A los triturados salarios que percibimos (sobre lo que nos hemos referido en diferentes artículos de esta misma página) hay que sumarle además los mecanismos de contratación en muchísimas ramas a través de “agencias de empleo”.
Éstas hicieron su aparición, tímidamente, a comienzos de los años ’70, bajo el formato de servicios eventuales. En aquellos años nuestro país vivía un momento de pleno empleo, la desocupación prácticamente no existía, y las agencias de empleo temporario cubrían de un modo formal lo que popularmente se conocía como changa.
Ya con la dictadura en años de Videla / Martínez de Hoz estas agencias empiezan a proliferar, abriéndose el abanico del personal contratado por esta modalidad: de las tareas administrativas al inicio, se suman los pedidos de puestos en la industria.
La contratación de personal por agencia era entonces una forma de extender el período de prueba antes de la efectivización, ya que en general después de un tiempo se pasaba a estar directamente de la empresa.
Primaba la eventualidad de la tarea, y no era corriente que se permaneciera un tiempo largo trabajando por agencia. La agencia era como un escalón inicial para la efectivización de trabajadoras y trabajadores. Incluso se daba en algunos casos, la paradoja, que el personal por agencia percibiera más salario que el efectivo, precisamente, por lo eventual de su labor.
Esta forma de contratación se fue imponiendo cada vez más, llegándose al absurdo que las mismas empresas crearan sus propias agencias, para evadir impuestos, autocontratándose.
Pero es con la flexibilización laboral de los años ’90, donde las “Agencias de colocaciones”, como se las denominaba usualmente, adquieren la dimensión con que hoy las conocemos: obras siniestras de la precarización, de la superexplotación y del fraude laboral.
Abandonado totalmente el carácter eventual de sus inicios, las agencias están instaladas hoy en los centros de trabajo ocupando puestos permanentes, puestos fijos en las líneas de producción.
Se da así un contrasentido: en la misma máquina, en la misma sección, dos trabajadores realizan la misma tarea, pero ni perciben el mismo salario, ni están encuadrados en el mismo convenio. Es absurdo que, un obrero metalúrgico o un trabajador de la alimentación tengan que producir bajo el convenio de los empleados de comercio, por ejemplo.
Las condiciones precarias de esta mano de obra son una espada de Damocles sobre sus cabezas, que busca trabarles cualquier tipo de organización, ya que les plantean que carecen de status legal para ello. Formalmente están impedidos para actuar en común con los efectivos.
La precarización aparece como un corsé que aprieta desde el aislamiento, desde la asfixia.
Por supuesto que esto no puede ser posible sin el concurso de los sindicatos, sin su complicidad.
Permitir que trabajadores realicen su labor fuera de convenio, absolutamente flexibilizados, sin ningún amparo, es no sólo someter a estos trabajadores y trabajadoras. Lo que se busca también es una apretada para los efectivos.
Los gremios aceptaron esta maniobra que rompe con el histórico principio de “a igual tarea, igual salario”, avalando así el cercenamiento de los convenios colectivos, de los derechos del trabajador, y consumando una nueva traición a su colección de agachadas.
Hasta se da el extremo de agencias formadas por los mismos sindicatos, con formas de cooperativas o empresas tercerizadas; o gremios que le pasan la lista a las agencias tachando a quien debe ser cesanteado.
Esto ocurre con un Estado motorizado por las necesidades de las patronales, por un Ministerio de Trabajo sin ninguna clase de interés ni de controlar ni de castigar estos fraudes al derecho laboral.
Para todos éstos y éstas que se llenan la boca hablando de cualquier cosa en épocas electorales como ahora, más o menos “progresistas”, más o menos “liberales”, la clase trabajadora no es humana ni tiene derechos; cosa que se confirma con su silencio de tumba frente a la violación de nuestros derechos y a las condiciones dictatoriales en que trabajamos.
Ninguno se hace cargo de lo que pasamos en los centros de trabajo, donde se respira la opresión y la superexplotación patronal, y donde gobierno, empresas y sindicatos muestran su verdadero rostro. El caso de los contratados por agencia, su manoseo, sus padeceres, dan testimonio de ello.