la gran batalla.
Y acá es indiscutible el papel que debemos jugar los revolucionarios para garantizar la masificación de los conflictos. Si no tenemos al partido revolucionario, ni la lucha ni la preparación de fuerzas tendrá un norte claro del por qué luchamos y en qué marco lo estamos haciendo.