La burguesía atolondrada (Segunda Parte)

En la nota publicada en este medio el pasado 12 de abril (https://prtarg.com.ar/2019/04/12/deficit-cero-advertencias-lagardianas-y-populismo-electoral-la-burguesia-atolondrada/), describíamos una serie de medidas que el gobierno tomaba como manotazo de ahogado.

Siguiendo con el espíritu de esa nota, la burguesía atolondrada sigue haciendo de las suyas. Y el atolondramiento no sólo afecta al gobierno. Hablamos de los famosos 10 puntos que nacieron un día jueves y al lunes siguiente ya se estaban realizando preparativos para su funeral; un gobierno que se hunde irremediablemente y, con él, el proyecto de “modernizar” la Argentina busca lo imposible: que todas las facciones del capital monopolista se hundan solidariamente con el náufrago. Lo que ya fracasó, digamos que lo vamos a seguir intentando. Esa es la propuesta.

La oposición kirchnerista, por su lado, haciendo lo que mejor sabe hacer: discurso de barricada para su base electoral, promesas y compromisos al capital financiero de que nada debe temerse si ellos ganan. El malo y el bueno; despotricando contra el capital uno, jurando fidelidad al mismo, el otro.

Massa, Lavagna, Urtubey, Scioli, Pichetto, Lousteau jugando un rato a los estadistas, yendo y viniendo con afirmaciones a ver cuál es más absurda. Por el lado de la “izquierda” parlamentaria, no se han privado de proponer sus propios diez puntos en respuesta a los diez puntos del gobierno. Todo a la medida del libre juego de las instituciones.

Con las dirigencias sindicales, empresarias, sociales, religiosas pasa exactamente lo mismo. El tembladeral afecta a todos por igual y lo que reina es el desconcierto disfrazado de palabreríos que llenan horas y horas de (des)información.

Ya lo hemos dicho: la lucha de clases a veces no se ve pero se siente en toda su magnitud. Porque lo que está debatiendo la burguesía monopolista no es quién es más confiable para afrontar lo que se viene, sino que ninguno de ellos puede dar garantías de una gobernabilidad duradera.

En una reciente reunión de economistas en la sede de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, uno de los participantes afirmó:“Sin la reforma laboral, Argentina no va a crecer”. Es ese encuentro, llamado a repasar las reformas de los 90, también se dijo:“Ahora hace falta una reforma igual o mayor a la de entonces”. Ahí está el asunto. También lo dijimos muchas veces; no hay que buscarle más vueltas al tema cuando el tema de fondo es uno solo: implementar reformas que permitan mayor productividad y salarios a la baja que atenúen la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Asunto primordial que desvela a la oligarquía financiera en todo el planeta.

Y allí es cuando la lucha de clases talla en toda su magnitud. Ninguna facción de la burguesía monopolista da garantías de llevar este objetivo adelante con todas las de la ley. Porque nadie se impone a nadie por arriba para disciplinar al conjunto de la clase dominante, y porque mucho menos nadie da garantías de convencer a la sociedad de que ese es el camino a seguir.

Las reformas de los 90 fueron posibles gracias a eso; hoy eso es imposible de materializar como imposibles son los acuerdos por arriba que no tienen valor alguno por abajo. La famosa frase de Menem, “ramal que para, ramal que cierra” sintetizaba la fortaleza política de una burguesía que no decía sólo lo que había que hacer a favor de sus intereses, sino que lo hacía. Los vaivenes que hoy afectan a toda la clase dominante reafirman que el problema no es quién es el mejor posicionado en las encuestas para las elecciones de octubre, sino que ninguno puede presentarse como el garante de la estabilidad política, económica y social.

Como decíamos en la nota del lunes pasado, aun cuando todavía nada “reviente” la lucha de clases es  el viejo topo que subterráneamente cava y, a la vez, socava el orden establecido, mientras los revolucionarios realizamos las tareas para organizar esa lucha de clases que haga realidad la caída del régimen burgués.

Por lo tanto, hay que entender lo que pasa por arriba para, en realidad, entender lo que está pasando por abajo, y de esa manera seguir con las tareas necesarias para la revolución y no ir a la zaga de ninguna de las falsas iniciativas que la burguesía monopolista intenta.

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