Sobre el derrotismo sindical

La movilización en una empresa o en una rama laboral no es algo que surja de la noche a la mañana, sino producto de toda una serie de pequeños actos, discusiones que se dan desde cada puesto de trabajo, que van madurando la necesidad de confluir en una asamblea o de tomar una medida de fuerza.

Nada nace de la noche a la mañana, tampoco las traiciones.

Así como lograr niveles mínimos de organización y movilización es producto de la sumatoria de miles de pequeñas acciones, la burocracia y el reformismo también hacen de miles de pequeñas acciones para desmovilizar y sembrar de espíritu derrotista a la clase. Y aquí, tanto las burocracias tradicionales como el reformismo de izquierda cumplen un papel activo y silencioso para contener la lucha de clases frente a conflictos calientes.

“Es difícil”, “no se puede”, “lo tiene que autorizar el gremio”, son algunos de los comentarios más comunes que escuchamos cuando se pretende sembrar el derrotismo para contener la lucha de clases.

Hay otras expresiones, desde ya, más burdas. Por ejemplo, cuando en 2020 despidieron tres ferroviarios en los talleres de Liniers del ferrocarril Sarmiento, cuya comisión interna está controlada por el “Pollo” Sobrero (Izquierda Socialista), la posición del gremio para contener la lucha de clases era que “El sindicato no está para hacerse cargo de los desocupados”. ¡Haciendo referencia a tres despedidos ferroviarios! O declaraciones de la lista verde de ATE durante el macrismo diciendo, frente a despedidos sin causa, que “El sindicato no está para defender ñoquis”.

Claro, cuando se llega a estos extremos se suele decir “nos traicionaron”, pero en realidad esas expresiones son solo el moño de un paquete que el reformismo arma con mucha paciencia instalando prácticas que definimos como la construcción de la derrota.

Este fenómeno está directamente ligado al objetivo político de esas organizaciones políticas, que los llevan indefectiblemente a promover prácticas y metodologías de organización que chocan frontalmente con las necesidades de la clase obrera.

Sí, el reformismo de izquierda –también extensivo al progresismo- necesariamente va hermanado con prácticas que llevan a las y los obreros a la derrota permanente.

Una cosa va de la mano con la otra. Y eso es precisamente lo que hoy está sucediendo en el conflicto del neumático, donde el PO es dirección del gremio; pero también se trata de uno de los grandes problemas a resolver por parte de la clase obrera en miles de establecimientos y decenas de ramas laborales.

Si bien cada una de las tres fábricas del neumático tiene sus particularidades, en general a la hora de tomar una medida de fuerza o una decisión de la índole que sea, las definiciones se dan de manera unilateral por el aparato sindical y a los trabajadores simplemente se les “informa” o directamente se los arrastra a movilizaciones que nunca han sido votadas.

Se para la fábrica, se arrastra a los obreros a una movilización –ya sea dentro o fuera de la empresa- se da una arenga política y listo ¡Todo el mundo a trabajar! ¿Y la voz de los obreros? ¿Quién, cómo y cuándo se definió tal medida?

Por extensión, la misma práctica se utiliza para las movilizaciones nacionales, e inclusive para convocatorias nacionales, como el caso del SUTNA con el Plenario del Sindicalismo Combativo o bien con su decisión de integrarse a la CGT, ambas efectuadas unilateralmente por parte de la conducción, sin haber efectuado ningún tipo de debate entre la masa de obreros.

Como método, este accionar reproduce la democracia burguesa en el seno de la clase obrera, donde los supuestos representantes toman decisiones al margen de la asamblea.

O en el mejor de los casos, como también ha sucedido durante el presente conflicto del neumático, se utiliza la asamblea para mandatar a la dirección sindical.

Es decir que se recurre a la asamblea solo en la búsqueda de legitimar a la democracia burguesa. Democracia sindical le llama a esto la izquierda, un concepto en el cual se mezcla la democracia burguesa y los estatutos sindicales, elaborados a imagen y semejanza no de los trabajadores, sino del propio Estado, puesto que son aprobados por el Ministerio de Trabajo. Sí: hay “izquierdas” que defienden los estatutos sindicales impuestos por la propia burguesía.

