Lo tenemos todo y no tenemos nada

Toyota “invierte”, ¿hay “otra vida” sin estas inversiones?

Mientras Toyota “invierte” ochocientos millones de dólares en su ampliación en la planta de Zárate para producir 150.000 unidades a partir del 2015 (hoy llega a 97.000), la crisis del transporte en nuestro país llega a límites insospechados.

En el sistema capitalista la ganancia genera anarquía.

La competencia intermonopólica a nivel planetario exige dar respuestas que poco tienen que ver con las necesidades de nuestro pueblo o los pueblos del mundo.

No hay inversión de Toyota, lo que hay es el resultado del esfuerzo humano para producir, es trabajo. Una planta con más de 4.000 trabajadores, mayoritariamente obreros, administrativos y una cadena infinita de trabajo acumulado, resultado de miles de autopartes que se arman en pocos minutos.

Toyota, al igual que otras empresas monopólicas, reciben del Estado enormes subsidios y exenciones de impuestos, riquezas que provienen del esfuerzo de todo el pueblo trabajador, generador  de las riquezas.

El sistema nos “vende” que esas inversiones le hacen bien al país y que fuera de ello no hay otra vida posible. Que sin ellos  el “fin del mundo” se acerca.

Si en realidad definimos que no existe tal inversión, sino que esas sumas son producto del robo de trabajo no pago al obrero en la generación de la riqueza (plusvalía), veremos que esas jugosas cifras le pertenecen a la fuerza de trabajo, es decir al hombre en toda la cadena de producción, que ni empieza en la planta ni termina en ella. Enormes fuerzas de trabajo organizado, de alta calidad de mano de obra, de no menos importancia administrativa, de una metodología y organización calificada…en fin, una estructura productiva de fuerza de trabajo que no se construye en un día, ni en diez años, es un orden industrial instalado que tiñe a nuestra sociedad desde fines del siglo XIX.

Con esta clase obrera y este orden industrial impuesto, tenemos en el Estado y quienes nos gobiernan a esas minorías que nos roban nuestra fuerza de trabajo y aparecen como salvadores, cuando “invierten” con “platita” robada de nuestro bolsillo.

Así las cosas no pueden seguir, hay otra vida que nada tiene que ver con la ganancia, una vida que dé respuesta a los problemas candentes de nuestra sociedad.

Pero para ello tenemos que sacar del medio al Estado que le pertenece a estas minorías, cada vez más minoritario, y construir un Estado de la clase obrera y de todo el pueblo, que somos la aplastante mayoría  del país. Con ese Estado revolucionario, la empresa Toyota (de los trabajadores) tendrá que ser reconvertida inmediatamente para producir, por ejemplo, transporte colectivo que mejore inmediatamente las condiciones de los pasajeros que hoy el sistema desprecia de manera inhumana.

Los nuevos dueños de Toyota, el Estado  Revolucionario, no irá detrás de una producción desenfrenada que hoy va contra el ser humano y la naturaleza.  Permitirá que toda esa fuerza de trabajo explotada y oprimida de hoy, libere su inteligencia individual y colectiva aplastada hoy en día por horas de trabajo y condiciones subhumanas.

Lo tenemos todo y no tenemos nada, pero poseemos las ganas de cambiar revolucionariamente las cosas, mientras la presidente se sienta a la mesa con el “Sr.” Toyota, a festejar el nuevo arrebato del tesoro.

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