El trabajo político en el movimiento de masas

 

En el trabajo político en el movimiento de masas, las herramientas que sirven para la organización de las mismas son siempre herramientas que deben tener una amplitud y una profundidad que esté acorde a la necesidad imperiosa de generar el involucramiento y la participación directa del mayor número de voluntades. De lo contrario, la construcción de dichas herramientas terminan siendo un fin en sí mismo; un freno a las aspiraciones de cambio en las metodologías de construcción que expresan las amplias mayorías.

En distintas experiencias que se desarrollan en ese trabajo de organización se da el fenómeno de que para ganar una comisión interna, un cuerpo de delegados, un centro de estudiantes, una comisión barrial y hasta un sindicato (sea a nivel de una región o nacional), las metodologías que se implementan son las de promover la amplia participación. Más aun, diríamos que de lo contrario sería imposible poder recuperar herramienta alguna de las manos de caducas burocracias enquistadas por décadas.

Cumplido ese primer objetivo, se da que una vez ganadas esas estructuras se comienzan a reproducir las prácticas combatidas hasta ese momento. Entonces desde las organizaciones de masas, en lugar de profundizar un camino y una práctica de democracia directa, de organización y decisión fundadas en la base más amplia del movimiento, se empieza a caer en los “vicios” de la democracia representativa. Un grupo reducido se arroga la representatividad y la decisión tal como se venía haciendo anteriormente. Se inician así procesos de burocratización, con floreados discursos, pero burocracias al fin.

En este proceso las fuerzas revolucionarias que propugnamos la verdadera participación y ejercicio del poder de las mayorías, nunca podemos perder de vista el objetivo trazado para la experiencia particular que se trate; pero mucho menos si vemos esa experiencia inserta en un proceso general que busca que las nuevas metodologías se impongan sobre las viejas. Sabemos que esto no se da de un día para el otro, por supuesto; precisamente por ello es que a ese proceso hay que alimentarlo día tras día debatiendo, convenciendo, generando canales concretos para que la participación se exprese de abajo hacia arriba, organizando las fuerzas materiales desde lo más pequeño a lo más grande siempre por el andarivel de la promoción de la masividad y del protagonismo efectivos, sin caer en discursos que dicen una cosa y, en la práctica, hacen lo contrario.

Volviendo a las experiencias concretas que se están llevando a cabo, muchas veces se cae en una falsa dicotomía respecto del tema de la unidad. Por ejemplo, se gana una comisión interna de un lugar de trabajo habiendo promovido prácticas radicalmente opuestas a la democracia representativa y los revolucionarios dejamos de impulsar las tareas de organización desde las bases para no ir en contra de esa “unidad”. El resultado es que terminamos atándonos las manos porque, supuestamente, la unidad “por arriba” es lo fundamental y se pierde el norte revolucionario de que la principal unidad que se debe impulsar es la del conjunto de los trabajadores, precisamente, de abajo hacia arriba. Decimos que nos atamos las manos porque el partido revolucionario nunca puede perder su independencia política. De hecho, otras corrientes imponen sus políticas reformistas y los revolucionarios no podemos quedar inmóviles ante tal situación pues ante los ojos de las amplias masas del lugar quedamos como uno más, como “gente buena” con grandes intenciones pero que, a la hora de la organización concreta termina a la zaga de políticas que, en la práctica real, torpedean la participación y la organización de las mayorías.

No estamos diciendo que está mal impulsar la unidad en el trabajo de masas con otras corrientes o partidos; lo que decimos es que dicha unidad debe estar siempre supeditada a la unidad del conjunto de las masas en el lugar que se trate.

La lucha de clases y la construcción de las herramientas necesarias para la revolución no siguen un camino lineal. Hay experiencias que pudieron haber servido para determinado momento de la construcción, pero que luego se transforman en un tapón de las fuerzas si no somos consecuentes con la concreción de las prácticas revolucionarias. Por ello, siempre “hay que empezar de nuevo” en un camino que es sinuoso, con dificultades, pero teniendo claridad sobre los aspectos centrales que hacen a la necesidad de que en el movimiento de masas crezca la opción revolucionaria.

Las masas observan, evalúan, miran las prácticas concretas. No se quedan en los discursos. Y muy bien que hacen. Por la tanto, nuestra responsabilidad y compromiso es ante el movimiento de masas y no ante minorías que imponen, de hecho, prácticas que atentan contra la posibilidad de que el movimiento de masas se saque de encima el corsé que significa la democracia representativa y afronte la construcción con las prácticas de la democracia revolucionaria.

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