¡No culpen a los eventos ni a los pibes!…

La muerte de cinco personas y el estado delicado de otras tantas, producto de la situación vivida en Costa Salguero durante una fiesta o espectáculo de música electrónica, ocupó gran parte de todas las noticias y comentarios periodísticos en el país.

Mientras se estigmatizaba a ese tipo de evento y se sugería que dichas fiestas no deben hacerse más, o se hablaba de que la capacidad del lugar había sido superada por mayor cantidad de personas presentes, o que no había baños suficientes o que el agua se había acabado o que se vendían botellas a precios altísimos…, se escondía que todo el armado había sido hecho para un negocio enorme que se sustenta en todos los espectáculos públicos, incluido el fútbol, en donde convergen todos los elementos hacia un mismo fin, cual es la realización de enormes negocios en los que se incluye la venta y distribución de drogas de distinto tipo, que se esparcen con toda intencionalidad y de acuerdo a poderes adquisitivos, aprovechándose todo tipo de eventos. Porque cada sector social tiene destinado un tipo de droga para el mismo.

Los espectáculos diversos no son más que vehículos de grandes negocios en el que la venta de drogas es uno más, o en ocasiones, el fundamental, y ni siquiera constituyen la única herramienta para desplegarlo.

Tampoco es que el Estado está ausente y que debería intervenir para que ello no ocurra. Por el contrario, el Estado interviene y garantiza que el negocio se lleve a cabo. No importan las vidas y seguridad de las personas que acuden a los eventos.

Los diferentes hechos que ocurren en cada espectáculo y que han resultado en catastróficos para el pueblo como los que dejaron saldos de muertos y heridos, conviven con los que no aparecen en los medios masivos porque no han producido tales resultados. Sin embargo, todos están cruzados por la acción de apañamiento de las fuerzas de seguridad, los organismos de control estatal y, sobre todo, por quienes son los beneficiarios directos de los negocios: los organizadores y los burgueses monopolistas que utilizan los mismos para la venta de la droga y otros «curros» colaterales.

Esos capitales que nunca aparecen a la luz son sideralmente superiores a los dineros que manejan quienes venden, como en el caso que nos ocupa, las pastillas, los sobres o los «caramelos» que compran los consumidores. Los espectáculos no son el origen del problema.

Como ahora se trata de estigmatizar las fiestas electrónicas, años atrás se estigmatizaba al rock. También se estigmatiza al fútbol a donde ya no concurren las hinchadas visitantes para evitar los enfrentamientos, como si el problema fuera ése.

Y, como hace siempre, las convulsiones que generan las tragedias evitables que ocurren recurrentemente, son aprovechadas también por el Estado para intentar dar una vuelta más de tuerca en la represión y el disciplinamiento del pueblo, tal como lo planteó en su declaración ayer la ministra de seguridad Patricia Bulrich quien muy suelta de cuerpo dijo que desde  el gobierno tenían toda la intención de intensificar la represión y el control del Estado sobre los asistentes a los espectáculos públicos, desviando así la atención intentando fijarla en el público y no en los generadores del espurio negocio: los capitalistas monopolistas.

La burguesía no tiene límites para hacer sus ganancias. Las vidas y la seguridad del pueblo no significan nada mientras que sus arcas se llenen de dinero contante y sonante. Nuestra lucha no es sólo contra el bajo nivel económico al que nuestros precarios salarios nos obliga. Nuestra lucha es contra una forma de existencia que se impone a las mayorías populares en esta sociedad capitalista que no sólo mata cuando acaba en forma abrupta con las vidas víctimas de un crimen sino que también lo hace mediante las condiciones de vida indigna a las que somete al proletariado y al pueblo laborioso.

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