Una gran burbuja

Todo el discurso de la burguesía está sustentado sobre una gran burbuja. Abrimos los diarios y más allá del “color” con que se pinten para la guerra cada uno de ellos, nos hablan de todo, sin hablarnos de nada que verdaderamente nos importe. Unos, venden “progreso y crecimiento”, y otros, agitan conque el problema es “en manos de quién está el gobierno”.

La realidad de los trabajadores y el pueblo nada tiene que ver con el “avance” de la economía, los volúmenes de producción, de las exportaciones, o del superávit fiscal. Mejor dicho, nuestra realidad –justamente- empeora cada día en la medida que ellos, clase dominante, multiplican sus negocios, y por ende, sus ganancias.

Ya no les da la cara para decirnos -como hasta no hace mucho tiempo- que acá estamos mejor que en el primer mundo, porque la crisis política los golpea en la cara y las caretas se les caen a pedazos.

Los interrogantes y angustias que tenemos los millones de argentinos de a pie; están centrados en una sola cuestión: lo mal que estamos viviendo, en todo sentido, se lo mire por donde se lo mire. Las injusticias, la explotación, el desprecio, el saqueo, la opresión y la violencia golpean sobre nosotros como pesadas piedras que nos agobian más y más. No podría ser de otra manera, en un sistema como el capitalista en donde el tener es más importante que el ser. Basta comparar los barrios obreros con los barrios burgueses para ver las diferencias de todo tipo, en la calidad de las construcciones, en las comodidades de las viviendas, en las prestaciones de los servicios públicos, en el transporte, en las vías de acceso y su estado de conservación. Ejemplo desgarrador lo constituyen las escuelas a dónde concurren nuestros hijos, “contenedoras” sociales, en donde los contenidos educativos pasan a un segundo plano, con carencias edilicias y de materiales de todo tipo. Existe una educación (como también una salud) para los hijos de los trabajadores y el pueblo, y una educación y una salud muy diferente para los hijos de la burguesía. Del mismo modo, el deporte, la recreación y la cultura, son objeto de la desigualdad.

La supuesta igualdad de oportunidades que pregona la burguesía monopolista es insostenible hasta desde el discurso.

Fiel reflejo de esto, de la crueldad y la opresión capitalistas, son las condiciones de trabajo y de vida de las masas laboriosas, de nuestra clase obrera y nuestro pueblo; en un mundo que para nosotros se hace cada vez más chico y el encierro se agudiza. El presente (y el futuro) que pregonan, no asoma, es impredecible, nada se puede planear ni proyectar, y ni que hablar de soñar…

Todo esto sucede mientras gracias a nuestro esfuerzo y trabajo, los bienes se multiplican y las ganancias de las empresas se acrecientan, pero nuestros salarios alcanzan cada vez para menos. Y todo lo narrado hasta aquí, no le pasa a un hombre o a una mujer aislada, a un solo individuo que tiene mala suerte, sino a la clase obrera en su conjunto, y por ende, al conjunto de las capas populares. Es el sistema capitalista de producción el que genera esta sociedad salvaje basada en la explotación y el sojuzgamiento de las mayorías en beneficio de unos pocos, de los que no podemos esperar ni progreso, ni crecimiento.

Todo aquello que pretenda mirarse o analizarse por fuera de esta óptica de clase, carecerá de sustento y arribará a conclusiones equívocas. El progreso al que aspiramos como clase y como pueblo sólo será posible con una Revolución que rompa las cadenas del sometimiento; y el crecimiento sólo será posible con la edificación de la sociedad socialista que barra todas estas lacras, miserias y padecimientos, dando lugar a lo verdadero  que habita en el Hombre. El camino para lograr esa meta lo estamos transitando hoy.

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