Ley de Medios: nuestra posición

Las aspiraciones democráticas de nuestro pueblo no tienen límites. Nos quieren imponer un falso debate sobre la ley de medios, como si el Estado, que es de los monopolios, pudiese desconcentrar a los monopolios de la comunicación. La descomposición del sistema  tiene inmersa a la burguesía en una degradación institucional; la puja de intereses en disputa por arriba nada tiene que ver con la desconcentración de medios. Por el contrario, el capitalismo en su fase imperialista tiende a la concentración económica  y a la concentración política, tiende a la reacción.

Todos los medios de la burguesía (Clarín, Telefe, América, el Grupo Uno, La Nación o cualquiera de ellos, asumen frente a la lucha del pueblo una clara posición de clase, basada en el ocultamiento o en la tergiversación, como ha ocurrido en el conflicto de El Tabacal o la lucha de los pueblos contra la minería, entre otros.

No pueden intentar dominar como clase sin tomar en consideración que se está abriendo una etapa de enfrentamiento de  clases que va imponiendo en los hechos exigencias democráticas que nada tienen que ver con la” ley de medios.” Con o sin ley, la burguesía utiliza sus medios y recursos para intentar frenar el potencial de lo que se está viniendo, algunos se presentan como  progresistas, que habrá “desconcentración” pero esconden su carácter reaccionario de frenar lo que en la vida les está haciendo difícil frenar. El control político e ideológico, mantener y profundizar la dominación de clase, que como hasta ahora es su objetivo.

Nuestro pueblo condiciona la gobernabilidad de la burguesía y dentro de este sistema hay que seguir acorralándolos, creándoles todo tipo de dificultades políticas, que erosionen su poder.  Esta ley aparece para intentar estorbar este objetivo, poner dudas y vacilaciones.

No existe una sola posibilidad histórica bajo el Capitalismo Monopolista de Estado de una desconcentración de medios, porque la historia no vuelve para atrás, sólo existe la posibilidad histórica de la lucha y la movilización, que derriben las barreras legales e institucionales que intentan frenar el proceso revolucionario. No importa que maquillen la realidad con “progresismo”, que intenten confundir por algún momento, lo cierto es que los tiempos corren a favor del pueblo que en su movilización y estado deliberativo permanente, cuestiona cada decisión del poder; y esta ley será una más de las que serán hostigadas por la fuerza de la lucha ya entablada.

Lejos de lo que se propagandiza, la ley de medios es reaccionaria; no sólo por su contenido “leguleyo” sino  principalmente, por el objetivo político e ideológico que contiene. Decíamos al principio que nuestro pueblo ha conquistado todo lo que tiene, y que nada le fue otorgado por la burguesía, basta mirar la historia de medio siglo, por no ir más atrás. Infinidad de medios alternativos, que en los ámbitos locales están junto a la lucha del pueblo por sus demandas, lejos de ser “beneficiados”, se encontrarán nuevamente sin nada.

Las aspiraciones democráticas de nuestra clase obrera y nuesto pueblo sufrieron el garrote de la burguesía, la muerte, la desaparición, la marginación y el encarcelamiento, y a pesar de todo, el ímpetu de mayor libertad no dejó de avanzar;  pasó por todas las pruebas que le  impuso este sistema que hoy, hipócritamente, se presenta como el “adalid” de la libre expresión.

Porque se está apuntando a frenar el ímpetu que recorre a nuestro pueblo, se le quiere imponer límites a lo que no se le puede imponer límites; a la vez que se intenta adecuar la concentración política  a la concentración económica en la defensa del sistema.

Esta es una ley que nace muerta, que a muy pocos confunde e interesa. Algunos se regocijarán por las migajas que les tiren para apaciguar las aguas entre las clases en disputa, pero el problema para la burguesía lo tiene por otro lado: nuestro pueblo no callará, no se someterá a la ley, no frenará su aspiración democrática y de libertad, seguirá derribando los límites e impondrá desde la lucha, los temas candentes en disputa.

Una época en donde el “orden del día”, “la agenda” se impone desde la lucha.

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