¿Qué postura tomar ante las elecciones?

Cada año electoral surge la misma y renovada pregunta.

Es que el aparato propagandístico que la burguesía despliega cada dos años resulta verdaderamente abrumador, instalando por todos lados el problema. Claro que esto no es ninguna casualidad: la democracia burguesa constituye la forma de dominación característica de este período del capitalismo. La defensa del método representativo y sus instituciones se erige como el mejor cerco de dominación política e ideológica sobre las masas.

Esta defensa penetra todos los resquicios de la lucha de clases: en escuelas y fábricas, por ejemplo, la burguesía impone la democracia representativa, verticalista, como único modelo posible, reprimiendo abiertamente cualquier atisbo de desarrollo de democracia obrera -la cual, a pesar de ello, se va desarrollando poco a poco en distintas experiencias de avanzada-.

La burguesía tiene una crisis de representatividad muy grande.

Las próximas elecciones no entusiasman a nadie. Ningún trabajador cree que realmente se defina una política económica diferente al modelo de ajuste que ya vienen implementando los últimos gobiernos.

Sin embargo, todavía estamos muy lejos de que exista un cuestionamiento consciente y extendido del papel que cumple esta democracia como forma de dominación. Y ello es así no por fortaleza de la burguesía, sino por la debilidad del campo revolucionario.

Como la democracia burguesa es la forma de dominación por excelencia para este período histórico, las y los revolucionarios debemos intervenir en la pelea electoral justamente denunciando esta situación; desnudando el verdadero papel que cumplen las elecciones.

¡Pero le estamos regalando la tribuna electoral a la burguesía! ¿No debemos utilizar el parlamento como lugar de agitación política, aunque dicha agitación implique justamente denunciar al parlamento mismo? ¿No sería conveniente asociarse, aunque sea mediante el apoyo crítico, hacia alguna de las propuestas electorales reformistas, como el FIT-U o el NMAS?

Estas inquietudes son muy comunes, por eso hay que tratarlas desde la perspectiva revolucionaria, en el marco de la acumulación de fuerzas para la clase obrera.

La izquierda electoral posee un grado de descomposición terminal, han virado completamente hacia la socialdemocracia más tradicional, combinando astrología, planes sociales y pactos sociales con discursos “anticapitalistas” completamente integrados a la institucionalidad del sistema.

El famoso apoyo crítico a la izquierda parlamentaria o, lo que es lo mismo, una política de alianzas e inclusive la construcción de nuevos frentes electorales en este período histórico solo aporta confusión a la clase obrera y el pueblo trabajador, atizando falsas expectativas constitucionalistas, y colocando a la clase obrera como furgón de cola del reformismo.

Es decir que, en lugar de debilitar al sistema, lo termina fortaleciendo, porque legitima el mecanismo de la democracia burguesa, representativa.

Detengámonos a analizar el significado del momento histórico.

Estamos en un período de resistencia obrera, donde la clase apenas tiene conciencia de sí, en un contexto de represión política dentro de las fábricas que contrasta mucho con la realidad de otros sectores del proletariado.

Es una clase obrera que debe reconstruir su identidad luego de 40 años de dominación burguesa, en lo que constituye uno de los períodos más oscuros de la historia del capitalismo. Por ello, justamente, las expresiones políticas de la izquierda hegemónica han hecho pie en sectores de la pequeña burguesía, estatales y desocupados principalmente, que son más permeables a la expansión del reformismo por la naturaleza misma, tanto de su condición material de vida, como de su proceso de trabajo.

En este contexto, la clase obrera todavía debe emerger como clase.

Ello le imprimirá otra dinámica a la lucha de clases del conjunto del pueblo trabajador, y naturalmente la colocará a la vanguardia del proceso.

Pero para llegar a ese punto todavía hay que trabajar mucho: hay que quitarnos de encima la burocracia en las líneas de producción, hay que inundar con propaganda revolucionaria las empresas, y hay que construir Partido en el seno de la clase. De lo contrario, cualquier tentativa de participación parlamentaria constituiría no solamente un desgaste de energía que desvía recursos de estas tareas elementales, sino sobre todo incentiva a la clase obrera no a colocarse a la vanguardia del proletariado, sino como furgón de cola de la burguesía.

