UN FUSILAMIENTO QUE NO QUEDARÁ IMPUNE

Fue claramente una masacre, un fusilamiento.

Sin embargo, a las pocas horas de ocurrido el hecho, los funcionarios judiciales y de gobierno, la policía y los medios masivos de difusión se apresuraron a esparcir la versión de que se había tratado de un “ajuste de cuentas entre bandas”.

Todos ellos “sabían” rápidamente, aunque no había ningún testigo presencial ni sospechoso detenido, que los autores eran de la barra de Newells Old Boys. Todos “sabían” que se trataba de “narcotraficantes que se disputaban el territorio del barrio Moreno” y que a esa razón se debía el crimen.

Pero este hecho no ocurrió en medio de una situación política en que la impunidad es irrevocable. Este hecho ocurrió en medio de una situación de masas en que a la burguesía no se le deja pasar nada.

Es por eso que el eco de la verdad que, desde un principio conocían los familiares y habitantes del barrio, comenzó rápidamente a ganar la calle de toda la ciudad de Rosario y, entonces, los funcionarios judiciales y de gobierno, la policía y los mismos medios que dieron la primera versión, salieron a decir que las muertes habían sido producto de una “confusión”.

Sin que se les moviera un pelo, y sin que hubiera detenido ningún sospechoso, ahora todos “sabían” que a Jeremías Trasante (17), Claudio Mono Suárez (19) y Adrián Patom Rodríguez (21), los habían matado unos narcotraficantes que los habían confundido con otros narcotraficantes. Ahora, para esas mismas usinas de mentiras, los muertos eran tres muchachos inocentes quienes habían sufrido las consecuencias de la maldición de la droga y sus negocios oscuros, del bajo mundo de las barras bravas y de la peste de la pobreza.

Resulta que esa lluvia de desgracia es un agua que no moja ni a los funcionarios, ni a los dueños de la sociedad, es decir, a la burguesía. Se trata de una hierba mala que crece en medio del trigal y hay que eliminarla porque genera estos crímenes aberrantes.

Para la burguesía, los barrios humildes son los lugares preferidos de esta peste y, por las dudas, son todos sospechosos hasta que se demuestre lo contrario. Ése es el mensaje.

Pero el mismo día en que mataron a estos tres militantes del Frente Popular Darío Santillán que luchaban contra la miseria generada por la propia burguesía, ocurría otro crimen en Río Negro. El gobernador había sido asesinado de un tiro a quemarropa.

Sin embargo, allí, en donde su esposa estaba sola con él en la habitación y no se había registrado otra presencia, según la información oficial, los funcionarios, la policía, la justicia y los medios no hablaban de crimen. Nadie sabía nada, el gobernador había muerto en un “hecho confuso” y que era muy “complejo para esclarecerse”.

Hasta el día de hoy, nadie de esos voceros habló de asesinato.

Allí, no hubo ajustes de cuentas, no hubo negocios sucios, no hubo intereses en disputa por capitales financieros que intentan apropiarse de ganancias de otros capitales y de una porción de la riqueza del país, tampoco hay narcotráfico ni nada de esas pestes. Sólo hay dos víctimas: el gobernador fascista y kirchnerista de Río Negro y su pobre esposa sollozante quien puede haberlo matado en un “rapto de emoción violenta”. Y por eso hay que atenderla y mimarla porque “sería inhumano encerrarla en una cárcel”.

Este impúdico carácter de clase que se le dio a una y otra noticia, es una cabal expresión de la ideología de la clase burguesa.

El asesinato de gente del pueblo de los barrios pobres son “ajustes de cuenta entre bandas”, mientras que el asesinato entre burgueses es una “muerte trágica”.

No hubo casualidad en el crimen de Jere, Patom y Mono.

La burguesía sostiene su poder gracias a su gran capacidad económica y, además del Estado a su servicio, se vale de bandas armadas y del negocio de la droga para domesticar, podrir las mentes de los jóvenes y sus potenciales enterradores y para hacer enormes negocios.

Son los grandes capitales financieros los que manejan las drogas. Se necesitan montañas de dinero para esos negocios. Y ese dinero lo tiene le oligarquía financiera. Los punteros y repartidores de los barrios son instrumentos de esa oligarquía financiera a la que pertenecen los empresarios de traje y corbata y modales finos. Las barras bravas y los punteros barriales, son la mano de obra que la burguesía necesita para la parte de sus negocios que no blanquean y para intentar controlar la rebeldía de los pueblos.

No hubo ninguna confusión ni casualidad en este asesinato. El mismo fue una consecuencia inevitable de la existencia de esta lacra generada por la propia oligarquía financiera y alimentada por los funcionarios judiciales, gubernamentales, policiales y medios masivos de difusión que reproducen la ideología podrida de este sistema capitalista en la etapa más profunda de su descomposición.

A esta última razón se debe que su impunidad no dure y que el pueblo haya logrado que, a los pocos días de ocurrido el crimen, se supiera la verdad. Hoy viernes se realiza una marcha popular exigiendo justicia por esta masacre. Los vecinos y la gente del pueblo, ya han anotado en la columna de cuentas pendientes a los responsables de esta matanza quienes, seguramente pagarán, a manos de la futura justicia popular, por las atrocidades cometidas.

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