Existe una idea difundida que dice que “Perón creó los sindicatos”.
Nuestra historia sindical comienza, sin embargo, mucho antes, con la llamada “Gran Inmigración”, que produjo que, sólo entre 1880 y 1915 arribaran al país más de un millón y medio de inmigrantes europeos a buscar oportunidades de vida en nuestras tierras.
Estas trabajadoras y trabajadores, desde su larga historia y experiencia acumulada, como clase explotada y también como clase que lucha, desde las ideas del marxismo y del anarquismo, comenzaron las primeras organizaciones obreras en Argentina.
Estos colectivos, que en principio se constituyeron para fines mutuales, respetaban la forma de organización que se corresponde a la práctica de nuestra clase: la asamblea, la decisión colectiva, la más amplia unidad.
Es claro que los recursos para afrontar las luchas y sostener la organización, eran aportados voluntariamente por los trabajadores y trabajadoras a su sindicato, desde su sentido de pertenencia a esos gremios que eran SU organización frente a la clase explotadora, en defensa de sus condiciones de vida.
Cuando Perón institucionaliza los sindicatos, tal como lo dice en su discurso en la Bolsa de Comercio en 1944, cuando aún era Secretario de Trabajo y Previsión (Gobierno de Farrell), en el que afirma: “…Las masas obreras mejor organizadas son, sin duda, las que pueden ser dirigidas y mejor conducidas en todos los órdenes…”, lo que efectivamente hace es quitarnos los sindicatos. Así como dice, pone las que fueran organizaciones obreras, bajo el control y dirección de la clase explotadora para someternos.
Al institucionalizar las organizaciones sindicales impone, por un lado, la forma representativa burguesa de organización donde “el representante” decide por nosotros reemplazando la asamblea y, por otro lado, el cobro compulsivo de la cuota sindical que efectiviza el propio patrón a través del recibo de sueldo; y que nos cobran independientemente de cómo y cuánto se venda ese sindicato frente a la clase burguesa.
Es por eso que no debe sorprendernos la entrega que hacen los sindicalistas de nuestras condiciones de vida en cada negociación salarial o que sirvan de informantes de los patrones cuando hacemos un reclamo.
Es que estas organizaciones del Estado capitalista ya no constituyen nuestra organización frente a la clase burguesa en defensa de nuestras condiciones de vida, sino la organización de la burguesía frente a nosotros en defensa de sus propios negocios. Toda organización del marco institucional del estado burgués, pertenece a la clase que detenta el poder, que en este caso es la burguesía monopolista, y funciona a su servicio. Los sindicatos representativos no son la excepción.
Prueba de lo que decimos es cómo pasaron la reforma laboral negociando sindicato por sindicato, con la complacencia de sus dirigentes.
En lo que a las paritarias respecta:
Decir que el INDEC fabrica los datos a gusto del interés burgués (al punto de sostener, con la intención de legitimar las paritarias a la baja, que los salarios superaron la inflación), o que los porcentajes acordados en las mesas salariales, en cómodas cuotitas imperceptibles al bolsillo (contrariamente a lo que sucede con los precios de los alimentos, alquileres, medicamentos, que resultan cada día más inalcanzables) no cubren nuestras necesidades, es reiterar lo que los trabajadores y trabajadoras ya sabemos de memoria porque nos golpea de forma cotidiana.
Baste decir que, según la burguesía, sus medios y sus gobiernos, en febrero la carne vacuna aumentó “casi un 4%”, cuando en la góndola vemos que el precio subió en un 50%. Podríamos seguir con el resto de los alimentos: pan: 25%, leche: 10%, huevos: 50%, pollo: 20%, yerba, arroz, fideos entre un 5% y 10%.
Pero no se les cae la cara cuando salen con su sonrisa insultante a decirnos orgullosos que acordaron porcentajes miserables, sobre sueldos que ya eran miserables, enarbolándolos como si fueran fruto de una supuesta lucha, que nunca pasa -y si llega- de un pequeño paro de fin de semana con la intención de descomprimir la bronca y que no dejemos de producir ganancias para los que nos explotan.
Cada negociación paritaria nos presenta el mismo circo al que nos tienen acostumbrados, supuestas “mesas salariales” en las que cada uno juega su papel, haciendo “como si” lucharan, para sentarse en la mesa del explotador a negociar cuanto les toca por vender nuestras vidas.
¿Y cómo debemos pararnos los trabajadores frente a esta situación?
Si la historia demuestra que estas instituciones del sistema, podridas como podrido está éste son estructuras que sirven a los negocios burgueses; lo que los trabajadores y trabajadoras debemos hacer es recuperar nuestra organización como clase.
Organizarnos con asambleas, desde la más amplia unidad, con asambleas por sector que garanticen la mayor democracia, con delegados también por sector, con dirigentes que no son rentados, sino que son nuestros compañeros y compañeras de trabajo, al pie de la máquina igual que cualquiera; y que además no tengan otro mandato que el mandato de la asamblea.
Y esa organización debe ir por todo. No sólo por los salarios, sino también por nuestras libertades políticas en el trabajo, por nuestras condiciones de seguridad laboral, contra despidos, recortes, aumentos de ritmos de producción y demás formas de superexplotación. Este camino ya se ha iniciado por nuestra clase.
Pero ante el ataque que estamos sufriendo en nombre de las ganancias de unos pocos, debe ser profundizado, ampliado. Esta organización, que es nuestra, debe ir tomando en sus manos cada vez más la resolución de los problemas de nuestra vida, constituyéndose en organización permanente, en unidad con otros sectores obreros y populares; construyendo nuestro propio poder, que ponga en manos de quienes todo producimos, las decisiones de lo que se produce y también cómo se distribuye.
Es por esto que hacemos hincapié constantemente en la necesidad de la construcción del partido revolucionario, conformado por la vanguardia de nuestra clase, que asuma la tarea de concientizar y organizar a cada obrera y obrero inquietos, que no se conforman con el oprobio al que nos someten políticos, sindicalistas y, sobre todo, la clase burguesa que demuestra que, en este sistema, no hay futuro posible. Porque sin revolución, sin el poder en manos de la clase productora, no habrá vida digna para el pueblo y sólo seguiremos sufriendo carestías.