El G20 es una gran puesta en escena. Es precisamente un banquete del capital monopolista globalizado y concentrado, uno más de los tantos que realizan con las ganancias expropiadas a la clase obrera y los pueblos del mundo.
De aquel intento de centralización política a nivel mundial que tuvo en sus orígenes como extensión del G7 ya no quedan más que estos eventos anuales, que no hacen más que dejar en claro su impotencia frente a la crisis terminal y estructural del capitalismo, frente a los agudos enfrentamientos en su propio seno(guerras, aranceles) frente a la creciente lucha de clases que surca al planeta. Por ello, no es el partido internacional de la burguesía monopolista sino más bien -entre otras expresiones- una de las diversas fracciones de la clase dominante, haciendo lo único que saben hacer: abrochar negocios a corto plazo a costa de más explotación, y «embellecer» ideológicamente el capitalismo para realizar los mismos.
Este gran despliegue de “personalidades encumbradas” del mundo burgués altamente concentrado, representado por Ceos y multimillonarios, presidentes y ministros “iluminando con su desinteresada presencia el devenir de la humanidad”, que pretenden presentar este evento como un ámbito de distensión y consensos, es la expresión más nítida de la clase dominante y de todas las políticas que en función de sus intereses aplican los gobiernos de turno.
Esta es la burguesía monopolista a pleno, la responsable directa de las devaluaciones, de los salarios miserables, del crecimiento de la pobreza, de la falta de viviendas, de salud, del aumento de la superexplotación, de las deudas y el saqueo, de las guerras y las matanzas de pueblos enteros. Es la responsable de la destrucción de fuerzas productivas y de las crisis que agobian la vida cientos de millones de trabajadores, es la responsable de atenazar a una vida denigrante al 80% de la población mundial.
En esta suerte de lupanar de explotadores que es el G20, donde la “gobernanza mundial” es su gran preocupación, los debates sobre “la estabilidad financiera para el crecimiento inclusivo”, “la paridad de género en el mercado de trabajo y su impacto en el crecimiento”, “el futuro del trabajo y su impacto en la cohesión social” resultan ser verdaderas e hipócritas mentiras, y forman parte de un palabrerío soez con el fin de darle aire de seriedad en el marco de una situación política, económica y social asfixiante.
Si el dato público que menciona al G20 como expresión del 85% del PBI mundial aparece con cierto impacto y busca darle un plus como ámbito mayoritario, donde la institucionalidad burguesa esta expresada en los estados miembros. El dato que expone que sólo 10 de los 147 monopolios transnacionales más concentrados a escala planetaria superan con sus ganancias la suma de los PBI de 180 países, nos da una idea de cuál es el significado real de dicha institucionalidad.
Nos dice concretamente que la misma está subordinada a esos monopolios transnacionales y en función de sus intereses. Nos dice cuán fusionada está la democracia burguesa al capital monopolista.
El G20 representa a las fracciones monopolistas dominantes en su conjunto y a los mecanismos que han instituido mediante la subordinación del Estado a su entera dominación. He ahí el calibre ideológico que expresan estos encuentros. La democracia burguesa y la institución electoral como únicos mecanismos inalterables, para que nada cambie en el sostenimiento de este sistema social putrefacto. Esa es la panacea del G20.
Todo el despilfarro de recursos puesto para la realización de este evento frente a un pueblo que padece un ataque descomunal a sus condiciones de trabajo y de vida, resulta más ruin y repugnante cuando se lo intenta presentar como la cara visible de lo bien que pueden marchar las cosas. Cuando contradictoriamente, desde el mismo seno de esta clase decadente, se alzan voces que anticipan nuevos y más agudos terremotos económicos y político, dado que reconocen que la supuesta estabilidad planetaria descansa sobre un volcán humeante. Sin embrago aún a costa de preservar las condiciones ideológicas y políticas de dominación, niegan lo evidente, lo que la realidad muestra con toda crudeza.
El hecho ineludible y que la burguesía no puede ocultar es que toda la sociedad está dividida en dos grandes campos, la clase obrera y la burguesía.
Esta gran y profunda división es cada vez más pronunciada: una minoría parasitaria y explotadora frente a una amplia mayoría de obreros y trabajadores, confrontan antagónicamente sus intereses. La preocupación del poder monopolista frente a ello es que la lucha de clases no avance a niveles más agudos -o sea- revolucionariamente.
De allí que toda la maquinaria ideológica dispuesta para frenar esta confrontación esta puesta en la gobernabilidad. El G20 es un ejemplo de ello.
Enfrentar al G20 desde la movilización en las fábricas, desde las calles, en las barriadas, en las escuelas es profundizar su ingobernabilidad, es poner en la escena que la clase obrera y el pueblo queremos lo opuesto a lo que ellos y su sistema son y representan, que lucharemos por ello hasta derrocarlos definitivamente.
Porque si aspiramos a vivir dignamente debemos constituirnos en el torrente que barra revolucionariamente con toda esta podredumbre, para construir desde nuestro propio protagonismo una sociedad superadora, una sociedad socialista.