Desde aquel diciembre del año 99, cuando el pueblo correntino pone a la vista de todo el país la metodología de la autoconvocatoria y la democracia directa, hemos transitado colectivamente miles de experiencias con ese sello. Fue la respuesta que encontramos como pueblo para recuperar la confianza en nuestras propias fuerzas, instalando una práctica que confronta con las instituciones del Estado burgués – caducas e irrepresentativas- cualquiera fuesen. Esto cruzó transversalmente a toda la sociedad: desde los más marginados por el sistema, pasando por los asalariados, el proletariado y la pequeña burguesía. La metodología es aplicada en toda lucha: por bolsones de comida, por tierras, frente a los cortes de luz, frente al saqueo de nuestros recursos, por la inseguridad, por mejoras laborales, por aumentos de salarios y por cualquier reclamo sobre el que haya que hacer fuerza. Casi “automáticamente”, cualquier reivindicación adquiere esta modalidad de lucha, que en su gran mayoría llevan implícita la democracia directa, aunque cada sector social le da la impronta que le infiere su origen de clase y la práctica social que desarrolla.
Lo que no debe confundirse es que esta extraordinaria base material con la que contamos como germen de un verdadero cambio revolucionario, sea suficiente para conseguirlo. O que el devenir “espontáneo” de las luchas de masas por sí mismo, nos llevará a un nuevo escalón de la lucha de clases.
Por eso no nos cansaremos de señalar lo importante y necesario que es profundizar la acción y la organización política revolucionaria (con toda su amplitud y facetas) en el corazón de la oligarquía financiera, en la fuente de su poder de dominación y del orden que cubre a toda la sociedad, que son las fábricas y los centros industriales. Allí está el punto más “denso” del desarrollo de la materia social, fruto de la historia de la lucha de clases y de la materia más altamente organizada, el hombre.
En los ámbitos en donde se concentra la producción capitalista se expresa descarnadamente la unidad y lucha entre el capital y el trabajo. Esto no significa “solidez”, ni lleva implícita una estabilidad en ese enfrentamiento de clases antagónicas. Por el contrario, ese antagonismo hace cada día más inestable esa contradicción: es como un cuerpo duro e inflexible que recibe un golpe seco y se parte en mil pedazos.
Minuto a minuto, en las pequeñas y grandes cosas, vemos la esencia inhumana de este sistema. Desde la arbitrariedad de los horarios, el manoseo, las jornadas extenuantes y hasta salarios por debajo de lo que ellos denominan la “línea de pobreza”, con un “orden” de turnos cruzados y rotaciones que hace invivible la vida.
Este escenario es conocido. Y es aquí en donde el papel del sujeto consiente –el Partido revolucionario y una amplia vanguardia proletaria- juegan un papel determinante, en lo político, en la movilización, en la organización para la lucha, y en la construcción de las herramientas propias que manifiesten y desarrollen a pleno la democracia directa y la práctica cotidiana de su organización para la producción.
No es este cualquier momento político. La debilidad política de la burguesía (en donde incluimos al gremialismo empresarial, antiobrero y burócrata) se extiende y se hace visible; en muchos casos, casi de forma obscena, cambiando de “bando” como de calzoncillo… No están bien plantados, no les alcanzan sus patotas policíacas dentro de las empresas, sus bases de sustentación están cada vez más carcomidas, el trabajador “de a pie” los desprecia, y queda a la vista de todos cómo tienen que recular cuando el reclamo desde las bases es masivo, o cómo se ven obligados a ponerse al frente cuando quedan expuestos y no les queda otra. Eso se llama debilidad.
Hoy, más que nunca diríamos, los revolucionarios debemos asumir en la práctica concreta la construcción de las herramientas políticas de la clase obrera. Organizaciones en torno a ejes y planes concretos desde la problemática específica de cada lugar y los planes de la burguesía a nivel nacional e internacional.
La organización desde el sector o la fábrica es el principio e imprescindible, pero necesitamos asumir que “siempre” estamos rodeados de otras fábricas, de barrios obreros, donde existen los mismos problemas e inquietudes, donde se dan conflictos, y donde hay otros trabajadores y sus familias que, como nosotros, buscan una unidad que nos sirva de verdad.
Esa es nuestra fortaleza: la fortaleza de la clase a la que pertenecemos. Es posible amalgamar a toda esa gran masa de obreros que no le esquivan el bulto cuando se habla de lucha y de defender su dignidad como trabajadores; en donde ya se destacan delegados y hasta comisiones internas genuinas que están a la búsqueda de soluciones de fondo a los problemas que nos aquejan. Se trata de la construcción de las herramientas políticas de la clase obrera, que tome los problemas políticos de nuestra clase y desde allí, los de todo el pueblo.
Decididos a hacer esta experiencia, sin recetas ni prejuicios, abrazando la razón y el corazón. Se está abriendo un inmenso horizonte por conquistar, estamos dando pasos trascendentes para el futuro inmediato del proceso revolucionario en nuestro país.