La unidad de la clase obrera y el pueblo es estratégica para una revolución triunfante

La unidad es uno de los aspectos determinantes en todo proceso revolucionario que se plantee el difícil y complejo camino de la emancipación de todo un pueblo, siendo ésta la empresa más grandiosa y humana que desafía a la explotación del hombre; que por su grandeza, firmeza y convicción de los revolucionarios en tal proyecto no puede ir reñida con la amplitud en la comprensión de los actores que constituyen a los más diversos sectores del pueblo. Muy por el contrario: la unidad es un elemento que debe resaltar como un aspecto central en un auténtico proceso revolucionario.

Esto es así, pues para tratar este tema indefectiblemente es preciso comprender y asumir que debemos partir desde la lucha de clases donde la clase obrera es la más interesada en contemplar el problema de la unidad como una de las columnas vertebrales de la lucha para la toma del poder.

Las experiencias de los diferentes pueblos que lograron alcanzar la toma del poder en la lucha contra el sistema capitalista tuvieron que resolver este paso donde las experiencias en este terreno fueron muy diversas pero con un denominador común: la unidad terminó de definir la llegada y el alcance de las políticas del proletariado a las más amplias mayorías que, cuando se plasmó en su punto más álgido, definió la correlación de fuerzas y con ello el desenlace del triunfo de la revolución.

Visto así, desde el materialismo histórico, experiencias como ejemplo hay muchas, pero queremos citar una, la de la Revolución de Octubre en Rusia, resultando ser una experiencia magistral en el aspecto de la unidad, pues “¡¡¡Todo el Poder a los Sóviets!!!” fue más que una consigna que alentaba las experiencias de unidad y poder de las masas movilizadas donde los bolcheviques se fundieron en los sóviets y llevaron a éstos al más elevado plano político.

Nuestro dirigente, Mario Roberto Santucho, dejaría un legado en relación al problema de la unidad en su trabajo Poder Burgués, Poder Revolucionario donde plantea la unidad como inherente a la construcción del poder. Pero partía de una premisa que hoy debemos revalorizar y desarrollar, en relación a que cuando hablamos del poder su esencia es el poder local, y ahí, sin unidad, transitar con aciertos políticos resulta absurdo e inviable, sobre todo porque se termina, en última instancia, poniendo el carro delante del caballo. Es decir, se superpone la unidad de las estructuras por sobre la unidad de las masas.

El verdadero papel de la organización política revolucionaria está para orientar con política y aportar en organización a lo que las mismas masas van gestando; entendiéndose “aportar” la referencia a alentar dichas organizaciones, y ofrecer y divulgar el proyecto revolucionario. Ahí es cuando se elevan políticamente las experiencias de las masas, sean estas pequeñas o grandes.

Por ello es impensable lograr la unidad imponiéndole estructuras que terminan siendo la mejor manera de bastardear la experiencia de las masas, al tiempo que se constituyen en una traba para el avance de la revolución.

Por supuesto que de lo que se trata es de plasmar la unidad desde un carácter nacional. Y debemos trabajar desde un inicio en ese sentido (y de hecho, junto a otras fuerzas, lo estamos intentando). Pero tal paso, para que resulte trascendental, tiene que tener una interrelación dialéctica entre la forma en que se expresa nacionalmente, que es resultado del contenido que le da el desarrollo de la unidad en lo local como expresión del pueblo movilizado. Estas expresiones y herramientas que se van constituyendo son experiencias que, aunque sean de carácter local, terminan teniendo un peso en lo nacional. Éstas alentarán al resto de la clase obrera y al pueblo, multiplicarán como hongos herramientas de unidad local que generarán de hecho una fuerza incontenible. En el método actual, que ya están ejerciendo las masas, que es la democracia directa, podemos afirmar contundentemente que es la primera expresión de avanzada hacia la constitución de la unidad de las masas.

Es aquí donde el papel del proyecto revolucionario debe asumir la mayor de las responsabilidades, que es saber sintetizar correctamente en lo político tanto en situaciones coyunturales como tácticas que lleven a la clase obrera y al pueblo a coronar la estrategia de la toma del poder.

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