Como conclusión lógica a esto, la vía electoral no constituye un camino real de acumulación de fuerzas para la revolución, sino su disolución; su debilitamiento tanto material como político frente a las tareas que es necesario abordar.

El problema, como se ve, es bien concreto, entrando en combinación aspectos políticos e ideológicos (democracia burguesa), como concretos y de acumulación referentes a la etapa. Muy lejos está de ser un “problema de principios”, que es como la izquierda hegemónica señala a quienes nos negamos a “apoyarlos críticamente”.

¿Esto quiere decir que carecemos o que debemos abandonar cualquier política de unidad hacia otros sectores del pueblo trabajador, hasta tanto no se avance en el desarrollo político en la clase obrera?

¡No, para nada! Este tipo de planteos se derivan justamente del mecanismo de pensamiento democrático burgués, que nos quieren hacer creer que la única política realmente existente es la de las superestructuras y las instituciones.

La unidad con otros sectores del pueblo trabajador, como desocupados, profesionales, estudiantes, estatales, etc., debe ser permanente, y en absoluto se reduce al problema electoral.

Que el estudiantado universitario cuestione su institución educativa, sus planes de estudio, su papel en el capitalismo; que lo haga parado desde el punto de vista de la clase obrera y cómo las carreras de medicina, sicología, sociología, ingeniería, economía, etc., están enteramente diseñadas para oprimir a la clase y perpetuar el sistema; que estatales, docentes y profesionales en general se reconozcan como parte del proletariado, rompiendo prácticas corporativas que solo llevan a la derrota sindical; que desocupados golpeen por sus reclamos en los verdaderos centros del poder, es decir, en los centros productivos y no solo en las administraciones gubernamentales; que todo el pueblo trabajador rompa con la democracia burguesa como forma de organización sectorial, y apunte al desarrollo de la democracia obrera.

Justamente, la única perspectiva para que esos sectores del proletariado puedan elevar sus niveles de organización y conciencia radica en la irrupción de la propia clase obrera como vanguardia organizada. Esto es así tanto desde el punto de vista objetivo, de golpear las ganancias de la burguesía, como subjetivo, en cuanto clarifica y divide aguas en el enfrentamiento de clase.

Por el mismo motivo, la verdadera política de unidad hacia el pueblo trabajador radica en nuclear al conjunto de las y los trabajadores en torno a un horizonte común de acción contra el capital.

La verdadera unidad, que es la unidad de clase y no de superestructuras, es imposible por fuera de la lucha; más precisamente, por fuera de una lucha con una determinada perspectiva de clase.

Cada uno de estos simples enunciados que hacen a la unidad, tiene de por sí una riqueza que sería inabarcable en este artículo, y sin embargo los amantes de la urna pretenden reducir todo al problema electoral.

¿Entonces qué hacemos?

Evidentemente, la única posición consecuente es la abstención, el voto en blanco, el boicot. Lo es en tal grado que ya se ha constituido como una práctica en algunos sectores del proletariado.

Pero debemos ser críticos al respecto. La apatía que generan las elecciones también se expresa en un rechazo al “voto en blanco” como forma de solucionar los problemas.

Por eso una campaña por el no voto, a secas, realmente no le aporta nada a la revolución.

Justamente, hay que aprovechar el ambiente electoral al que nos somete la burguesía para plantear salidas, y como señalamos anteriormente, la salida hoy pasa por el propio desarrollo político de la clase obrera: politizar la lucha salarial y reivindicativa en general; señalar el papel y los métodos que debe desplegar la clase obrera; y denunciar el circo electoral, como una política de dominación de la burguesía.

Estos deben ser, a nuestro criterio, los tres ejes fundamentales sobre los cuales debemos avanzar en la confrontación política en el corto plazo.

En otras palabras, esta debe ser nuestra postura frente a la coyuntura electoral.

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