Mientras Chubut se prendía fuego por las movilizaciones de masas en rechazo a la megaminería y a la represión, en lugar de cubrir el levantamiento popular los medios de comunicación en Argentina daban cuenta de los resultados electorales en Chile.
Tan obvio que da asco, diarios como Página12 dedicaron el día lunes toda la primera plana al resultado de los comicios en el país vecino y al tratamiento del presupuesto local.
De Chubut, ni una palabra.
En el relato oficial las presidenciales chilenas fueron “históricas”, puesto que la elección se dirimía entre el progresista Gabriel Boric, candidato por la coalición Apruebo Dignidad que ganó con el 55,86% de los sufragios emitidos, y José Antonio Kast del Partido Republicano, que sería la “derecha” con un discurso xenófobo y machista.
Sectores del progresismo, la intelectualidad y el “socialismo” latinoamericano saludan el triunfo de Boric como una victoria “ante el fascismo” y hasta lo comparan con el triunfo de la Unidad Popular de Allende.
En realidad, la burguesía pretende copiar lo que ya hiciera con Alberto Fernandez, quien a los ojos del mundo es presentado como socialista, defensor de los Derechos Humanos, y en nuestro país encubre asesinatos de la policía, reprime manifestaciones populares, impulsa la megaminería con todo el pueblo en contra, etc.
Esto es interesante, puesto que se trata de una política de dominación internacional mediante la democracia burguesa: las mentiras ya no son solo para el país de origen de un presidente, son de exportación.
Presentada la cosa por los medios nacionales, en Chile estaríamos asistiendo a una pseudorevolución –así como una parte del trotskismo en Argentina, caracterizó a la Asamblea Constituyente como el futuro soviet chileno… No… si da para todo esto.
Tras la primera vuelta, la campaña electoral de Boric asumió características de masas, eso es verdad y queda ilustrado en los festejos al conocerse los resultados electorales. Ello no se puede negar, sería una falta a la verdad.
También es cierto que se trató de la elección más concurrida en la democracia reciente chilena, aunque solo participó el 55,5% del padrón electoral. Si bien la participación electoral sigue siendo bajas, en términos históricos es importante –no se puede comparar con nuestro país, donde el voto es obligatorio-. Sin lugar a dudas el triunfo de Boric le da aire a la democracia burguesa en Chile. Ese en realidad es el gran festejo de la burguesía en nuestro país.
Pero quien piense que Gabriel Boric tiene carta blanca para la dominación burguesa se equivoca. Y no nos referimos a “la derecha desestabilizadora” y ese tipo de subterfugios, sino a sus propios votantes.
Mientras se festejaba su victoria, una parte de su electorado seguía llamando al candidato electo como “pérquin”, palabra similar a “boludo”: “El pérquin lo hizo” podía leerse en redes sociales y escucharse en reportajes. Es que, si bien logró construir un electorado propio, una buena parte de los votantes concurrió a las urnas centralmente para votar en contra de Kast y no a favor de Boric.
Es que el candidato en sus declaraciones tuvo que enfrentarse a distintos sectores sociales, que contradictoriamente forman parte de su electorado. Por ejemplo, fue duramente cruzado por las organizaciones de familiares de presos políticos frente a declaraciones donde afirmaba cosas como que “(…) las personas condenadas por incendios, saqueos, delitos que revisten gravedad, desde mi punto de vista, no es aceptable pensar en un indulto para todos” o que en los “casos en donde hubo un abuso grave por parte de las facultades del Estado con querellas de Ley de Seguridad Interior del Estado, con testigos protegidos, con pruebas falsas y con prisiones preventivas extendidas”.
O sea que el nuevo héroe del progresismo sale, en plena campaña electoral, a defender el derecho burgués más rancio: la represión estatal está bien, salvo que se demuestre lo contrario. Hay que decir que en ello tiene cierta consecuencia, ya que como diputado votó a favor de la ley anti barricadas.
Cuando en su discurso Gabriel Boric dice que “Con nosotros, a La Moneda, entra la gente” más allá del latiguillo populista hay algo en lo que tiene razón: toda su campaña electoral estuvo condicionada por las reivindicaciones de masas que estallaron con la revuelta del 2019. Más bien deberíamos decir que Boric cuando entre a la moneda, para empezar, entra condicionado por aspiraciones de masas que todavía están latentes.
Por eso tampoco fue casualidad que, en el mismo discurso de apertura, donde prometió una serie de reformas laborales y económicas –aunque no dijo ni una palabra del Código Laboral, base de la flexibilización en el país hermano- haya dado claras señales de tranquilidad hacia sus verdaderos representados: la burguesía monopolista.
Al respecto dijo que todas las medidas serán dadas en “pasos cortos, pero firmes”, indicando el gradualismo con el cual pretende tomar medidas y, dicho de otra manera, pidiendo paciencia al pueblo antes inclusive de iniciar su mandato.
A su vez llamó al diálogo con la oposición (Kast) y los empresarios, pacto social que le decimos acá. Como broche de oro dijo que va a “gobernar para todos”… Bueno, esto último nos suena bastante en Argentina ¿no?
En definitiva, no caben dudas que el proceso electoral fortaleció la salida institucional iniciada con la Asamblea Constituyente, que el nuevo gobierno será de corte populista como manera de descomprimir la lucha de clases por medio, fundamentalmente, del engaño; y que la represión sobre los actores más radicales en la lucha de clases continuará –y no nos referimos aquí solo a las organizaciones, sino centralmente a los conflictos de masas-.
Pero también es cierto que el nuevo gobierno entra condicionado por el proceso precedente de la lucha de clases, cuyos reclamos todavía están vivos, pero esta vez parados desde un peldaño superior en la historia, con millares de proletarios que han hecho una gran experiencia de lucha de calles.
¿Cuánto tardará en agotarse esta nueva propuesta de la democracia burguesa? En política, eso no se puede predecir, pero puede ser catalizado por la conducta política que asuman las vanguardias revolucionarias frente a las masas.