En la carta que publicáramos en el día de ayer, enviada desde Santiago del Estero, se denunciaba crudamente la devastación que generan los agronegocios y la connivencia de los funcionarios públicos con los intereses de las grandes corporaciones, para quienes están a su servicio.
Algún desprevenido podría pensar que este es un problema lejano a las grandes concentraciones urbanas, pero la realidad en nuestro país supera cualquier ficción.
De acuerdo a estudios recientemente difundidos, en La Matanza, Pcia. de Buenos Aires (a menos de una hora de auto de la casa de Gobierno) un tercio de las tierras cultivables están sembradas con soja.
Según los últimos datos (oficiales), en el partido hay más de 4 mil hectáreas sembradas con soja, el 34% de las 11.752 hectáreas rurales que existen hoy.
Las zonas principalmente sembradas con soja se encuentran camino a Cañuelas, sobre la Ruta Nacional 3 y sus alrededores, a partir del kilómetro Nº38. En la mayoría de los casos se trata de superficies que están bajo el sistema de pooles de siembra y llegan hasta las 200 hectáreas.
El fenómeno no es exclusivo del partido más poblado de la provincia de Buenos Aires, sino que también puede verse en lo que conocemos como el Gran Rosario y sobre los cultivos hacia el sudeste, como Necochea, Tres Arroyos, Benito Suárez, donde la soja avanza según el clima.
Como es de esperarse, todo este “avance” está haciendo desaparecer (o en el mejor de los casos, está desplazando) a las quintas de frutas y verduras; reduciendo de forma notable la oferta y por ende, generando una mayor concentración. La menor oferta por las frutas y verduras desplazadas por la producción sojera presiona sobre los precios de los alimentos y contribuye a la suba del valor por hectárea de los campos.
Y de la mano de la oleaginosa, viene el veneno: ya hubo varias denuncias de vecinos por la fumigación, debido a que se encontraron restos de glifosato en los campos vecinos. La fumigación terrestre, salvo alguna disposición puntual de algún municipio, está permitida, mientras que la aérea está prohibida para “no afectar a la población”. Por supuesto que, sí del gobierno de la burguesía se trata, del dicho al hecho siempre encontraremos “diferencias”, y las consecuencias nefastas siempre las paga el pueblo.
Unas pocas palabras tomadas de una entrevista a Gustavo Grobocopatel nos permitirán rápidamente entender “la transformación” de la agricultura argentina en los últimos años, desde la visión de unos de sus más conspicuos ganadores: “En Argentina, a diferencia del mundo, hoy no tenés que ser hijo de un chacarero o un estanciero para ser agricultor. Tenés una buena idea y tenés plata, vas, alquilas un campo, y sos agricultor. Este es un proceso extraordinario y democrático del acceso a la tierra, donde la propiedad de la tierra no importa; lo que importa es la propiedad del conocimiento”.
A mediados de la década del noventa, Argentina fue el primer país latinoamericano en legalizar el cultivo de soja transgénica. La superficie cultivada con transgénicos alcanzó, en 2011, a veintidós millones de hectáreas. El 98% de la producción mundial de transgénicos se encuentra concentrada en sólo ocho países; los tres primeros son Estados Unidos, que concentra el 43% del total, Brasil con el 19% y, en tercer lugar, Argentina con el 15%.
El rostro más visible (y terrorífico) de esto son las empresas trasnacionales -como Monsanto, Cargill y Syngenta-, que en la actualidad controlan el mercado de tecnologías agrícolas a nivel mundial, y por supuesto, todos los negocios que de él devienen.
En La Matanza, también se consigue…