En varias notas hemos aludido al circo electoral. En esta nota describiremos uno de los números preferidos de los saltimbanquis, payasos, malabaristas, ilusionistas, y actores varios que le dan sustento a la idea de circo de la que hablamos.
Habiéndose largado franca la carrera hacia la codiciada conquista de los puestos gubernamentales y parlamentarios, los candidatos de la burguesía pueblan las pantallas de televisión, los micrófonos de las radios y los espacios de tránsito público con carteles en los que aparecen con sus caras maquilladas y dientes exageradamente blancos y bien alineados mostrados en socarronas sonrisas forzadas para la foto.
No sólo los candidatos identificados con la burguesía más tradicional hacen gala de sus habilidades circenses sino también aquellos identificados con posiciones de «izquierda» y «progresistas» o «populares» devenidos en personajes de los medios masivos cosa que hasta hace poco tiempo les estaba vedada. Y esto último no es casualidad ya que el sistema en crisis necesita ampliar su abanico político para insistir con sus intentos de engaño al pueblo presentando esto como una mayor «democracia».
Las promesas para el pueblo que hacen los candidatos se mezclan con los ataques a sus contrincantes en la elección. Todos acusan a todos. Pero hay una de las promesas que a nadie se le cae de la boca y que constituye un común denominador de todos estos falsarios y consiste en prometer más cantidad de puestos de trabajo. Como si ésta fuera la solución que hará cambiar la vida del pueblo.
Y no es así, porque actualmente hay gran cantidad de puestos de trabajo con ingresos paupérrimos y condiciones laborales más que inhumanas. Servicios de todo tipo en los que ingresan contratados y sin ningún sueldo efectivo tales como los call center; comercios en los que se entra por contrato con sueldos de hambre y al cabo de 6 meses no se renuevan los mismos; fábricas en donde a diario vemos que se remplaza personal de planta por personal contratado o por tercerizados; trabajos en negro o a comisión en los que se desarrollan tareas a destajo y que al final del mes no representa más que centavos para el empleado; microemprendimientos que desembocan en endeudamiento impagable con entidades financieras y remates de bienes para los que se animaron a iniciarlos; puestos para profesionales recién recibidos que deben dejar su vida en la empresa, trabajo esclavo para las grandes marcas textiles o de calzado, etc. Y a esto debemos agregar que los trabajos «legales» y de planta o efectivos cada vez se precarizan más, se «flexibilizan» y se pagan peor, ya que los aumentos, a la larga, nunca le ganan a la inflación.
A esto podemos agregar las inseguridades de las condiciones de trabajo y de transporte que hacen peligrar nuestra integridad o nuestras vidas sometidas a las mismas y las condiciones sociales que nos exponen al peligro de la delincuencia generalizada. Trabajar hoy es una necesidad para supervivir en condiciones deplorables e inhumanas que a la corta o a la larga nos predestinan una vida detestable.
Los puestos de trabajo que puedan ofrecer sin cambiar las condiciones de producción y los derechos que de ella derivan a favor de los trabajadores, que son quienes producen, son una gran mentira venga de quien viniere.
Estos trabajos no son necesarios para el pueblo. Estos trabajos no resuelven las condiciones de vida del pueblo. Estos trabajos son los que necesita la burguesía para reproducir y ampliar su capital. Por esa sencilla razón todos los personajes que hoy disputan las elecciones prometiendo más trabajo son, ni más ni menos, que mentirosos, ilusionistas, saltimbanquis, prestidigitadores o sencillamente payasos abominables de la fauna circense.
Y es por esa misma razón que la burguesía y su coro de «progresistas» e «izquierdistas» oportunistas que nos invitan a votar no van a llevarnos, como quisieran, a que dirimamos nuestros problemas en el marco de las instituciones del sistema, a través de petitorios a los legisladores, proyectos de leyes que después nadie cumple, o negociaciones charladas «de igual a igual» en la mesa de los sacrificios. Porque no somos iguales. Porque este sistema por sí mismo proletariza con peores salarios a la vez que excluye gente. Porque la burguesía pone sus condiciones y sus reglas de juego si la fuerza de las luchas no la obligan a otra cosa.
El único beneficio para el pueblo no tiene otro origen que no sea la lucha y la acción revolucionaria de masas en donde la fuerza del proletariado y el pueblo hace doblegar a la burguesía. No es por medio de las instituciones que podremos lograr algo que nos beneficie. Y eso se está sabiendo bien. Nuestras leyes se escriben en el escenario de la lucha y no en el circo electoral.
Es por eso que aunque venga disfrazada de cualquier signo, la propuesta electoral es tramposa y reaccionaria y eso también lo saben bien quienes la esgrimen y ensayan proponiendo «fórmulas novedosas», y más viejas que la esperanza del pobre, para mejorar este sistema capitalista moribundo y agónico que ya no tiene remedio, razón por la cual, para avanzar hacia una vida digna hay que hacer todo lo posible para desarrollar la fuerza revolucionaria capaz de derrotarlo y hundirlo en el más profundo hueco de la historia.