Catástrofe humanitaria o revolución


El mundo se debate entre la catástrofe y la revolución. No queremos ser extremistas, ni plantear ninguna teoría del colapso, pero la tendencia de la estructura económica del capitalismo, no deja lugar a otras opciones.

El mes de julio será el más caliente del planeta tierra en los últimos 100.000 años. Las consecuencias de estas temperaturas no solo arrasan con el ciclo natural de la flora y fauna -cosa que no es menor-, sino que tiene implicancias directas sobre la vida social.

Fenómenos que hasta hace pocos años parecían imposibles se suceden, como la ausencia de agua potable en Montevideo, producto no solo de la falta de inversión en infraestructura, sino principalmente por la utilización del agua para la producción intensiva: pasteras, cultivo de arroz y de granos.

En el aeropuerto Internacional del Golfo Pérsico (Irán), se registraron  66,7°C, una temperatura que nuestro cuerpo apenas puede soportar. Y esto no es una excepción, en el verano del hemisferio norte, países como Italia, España o Estados Unidos están registrando temperaturas superiores a los 42°C desde hace más de una semana.

En el capitalismo, la destrucción de la naturaleza es un verdadero círculo vicioso: para combatir el calor, por ejemplo, se consume más energía, con lo cual se emiten mayores gases de efecto invernadero retroalimentando el calentamiento global. Lo mismo pasa con el agua, no es que el agua “falta”, que “se fue”, sino que es utilizada para la producción industrial en desmedro de las poblaciones.

Mientras tanto, las preocupaciones de la burguesía siguen siendo las mismas: cómo explotar más al pueblo trabajador, y cómo ganarle mercado a la competencia. Para eso recurren a todos los medios a su alcance: desde guerras comerciales, golpes de Estado, o guerras imperialistas.

Guerras como la de Ucrania, que constituye una verdadera carnicería humana al mejor estilo Primera Guerra Mundial, sin el más mínimo sentido militar se consumen millones de dólares en obuses, misiles y drones cuyo objetivo consiste en hostigar hasta la más insignificante trinchera. Una verdadera guerra de quema de fuerzas productivas, donde ya no importa si se gana terreno, sino cuanto armamento se utiliza, para incentivar el negocio de la industria química y metalúrgica, y cuantas pérdidas humanas puede contabilizar uno u otro bando.

Son dos caras de una misma moneda. El capitalismo nos arrastra a una crisis humanitaria global. Su ley básica, es la competencia de mercado, por lo que todos los capitales están obligados a utilizar todos los recursos que estén a su alcance para eliminar a sus competidores. Por eso es imposible que la burguesía brinde una salida a las catástrofes ambientales, que son, a su vez, catástrofes humanitarias.

La única salida es la revolución, no hay leyes más o menos verdes que nos vayan a sacar de este atolladero; no hay leyes más o menos justas que impidan la violación de derechos humanos y las guerras de rapiña; no existe posibilidad alguna de que el sistema capitalista nos lleve a otro lado más que a la destrucción de la humanidad.

Por eso, no se trata de batallas separadas: la batalla por la paz es la misma que aquella contra la contaminación y el calentamiento global. Por eso, no se resuelven “por separado”, se resuelven desde la lucha de clases, desde la destrucción de la clase dominante, de la burguesía, que es la responsable de esta situación.

Organizarse en el trabajo para luchar contra la explotación de la burguesía, sumarse a la construcción del partido revolucionario para plantar una alternativa verdaderamente revolucionaria, no son tareas postergables, no son tareas para un mañana.

No se trata de lo que nos gusta o no nos gusta hacer, sino de lo que es necesario. Y para evitar la continuidad y profundización de esta catástrofe climática y humanitaria, es necesario organizarse para destruir este sistema y levantar un verdadero Estado Socialista, que ponga al ser humano como prioridad, y no a las ganancias.

Y si el ser humano pasa a ser la prioridad, el cuidado de la naturaleza también lo será, porque sin condiciones ambientales protegidas, no existe humanidad.

Compartí este artículo