Ocurre en la Argentina, no solamente en la India

Nuestro país es uno de los pocos en el mundo donde la industria textil completa el proceso total de producción de vestimenta y de confecciones de todo tipo.

¿Qué significa esto? Que el desarrollo de la industria textil Argentina cubre los tres aspectos centrales de esta industria que son la hilandería, la tejeduría, y la confección, completando también los eslabones intermedios entre unos y otros procesos.

A diferencia de los países asiáticos y africanos donde esta industria concentra en unos la producción de hilados, en otros la producción de telas y en otros las confecciones, como por ejemplo Bangla Desh.

La socialización de la producción textil en Argentina está focalizada en su propio suelo a diferencia de la socialización extendida en diversos países como ocurre en Asia y África y también en países europeos. Esto representa enormes ventajas para el capital monopolista puesto que les permite disponer de fuerza de trabajo especializada y capacitada además de una enorme productividad a bajos costos localizada en regiones muy específicas.

La producción de hilados y tejidos de todo tipo está concentrada en el norte y centro del país dadas las cercanías con las zonas de producción algodonera, de lino y de fibras sintéticas. Esto facilita además la instalación de empresas monopolistas (como por ejemplo en la Provincia de San Juan) que además de contar con alta tecnología en la producción de confecciones y vestimentas deportivas hacen posible una enorme productividad ya que no requiere de grandes esfuerzos de confección. También se da la cercanía con hilanderías y tejedurías en manos del capital monopolista.

Sin embargo, prácticamente el 90% de la confección de vestimenta e indumentaria de todo tipo se concentra en la Provincia de Buenos Aires.

El 80 % de la fuerza de trabajo de la hilandería y tejeduría está en blanco. Mas del 70% de la fuerza de trabajo en la confección esta en negro (estos porcentajes son aproximados).

La confección es la parte final del producto, es la que requiere además mucha especialización, pericia y destreza. Y es -por otra parte- la industria que cuenta con menos tecnificación, por lo tanto, es la que más valor transfiere y la que más fuerza de trabajo requiere para lograr el producto final.

El salario de las y los trabajadores en blanco de esta especialización (es decir del 30% que no está en negro) llegará en octubre de este año -según el convenio paritario firmado por las cámaras empresarias y los serviles burócratas sindicales- a un promedio de 38.000 pesos, apenas unas migajas.

El salario de la inmensa producción en negro no llega a los 28.000 pesos y en muchos casos a menos que ello. Es decir, menos que migajas, menos que el salario básico y de hambre que con su locuaz hipocresía los Fernandez se jactan de haber aumentado refregándonos en la cara la miseria que propugnan para la clase obrera.  Esto ocurre en la inmensa cantidad de talleres de confección que están diseminados por toda la provincia. Ocurre en Argentina no sólo en la India o en Zimbawe.  

Aún peor es la situación de las costureras de domicilio cuyo sindicato formalizó un promedio salarial de 1.300 por día, una verdadera desmesura porque los gastos de electricidad, por ejemplo, corren por cuenta de la costurera y porque además el trabajo no es continuo, sino que está interrumpido varios días al mes.

La ropa interior femenina se vende a 2.000 pesos aproximadamente variando para arriba según la marca. Una obrera costurera en un taller clandestino para una prestigiosa marca produce casi mil prendas o sea que produce un valor de 4.000.000 de pesos diarios. Aun descontando los costos de hilados de telas y de mantenimiento instalaciones, de servicios de electricidad y gas, traslado, etc., la plusvalía respecto al salario sigue siendo exorbitante.

Sin embargo, el empresariado que usufructúa este negocio, desde sus asociaciones y en la voz de sus representantes en las estructuras gubernamentales -como el señor Ariel Scheler secretario de industria y miembro activo de las asociaciones empresariales de la industria textil, o el señor De Mendiguren conspicuo miembro de la UIA y empresario textil de porte- se quejan que el 50% del precio final de la prenda de vestir se lo llevan los impuestos.

Se quejan que la plusvalía extraída a miles de trabajadoras y trabajadores a costa de una superexplotación abrumadora sin leyes laborales, sin protección social, sin condiciones humanas de trabajo donde, inexorablemente el sentido de vista y las cervicales pasan factura con el correr de los años, que esa plusvalía no vaya en su totalidad a sus bolsillos. De allí a justificar y generalizar por medio de nuevas leyes en el resto de las ramas industriales como el no pago de indemnizaciones y más flexibilidad laboral, hay un paso.

Recientes estudios ponen el acento en que más del 50% de los costos de producción en la confección son ahorrados evadidos y transferidos por los monopolios y empresas del sector en esta última etapa de la producción.

Pero además esto también se da en toda la industria textil de nuestro país porque parte la hilandería y la tejeduría y los procesos intermedios de teñidos, planchados etc. se tercerizan a costos bajísimos sobre la base de condiciones laborales paupérrimas.

Beneficiados por el descenso de las importaciones de hilados y tejidos los monopolios han dado rienda suelta a la producción y las exportaciones. La dolarización de las mismas y la inflación en dólares hacen el resto.

Las prendas de vestir y del calzado deportivo han tenido subas de más de 80% en lo que va del año. Este escenario desnuda la voracidad con que los grupos monopolistas pretenden “recuperar el tiempo perdido en ganancias durante los últimos años” de crisis de superproducción y pandemia. De allí que de manera exponencial se hayan abierto en el último tiempo nuevas empresas en Corrientes, San Juan, Catamarca y en otras zonas del norte argentino que corren contra reloj desesperados por la productividad laboral de nuevas masas de obreras y obrero. De allí que los talleres de confección no den abasto y se incrementa la demanda de costureras a domicilio o en talleres clandestinos.

Este marco -como un sueño dorado– se presenta como una panacea con señales de “inversiones y de creación de nuevos puestos de trabajo” pero en un escenario muy lejos de ser satisfactorio para la inmensa mayoría de las y los obreros textiles y para todos los trabajadores en general.

Por el contrario, esta panacea brutalmente capitalista está teñida hasta el tuétano de más ajustes, más inflación, más explotación, salarios más bajos y más crisis. Porque este escenario está envuelto en el revoltijo de crisis mundial donde la competencia por los mercados, las importaciones y las exportaciones abruman más la anarquía imperante.

Donde las oportunidades de los monopolios como en este caso duran -dicho popularmente- un pedo en la mano, porque todo está montado en más de lo mismo pero empeorado.

Frente a todo ello las y los trabajadores deben profundizar su lucha por salarios dignos por condiciones dignas de trabajo, por conquistas sociales y laborales.  Deben imponerse a la desesperación del capital organizando por abajo de manera independiente y por fuera de los sindicatos y burocracias traidoras medidas de todo tipo.

La socialización de sus luchas, de sus experiencias, ahonda la unidad como clase que inexorablemente se tiene que enfrentar y combatir el conjunto de condiciones que los monopolios y el gobierno a su servicio pretenden seguir manteniendo

Que la bronca salte y se socialice desde la acción, desde la autoconvocatoria, desde la justeza, desde la dignidad. Tenemos que ir por lo nuestro.

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