Capitalismo azul, capitalismo blanco

Procter & Gamble es una gigantesca empresa líder en productos de consumo masivo en higiene y cuidado personal con presencia en 180 países del mundo y con la mitad de su volumen de ventas en los Estados Unidos, donde tiene el monopolio absoluto en su rubro. En la Argentina posee dos plantas: Pilar, en provincia de Buenos Aires, y Villa Mercedes, en San Luis.

Históricamente ha sido una de las empresas monopólicas pioneras en la implementación de la política de que sus trabajadores posean acciones de la compañía. En Planta Pilar tanto como en Villa Mercedes uno de los premios que otorga la empresa a aquellos trabajadores destacados (“política de reconocimiento”, en la jerga interna) consiste en el otorgamiento de acciones, unas 50 en la mayoría de los casos.

El mensaje es claro: la empresa somos todos, y la ganancia generada es de todos o, por lo menos, se puede llegar a ser un asalariado y participar de los dividendos de la compañía. El volumen de acciones total (cientos de millones) comparado con las miserables 50, nos da la idea de que la supuesta “participación” de los trabajadores en el reparto es insignificante y ridículo. El otorgamiento de participaciones en el negocio cumple una función netamente ideológica.

Hace 2 meses ha sonado una alarma en la compañía y se han puesto a todas las operaciones mundiales en alerta: el fondo de inversión Triand Fund Management, con el magnate Nelson Peltz a la cabeza, ha venido realizando una compra masiva de acciones de P&G y ahora reclama que se le otorgue un asiento en el consejo de dirección de la compañía.

Su argumento: la caída de la tasa de ganancia de Procter en los últimos años demuestra que faltan ideas nuevas y que la compañía necesita de la experiencia y trayectoria del mencionado Peltz para revitalizar los negocios. Su estrategia: convencer a la gran masa de accionistas de que sólo él puede dar mayores ganancias. Es por eso que en vistas a la asamblea global de accionistas de octubre próximo, Peltz y sus secuaces han iniciado una furiosa campaña de captación de la gran masa para que voten a favor de su inclusión en el directorio. A su vez, David Taylor, CEO mundial de Procter & Gamble respondió con una aún más furiosa contraofensiva llamando a votar por los candidatos oficiales al directorio e impedir así el ingreso de Peltz.

Los ecos de esta monstruosa batalla en los grandes centros del poder financiero llegan hasta los confines de cada planta industrial de la compañía, como si fuera una cuestión de vida o muerte que definirá el futuro de nuestras vidas como trabajadores de P&G. Todos aquellos, grandes ricachones o humildes trabajadores fabriles, que posean así sean 1 sola acción, han recibido vía mail la notificación para que mundialmente voten en la asamblea de accionistas. El voto azul implica respaldar al CEO Taylor y los candidatos oficiales de la compañía; el voto blanco, a la propuesta de nuevo directorio incluyendo como miembro a Peltz del fondo Triand.

Procter ha venido realizando en los últimos 5 años una reducción de costos de 10.000 millones de dólares, desprendiéndose de las marcas menos rentables, en un intento desesperado de frenar la caída de su tasa de ganancia, medida que no ha logrado su objetivo y  genera ebullición en el grupo de grandes capitalistas tenedores de acciones en donde Peltz hace su proselitismo.

El discurso oficial es que, de hacer su entrada Peltz, toda la compañía sería desguazada vendiéndola en partes y que todo nuestro trabajo estaría en riesgo. Sin embargo es la propia compañía -con su actual CEO- la que ha eliminado 24.000 puestos de trabajo en todo el mundo con sus recortes.

El terror “posible” es el terror actual y no hay diferencia entre un bando y otro. Blanco y azul, sólo colores distintos; detrás se esconden personajes similares, tan sólo dos facciones de la oligarquía financiera que se disputan a muerte la extracción de nuestra plusvalía como clase trabajadora y las decisiones de qué hacer con ella. Es por eso que aunque nos inviten a “votar” o “decidir” por blanco o azul, nada tiene que ver esa disputa mezquina con nuestros anhelos de trabajo, progreso, paz, educación y una vida digna para nuestras familias trabajadoras.

Las únicas decisiones que tienen repercusión en nuestras vidas son las que tomamos los trabajadores, para ir organizándonos desde cada rincón en la idea de construir nuestro poder frente al de “ellos”. Porque sí, es verdad, hay dos bandos: ellos  o nosotros. “Ellos”, los que nos explotan dirimiendo su guerra de rapiña como un partido de póker en que las fichas son nuestras vidas; y “nosotros”, los que movemos este gigante día a día y que podemos ser dueños de nuestro destino.

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