Nuestra clase obrera intuye un cambio revolucionario

¿Hasta cuándo nos la vamos a pasar peleando por salarios? La pregunta va determinando, intuitivamente nuevas inquietudes y necesidades, apareció tímidamente en algunos trabajadores (ante cada nueva escalada inflacionaria y el acto reflejo del reclamo de aumento salarial).

Esta insinuación hoy comienza a ser un sentir generalizado de la clase obrera que, subiendo un peldaño por las experiencia de lucha que va realizando, coloca el estadio de conciencia en un plano que lo obliga a elevar la mirada. ¿Y hasta cuándo? ¿O acaso nos vamos a pasar toda la vida así?

Cuánta justeza y cuánta razón hay en el interrogante, pues la lucha meramente económica al no ir acompañada de una estrategia como clase que signifique el norte que la conduzca al fin de una etapa de la humanidad que es la explotación del hombre por el hombre, lleva sin dudas a que la sistemática lucha por los salarios (desde un ejercicio en donde todo termina ahí, en el reclamo), termine inevitablemente en una limitación que no permita el avance y desarrollo de la construcción del poder en el seno de la clase obrera, tanto en el terreno de la organización como de la movilización; constituyéndose las herramientas en enajenadas y opacas, pues el alcance de los objetivos no van más allá que la discusión de salarios cada doce meses.

Por ello, el interrogante que plantean las masas no solo es justo sino que en la pregunta subyace un extraordinario contenido revolucionario. En primer lugar porque expresa el hartazgo de la superexplotación, y de ahí la búsqueda de romper con esas cadenas, lo cual NO LLEVA SOLAMENTE A LA ASPIRACIÓN DE UNA VIDA MEJOR SINO DE CÓMO HACERLO.

Acá es donde entra el papel del proyecto revolucionario, y de los obreros revolucionarios, que desde al pié de la máquina y la lucha, se comiencen a plantear decididamente las ideas y las consignas que rompan el techo de la lucha económica, y pasar así, sin demoras, a la lucha política que cristalice en los hechos una franca y abierta lucha política de la clase obrera que permitirá, junto al pueblo, quebrar ese techo y pasar así a situaciones superiores en la lucha por el poder político que destruya el Estado de los monopolios.

Esto no es una generalidad o una banalidad idealista. Las masas tienen bien clara ya las limitaciones de las luchas económicas: estas se hacen y se harán siempre. Pero la burguesía, que no es tonta y que tiene años de dominación permanentemente, bajo los más diversos mecanismos políticos, trata de embarrar la cancha mimetizándose en ciertos lenguajes pseudo populares. Por lo cual, no es que todos hablamos el mismo idioma, pues en los métodos de organización, en la democracia directa, en las luchas con independencia de la clase obrera por fuera de las leyes laborales impuestas por la burguesía, o las viejas y perimidas estructuras sindicales, incluso aquellas que van más allá de la corrupción de sus estructuras sino que responden a una estructuración netamente vertical que camina a contrapelo de las prácticas cada vez más sociales que la producción ha desarrollado hoy; si no partimos del concepto de la autoconvocatoria que ejercen y demandan las masas, no lograremos nunca sacarnos el lastre que significan las formas de organización actual. Por ejemplo, no es lo mismo una comisión interna de 5 ó 6 miembros y 20 delegados en una fábrica de 800 a 1200 obreros, que una organización de bases que supere, por lo menos, al 25% o más de los trabajadores que puedan llevar los debates al resto de los trabajadores durante todo un turno los 365 días del año, de los más diversos problemas que cuando se llegue a una resolución pasó por la boca y la mente de todos los trabajadores, es decir, una cosa es que lo decidan 5 tipos a que la discusión y la decisión haya corrido por toda la fábrica.

Pero para ello se debe partir enérgica y revolucionariamente en tomar ciertas medidas en el orden político, organizativo y metodológico de masas, que de no hacerlo, no se podrá salir nunca de las telarañas del economicismo. Por supuesto que esto es independencia de la clase obrera que con estos métodos le desatará las manos al proletariado para que las ideas revolucionarias fluyan en grandes torrentes.

Por ejemplo, con las “tradicionales” formas de organización, qué hace hoy la burguesía con un delegado honesto, combativo y con ideas avanzadas? Muy imple, si no lo puede despedir le tira 10.000 problemas todos los días: que recibos de sueldo mal liquidados, que una discusión de un jefe con un obrero, que la ART no me quiere reconocer esto o aquello, que lo quieren suspender a fulano o mengano, que un problema de inseguridad, etc., etc. No alcanzarían las páginas para describir cómo la burguesía inventa problemas. Tenemos un delegado, el mejor compañero, si se quiere, un extraordinario revolucionario, y tiene que andar así, todo el día, corriendo de un lado para otro; y así, solito, ni aunque se lo proponga, termina metido hasta las orejas en el economicismo: es un funcionario más que anda apagando los incendios que le tiró la burguesía.

Ahora, imaginémonos tomando el ejemplo de la fábrica de 1200 obreros, que en un sector de 80 hay un delegado y una organización de 20 compañeros nombrados a través de la democracia directa por los 80, y que cumplen diversas funciones y resuelven determinados problemas, incluso técnicos; no sólo están organizados los 80, sino que los que les empiezan a tirar los problemas a la empresa son los trabajadores. Eso desata las manos, los obreros comienzan a identificarse cada vez más como clase y se produce un ejercicio del poder, y ya no solo se mirará la fábrica sino la zona, la región y el país; pero no desde un par de iluminados sino desde una amplia y vasta organización de la clase obrera. Esta se verá a sí misma.

Ahora bien, esto sin la organización de un partido revolucionario que aspire a la lucha revolucionaria por la toma del poder, que se proponga esta tarea política en relación a este verdadero ejército político de la clase obrera, tampoco habrá revolución. Por ello, la expresión autoconvocada que cada día expresan las masas es una posición revolucionaria que empuja cada vez más a la participación y decisión masiva de todos. La lucha de clases no espera, avanza, aunque encuentre límites que contengan el avance de la revolución para que esta no se desate en toda su magnitud.

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