Decía Lenin: “Según Marx, el Estado es un órgano de dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la creación del “orden” que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando los choques entre las clases. En opinión de los políticos pequeñoburgueses, el orden es precisamente la conciliación de las clases y no la opresión de una clase por otra. Amortiguar los choques significa para ellos conciliar y no privar a las clases oprimidas de ciertos medios y procedimientos de lucha para el derrocamiento de los opresores”.
Este tema nunca pierde actualidad, sobre todo cuando abunda como hoy la verborragia tanto “progresista” como “reaccionaria” a la hora de tratar cualquier problema que nos aqueja.
Lo que buscan permanentemente es esconder que el Estado es detentado por una clase y desde allí se reprime a las clases desposeídas. Aprovechan además para dejar bien claro que el Estado capitalista es un órgano eterno y que pensar en su destrucción sería una especie de caos y descalabro de la organización social.
Aceptan que hay muchas cosas que pueden estar mal pero que se pueden mejorar y perfeccionar dentro de este mismo sistema. (Y resulta que los utópicos terminamos siendo los revolucionarios…)
Desde hace muchas décadas nuestro pueblo viene padeciendo las dos formas de gobierno que utiliza la burguesía con el Estado a su servicio. Con la represión directa y los golpes de Estado; o con el engaño y su parlamentarismo burgués.
En el fondo, quien toma las decisiones es la facción de la oligarquía financiera que predomina sobre otras en cada momento histórico. Son las mismas gerencias las que vienen tomando las decisiones del Estado por décadas y décadas, inclusive poniendo directamente a hombres y mujeres en puestos clave de la administración estatal, agudizándose esto en la etapa actual del capitalismo monopolista.
Por eso nunca debemos perder de vista que el Estado burgués -gobierne quien gobierne- no perderá su carácter de dominación de una clase sobre otra, mostrándose cuando le convenga como un conciliador de clases.
Por eso al Estado burgués se lo debe combatir primero y destruir después, es un hecho violento porque violenta es su esencia.
Y en ese transitar aparece otro “mito” que la burguesía siempre niega: la lucha de clases. Para conquistar lo que se puede conquistar, para debilitarlos, para quitarles la iniciativa; acompañándola siempre con esa perspectiva política que ponga a la burguesía y a su Estado capitalista como centro de las postergaciones y males que nos aquejan.
Está claro que cuando hablamos de destruir el Estado capitalista y construir un nuevo Estado socialista los adalides de la democracia ponen el grito el cielo y se espantan. De eso no se puede hablar.
Allí comenzará un período histórico para adecuar la superestructura política al desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales que se desatarán con fuerza incontenible.
¿Qué queremos decir con esto? Que El Estado revolucionario, a la vez que tomará las primeras medidas que pongan en el centro al ser humano, desde el inicio avanzará estratégicamente en la extinción de las clases y del Estado.
Hoy nos dicen que el único Estado es el Estado burgués, dominación de una minoría para reprimir a la mayoría. ¿De qué democracia nos están hablando?
Sólo un Estado socialista expresará los intereses del pueblo laborioso, de las mayorías hoy explotadas, reprimidas u hostigadas por el Estado de los monopolios.