Partimos de la idea de que las políticas revolucionarias tienen que avanzar en profundidad y en amplitud entre el pueblo. Esos conceptos encierran la necesidad de que la revolución es obra de las grandes mayorías explotadas y oprimidas.
¿Por qué en amplitud?
En amplitud se entiende que las políticas revolucionarias tienen que llegar a todo el pueblo. Existe una fuerte presión de la ideología burguesa orientada a la subestimación a las mayorías, expresiones como que “la gente no entiende”, le “falta educación” y en el peor de los casos “somos un pueblo que no quiere trabajar”, somos “corderos” etc. Estos conceptos, en el fondo, van contra la idea de una revolución o, en todo caso, a verla en un horizonte muy lejano… En definitiva, la imposibilidad de cambio y, en consecuencia, se deduce que sólo se puede mejorar lo que tenemos.
Es muy cierto que con las ideas separadas de la acción revolucionaria no se avanza en el camino correcto, pero hay que entender que nuestro pueblo permanentemente echa mano a acciones concretas, luchas cotidianas de todo tipo. La mayor parte de ellas son silenciosas, grises, no tienen prensa pero son gotas de agua que erosionan el caminar del poder burgués, los mete en sus crisis políticas porque nos les cree nada de lo que hacen y dicen.
Imaginemos entonces que a esas acciones, que son múltiples, lleguen las políticas revolucionarias. Esas grandes mayorías negadas por la burguesía pero imprescindibles protagonistas de los grandes acontecimientos de cambios sociales. Las políticas revolucionarias no deben frenarse en las fronteras de la subestimación impuesta por la oligarquía financiera. Como decía el Che: «…siempre que haya oídos receptores…»
Todo el pueblo tiene que saber hacia dónde vamos y por qué es posible cambiar. Así como se lucha por sobrevivir en la selva que impone el Capitalismo, con la misma fuerza y con la misma bronca, debemos difundir las ideas revolucionarias en esas acciones revolucionarias.
¿Por qué en profundidad?
Porque en cada fábrica, barrio, escuela, facultad, hospital, etc., las ideas revolucionarias en general tienen que tener políticas concretas que incluyan la organización en sus diferentes niveles. No hay un solo lugar en nuestro país en donde un pueblo, por más pequeño que sea el lugar, no haya dado pelea por su dignidad. Así, no hay lugar de trabajo, barrio, de salud, educación o lo que fuere que no haya brindado a la sociedad luchadores, organizaciones confiables. A esos lugares, que tenemos al alcance de la mano, hay que llegarles con la idea revolucionaria, con el plan revolucionario, con la táctica revolucionaria. Para ello hay que concentrarse en esos lugares concretos para que, desde allí y simultáneamente, se avance en lo más cercano, es decir, a otras fábricas, otros barrios, etc. En esa profundidad, que a la vez debe ser amplia, la revolución camina en su propio terreno, en el de la fuerza del pueblo, en la masividad.
El poder lo sabe e intenta por todos los medios sacarnos de allí. Nos juega con las luces de colores del electoralismo, de protestar en el “centro de la ciudad” y abandonar nuestro terreno, nos entretiene con sus internas aberrantes.
Estamos en un momento en donde confluyen las protestas, la exigencias. Y, de una buena vez, lo que no hacen ellos lo hacemos nosotros pueblo. Los reemplazamos y le marcamos el terreno, avanzamos con nuestra institucionalidad lograda en años y años de lucha. Nuestras instituciones son nuestras casas, nuestros clubes, nuestras plazas, lugares abiertos y cerrados, pero son nuestros lugares en donde nos reunimos y tomamos decisiones. Lo mismo en fábricas, facultades, etc.
El camino de la revolución hay que construirlo con la unidad del pueblo, pero ojo, la unidad fundamental es del pueblo y con todo lo que ella da. De ninguna manera hablamos de unidad por arriba sin lo de abajo, de acuerdos «entre dirigentes» solitarios. Estamos hablando de la unidad popular que se va cimentando en la lucha, en las asambleas populares, democráticas hasta la última gota de sangre.
Nada de unidad por detrás del pueblo que imponga metodologías por fuera de la experiencia ya asumida de las mayorías que luchan. Gran confianza en el pueblo, es gran confianza en estos caminos que robustecen las raíces de la revolución. Son buenos los atajos, pero cuando las políticas se hacen para los atajos se vuelve oportunista. De allí que las grandes cosas se hacen todos los días, por imperceptibles que ellas aparezcan, no hay momento de descanso para insertar las políticas revolucionarias en las acciones cotidianas de nuestro pueblo, allí está dada la profundidad, haciendo foco en ese potencial del pueblo movilizado.