Qué lejos han quedado los días en que la burguesía monopolista a nivel mundial proclamaba el “Fin de la Historia” y “La muerte de las ideologías”!
¡Cómo añoran estos personajes aquellos días de “gloria” para sus mezquinos intereses, cuando, como una peste que se expandía por todo el planeta, uno por uno, el conjunto de los pueblos sufría una nueva vuelta de rosca de su dominación!
¡Cómo extrañan hoy aquella época de avance sobre las conquistas históricas de los trabajadores, de sometimiento a los pueblos, de saqueo a los patrimonios, sojuzgando más y más a las masas populares!
En aquellos años, nuestro país era puesto como ejemplo de lo que debía hacerse, del modelo que debía seguirse. Pero una cosa son los cuentos infantiles y otra muy diferente es la lucha de clases.
El Santiagueñazo (1993), Cutral-Có (1996), las jornadas memorables de Mosconi y Tartagal en Salta, el 2º Cutral-Có, y el puente correntino (1999). Todo un camino que fue abonando una experiencia de luchas de masas, un aprendizaje incesante, una síntesis elaborada colectivamente en cada ejercicio de enfrentamiento y acción popular. La autoconvocatoria, la acción masiva, el protagonismo colectivo, fueron la llave que posibilitó y abrió la puerta al pueblo movilizado, en las históricas jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001.
Mucho agua ha corrido bajo el puente pero ese es el origen y la base fundamental de la crisis política que atraviesa hoy el sistema capitalista en nuestro país y la verdadera causa de su profundización.
Desde aquel momento, la lucha de masas no volvió nunca a los cauces de la institucionalidad burguesa, sino que sumó a un verdadero peso pesado que dio a la acción autoconvocada un carácter distinto: la clase obrera.
Si hasta hace algún tiempo, la lucha podía tener un carácter defensivo, de resistencia a los abusos, a la prepotencia del poder, la irrupción de los trabajadores muestra un camino ofensivo, de reivindicaciones, de conquistas.
La burguesía le tiene terror a que los trabajadores en lucha ganemos protagonismo, que ocupemos el centro de la escena política, que como un imán, atraigamos las demandadas y las aspiraciones de todo el pueblo. Un pueblo que espera la aparición nacional de un proyecto revolucionario, y que por la misma experiencia histórica, intuye que sólo puede surgir de las entrañas de la clase obrera.
Hay un piso objetivo y material, la desconfianza y el rechazo a todo lo que viene de la burguesía, teñido de saqueo, fraude y corrupción. Todos sabemos lo que no queremos. El enfrentamiento popular ha desnudado la cara de la dominación de los monopolios, y los ha obligado a salir de las sombras y mostrarse, como los vemos hoy, que son los que realmente gobiernan la Argentina. Los tenemos cara a cara, sin intermediarios.
Reciben el beneficio del trabajo y el esfuerzo de millones de compatriotas. Cuentan con el control absoluto del aparato del Estado y desde allí deciden los planes y políticas. Toda la superestructura política juega en la cancha que ellos marcaron y, más allá de las palabras, les son funcionales a sus maniobras y su farsa democrática.
Pero han perdido el control sobre las masas y lejos de recuperarlo, día a día nuevos sectores salen a la lucha, agudizando la lucha de clases y acercándose, aún sin saberlo, a los intereses de la revolución.
Es responsabilidad de la clase obrera, de las vanguardias que las masas promueven en cada lucha, asimilar la importancia de las aspiraciones de cambio que contienen las fuerzas que se ponen en movimiento.
Ponerse al frente de todo ese potencial y darle una dirección unitaria que resuelva no sólo la lucha actual, los reclamos por justicia y dignidad, sino que encolumne a todo el pueblo hacia el porvenir, hacia una sociedad sin explotadores ni explotados, hacia la Revolución y el Socialismo, es una posibilidad cada día más real y concreta.
Esta es la esencia de la crisis política de la burguesía, su crisis de dominación. Profundizarla es la obligación del momento.