Hablar del padecimiento que es alquilar en cualquier parte del país (con sus matices en cada lugar) podría sonar a lamento reivindicativo y vacío.
Resulta que esta cuestión, como casi todo en nuestras vidas, está determinada por las leyes del capital.
Sobre que se sacaron del circuito de alquileres muchos inmuebles y se los puso a la venta o quedaron cerrados y vacíos; los pocos que quedan para alquiler, están en pésimas condiciones, en zonas inseguras, sin acceso a transporte público o centros comerciales y sobre todo, están sumamente sobrevaluados.
Claro que si, por ejemplo, para un 3 ambientes en CABA, nosotros contáramos con $ 60.000/70.000 para alquiler y $ 15.000/20.000 para expensas, además de todos los demás gastos que tenemos para vivir, no sería tan «problemático» el tema. Siempre que tengas la suerte de contar con garantía propietaria o una fortuna para seguro de caución, trabajo en blanco y el ahorro para el mes de adelanto, el de depósito, gastos de informes y mudanza. Pero la realidad es que la media, hablando de salarios, no llega a cubrir la canasta básica ¡a pesar que ésta NO contempla el alquiler entre sus ítems!
Por ende, los números no cierran ni un poco a la hora de alquilar.
Actualmente está vigente una Ley de alquileres (sancionada con votos de unos y otros, lo de siempre) que, en teoría, no permite que se le cobre comisiones inmobiliarias al inquilino, establece que el propietario debe asumir las reparaciones del inmueble (siempre que no hayan sido responsabilidad del inquilino), determina que los contratos sean por tres años y , entre otras cosas, que el aumento sea anual con un índice que arroja el BCRA basado en la variación mensual del índice de precios al consumidor (IPC) y en la remuneración imponible promedio de los trabajadores estatales (Ripte).
Ahora bien, todos sabemos que estas nuevas condiciones no las cumple casi nadie y que los inquilinos estamos siempre en desventaja porque necesitamos donde vivir, porque muchas veces nos apremian los tiempos, porque la plata no alcanza y porque nadie regula ni controla que estas condiciones se cumplan.
Lo que, como siempre, es una decisión política, el Estado bien presente fingiendo demencia senil y/o ineficiencia.
Pero como si esto fuera poco están pretendiendo hacer una reforma que retrotrae las condiciones a un estadío peor que las que había con la Ley anterior a la actual (que ya eran muy desfavorables para los inquilinos).
Plantea, por ejemplo: reducir los plazos de los contratos a dos años y que el ajuste de los valores sea pactado entre las partes y una actualización consensuada que puede ir de tres meses y a un año, entre otras.
El fondo de esto es que ningún gobierno administrador de los monopolios inmobiliarios va a crear leyes que beneficien a los inquilinos y atente contra las legislaciones que hoy siguen favoreciendo a las desarrolladoras inmobiliarias y sus ganancias.
¿Por qué es tan descabellado pensar que una tiene derecho a elegir dónde y cómo quiere vivir? ¿En qué entorno quiere criar a sus hijos y desarrollar su vida?
¿Por qué si pretendemos elegir, y no solo alquilar lo que el mercado nos deja, somos «quisquillosos», «delicados»?
¡No hablemos de donde nos gustaría vivir, de poder elegir libremente un barrio, una zona, ya sea por el trabajo, la escuela de los chicos, por cercanía con la familia, por pura geografía o gusto, no!
¡Eso ya es «inmoral» para gente de nuestro poder adquisitivo! Pero ni siquiera podemos pensar en alquilar algo medianamente accesible y que no se esté viniendo abajo. O sea, ¡una vivienda digna!
Pero yo no me conformo. Aunque hoy tenga que vivir en un agujero, no me resigno a eso ni lo haré. No me lo merezco, no nos lo merecemos los millones de trabajadores que vivimos de nuestro trabajo, que dejamos la vida en una fábrica, un comercio, una oficina y aún así no podemos vivir en condiciones dignas.
Pronto llegará el día en que transformemos el hartazgo en lucha y organización y podamos dar forma a un proyecto de país donde no haya mas excluidos, explotados ni explotadores.
¡A luchar y vencer por la Revolución Socialista!