El trabajo asalariado es alienante y enajenante

De cómo la burguesía impone pensamientos e ideas capaces de penetrar hasta en lo más profundo de nuestra formación intelectual.

Ir a trabajar para la gran mayoría asalariada del pueblo es un verdadero castigo. Aún hoy se sostiene en el tiempo el viejo concepto de nombrar el lugar de trabajo como la “cárcel”. No hace falta demasiado conocimiento científico para sentir en el corazón que el ir a trabajar por una paga quincenal o mensual no resuelve la existencia del ser humano en su más alta expresión.

“La repetición de tareas en mi puesto cotidiano, lo ajeno que me es todo de lo que hago y que no me pertenece, agudiza mi sensación de vacío”.

Todo esto se profundiza cuando la clase dominante, con su gobierno a la cabeza, deteriora las condiciones de vida. Por estos meses se sobrevive, se soporta una angustia permanente y el dolor en muchos casos se hace insoportable.

A pesar de todo y con la ola de despidos que existe, hay una frase lapidaria para quienes de una u otra manera tenemos principalmente obligaciones familiares: “por suerte tenemos trabajo”. Nos imponen esto para pasar por la vida.

Es en este camino de pensamiento que la burguesía también ha introducido la idea que  el “trabajo dignifica”, o por la contraria: “se ha perdido la cultura del trabajo”.

Ambas verdades a medias arman una gran mentira de explotación y opresión sobre las mayorías.

En estas frases cotidianas se esconde siempre el interés de clase de quienes la propagan y que luego pasan a ser el “sentido común” o “verdades reveladas” para las mayorías sufrientes.

El trabajo asalariado es alienante y enajenante.

Entregamos nuestra fuerza de trabajo por una paga, nos transformamos en una mercancía como cualquier otra y así pasamos por la vida queriendo oxigenarnos, “necesitamos más tiempo para nosotros y los nuestros”, necesitamos “más libertad”, “tiempo libre para hacer lo que nos guste”…

Es la misma clase explotadora que por un lado agita el “tiempo libre” pero por otro lado hostiga a quienes con el esfuerzo y sacrificio  tienen capacidad para ese tiempo de descanso. Un ministro de este gobierno dejó en claro que un “cualquiera”  no puede viajar. Ni que hablar cuando con el correr de los años nos han quitado el sábado y el domingo como el descanso semanal, o las variantes más salvajes de horarios rotativos, que afectan directamente la salud y las relaciones familiares y sociales de cada individuo, creando una inestabilidad no sólo de carácter laboral.

En fin, el “trabajo” en el sistema capitalista no dignifica ni enseña esa “cultura”. Por el contrario, en épocas como las que estamos viviendo, la crudeza del sistema hace que se muestre tal cual es.

Brutal, amedrentadora, enceguecedora para lograr nuevas aspiraciones en todos los planos culturales, deportivos, científicos, etc. Todo, absolutamente todo, está contenido por el solo hecho que la riqueza que generamos se la llevan unos pocos monopolios y sus administradores desde el Estado.

Tenemos que imaginar la otra concepción por la cual estamos luchando. Estamos hablando de cuando quienes trabajamos y administramos lo que hoy hacemos bajo un nuevo Estado que nos pertenezca, y que el producto terminado sea como consecuencia de una necesidad social.

El ir a trabajar será liberador al sentir que mi trabajo. Mi esfuerzo por la transformación de la naturaleza no necesitará del castigo a la misma  y mucho menos del ser humano.

El trabajar bajo ese interés fundamental comenzará a dar sentido a la vida ya que podrá salir a relucir el potencial existente, frenado hoy por el interés mezquino de la ganancia para pocos.

No será ya la “cultura del trabajo”. Será en todo caso una necesidad vital para poder seguir creciendo. No traerá “la dignidad”, en todo caso las nuevas generaciones nacerán con ella. No necesitaremos del “tiempo libre”, habrá una armonía entre el trabajo y nuestras inclinaciones espirituales. El nuevo Estado revolucionario, al pertenecernos, empujará en el mismo sentido que la libertad del individuo.

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