¿Está mal hablar de lucha de clases?

La propaganda burguesa ha hecho un gran esfuerzo de décadas (por así decirlo) para “hacer desparecer” el concepto de lucha de clases.

Y cuando por allí “se les escapa” (por lo inevitable de su existencia) enseguida se lo atribuyen

a la agitación o acción de “grupos radicalizados,” o de la bronca de algunos “disconformes”.

Sin embargo, la realidad es que la lucha de clases es el encuentro frente a frente de intereses y aspiraciones antagónicamente diferentes, y por lo tanto, irreconciliables.

Mientras la oligarquía financiera (como punta de lanza de toda la clase burguesa) necesita apoderarse del fruto del trabajo social para acrecentar sus dividendos, y con esa suma en sus manos reproducir sus ganancias; trabajadoras y trabajadores necesitamos mejorar nuestros ingresos, y exigimos que con ese capital que generamos con nuestro trabajo se resuelvan las más elementales necesidades sociales como prioridad urgente.

Es esta disputa de intereses la que determina el punto exacto de la lucha de clases en cada momento concreto. Esta resultante, por lo tanto, no está definida ni por la voluntad ni por la acción de una de sus partes, es producto del grado de relación de sus dos partes y de cómo cada una de ellas se para frente a la otra.

La burguesía es consciente que la capacidad de poner aún más el aparato estatal a su exclusivo servicio depende de lo que esté dispuesto a tolerar su enemigo de clase. Un ejemplo de esto podría ser el intento hacia finales de los años 90 de privatizar la educación pública, comenzando por la universitaria, y el rechazo tan contundente que recibió esa amenaza, que terminó con “el proyecto” tirado en un cajón. Como bien lo señalara Mario Roberto Santucho: la burguesía propone, la lucha de clases dispone.

Hoy estamos viendo cómo su objetivo es que los ajustes recaigan sobre nuestras espaldas y que nos quedemos en el molde, con el verso de que estamos haciendo un servicio a la patria.

Por eso decimos que se recalienta la lucha de clases cuando hay un incremento de la acción y la movilización de la clase obrera y el pueblo, con luchas y reclamos diversos que dejan marcas en cada escenario (a pesar del intento de aislar y silenciar a sus protagonistas)

Esas luchas, además, nos van enseñando el valor fundamental de la unidad y la organización por abajo como baluartes de nuestro poder, un poder soberano, no subordinado a las reglas de juego, a las trampas y al engaño de la institucionalidad burguesa, ese orden donde ellos mandan y nosotros somos espectadores.

Por eso nunca el Estado de la burguesía “nos brinda mejoras” porque es bueno, sino que las hemos logrado nosotros, arrebatándoselas con cada triunfo lo que ellos no estaban dispuestos a darnos, sacándoles de las manos lo que nos pertenece, disputándoles con nuestra disposición el poder de decisión.

Van apareciendo un cúmulo de experiencias que levantan la temperatura de la lucha de clases, y en este nuevo escenario, despuntan algunos asuntos que se han colocado en el centro del ring.

Es claro que los monopolios tienen planes y objetivos definidos, que cuentan con el poder de toda la institucionalidad a su arbitrio, que su correa sujeta gobiernos, sindicatos, medios y una variada comparsa de reformistas, oportunistas y vacilantes que nos dicen que no se puede hacer nada contra ellos.

Es claro también que los monopolios no pueden gobernar como quisieran, porque nosotros no estamos dispuestos a dejarlos hacer como antes.

Cuando aparece la lucha política es lo que hoy se destaca en el firmamento de la lucha de clases como la estrella principal, justamente, porque esa es la esencia del enfrentamiento actual.

La lucha contra la política de los monopolios debe empujar el surgimiento de una política que exprese los intereses de la clase trabajadora y el conjunto de los sectores populares, una propuesta política que unifique las más profundas aspiraciones en una sola fuerza.

La materialización del proyecto revolucionario, surgido desde las mismas experiencias de lucha que protagoniza nuestro pueblo es la tarea que tenemos por delante quienes estamos convencidos que así no se puede vivir más.

Involucramiento y protagonismo para dar un nuevo salto y transformar esas organizaciones creadas y consolidadas en la lucha, en bastiones del poder revolucionario del pueblo, con nuevos y superiores objetivos: luchar por nuestra dignidad y nuestros derechos políticos, sabiendo que al hacerlo estamos mirando más lejos, poniendo bases para los enfrentamientos de clase futuros, para que cada lucha sea más fuerte, más organizada y más masiva.

La unidad del pueblo desde las bases es el continente donde tenemos que movernos, y cada paso dado en ese sentido edifica el camino de confiar mucho más en nuestras fuerzas, y ponerlas entonces al servicio de la victoria final contra los enemigos del pueblo.

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