Pero el problema del método no es un capricho, tiene profundas consecuencias prácticas, puesto que enajena a las y los trabajadores de su involucramiento en las medidas de fuerza “¿Por qué tengo que movilizarme o dejar de movilizarme ante determinada situación? ¿Quién lo define eso?” ¡Una comisión interna encerrada entre cuatro paredes!

Este método lleva a un vaciamiento sistemático no solo de las medidas de fuerza, también de las asambleas convocadas por el propio sindicato, donde son las “dirigencias” las únicas que tienen voz, o bien, donde las prácticas de aparatos cercenan de hecho la libertad de expresión de las bases.

Pero el accionar reformista no se limita solo a vaciar las medidas de fuerza.

El problema se agrava cuando las y los trabajadores se disponen a organizarse o tomar acciones de manera independiente, por fuera del aparato sindical.

Ahí son los propios delegados quienes salen a frenar a los obreros. Y esto no es un planteo teórico, abstracto: es lo que está sucediendo en estos momentos, por ejemplo, en FATE, donde sectores enteros quieren tomar medidas de fuerza frente a suspensiones de trabajadores y los delegados salen a poner paños fríos ¡Después se preguntan por qué “la gente no los acompaña” en las movilizaciones!

De nuevo, no es esto una particularidad del conflicto del neumático. Tanto en el sector privado como en el público hay ejemplos de sobra: las bases no se movilizan ante las iniciativas verticalmente impuestas por los sindicatos, pero cuando se impulsan medidas de fuerza desde las bases, son estos mismos sindicatos, muchas veces “combativos”, quienes salen a reprimir con sus aparatos la iniciativa tomada desde las bases.

Hay que mencionar que existen excepciones de delegados que permiten la organización de las bases. En algunas experiencias que estamos haciendo sucede esto, más allá que esos delegados no terminen de romper con la legalidad burguesa.

Otro aspecto importante es el contenido de las medidas de fuerza.

Muchas veces, muchísimas, la forma de construir la derrota es imponiendo sistemáticamente medidas que no golpean ningún interés de la burguesía.

Paros estatales testimoniales, movilizaciones o acampes al centro sin afectación de la producción, etc. La nula eficacia de este tipo de medidas que, en lugar de elevar la lucha de clases, la congelan, para que las burocracias de izquierda a derecha encuentren la excusa perfecta para hacerse los desentendidos y volver con sus excusas “la gente no responde” ¡Como si fuera “la gente” quien tuviera que “responder” y no ellos mismos como “conducción”!

Esto que mencionamos muchas veces es planificado adrede por parte de las burocracias, pero no siempre. Cometeríamos un error si dejáramos el asunto librado a la voluntad de determinados individuos o grupos, como un fenómeno personal y no político.

Estas medidas van atravesadas por la sumisión completa a la legalidad burguesa y el respeto a sus instituciones, porque el mayor miedo es perder legalidad como aparato.

Y este temor proviene del objetivo político que tienen las organizaciones reformistas (ni hablar del progresismo). Al ser su objetivo político eminentemente electoral, el problema no pasa por la generación de poder local, de desarrollar la democracia obrera en cada fábrica para gestar una verdadera revolución, sino en ir trepando puestos en la estructura del Estado y ganando puestitos electorales: primero la comisión interna, luego la regional, luego el sindicato nacional, y de ahí como plataforma para el Congreso o la CGT.

Por lo tanto, el método con el cual se encara la organización de la clase obrera no está separado del carácter de las medidas de fuerza que impulsan, y ambos están determinados en última instancia por los objetivos políticos que mueven a las distintas fuerzas.

Otro aspecto esencial que pesa en estas prácticas es la subestimación y temor a las masas.

Al reformismo no lo mueve la libertad de la clase obrera, ni la revolución socialista, por lo tanto, cae continuamente en la reproducción de la ideología burguesa, y de sus formas de organización. Sus objetivos llevan a reprimir la democracia obrera para contener el aparato sindical y de esa manera construyen la derrota permanentemente.

Así, no son sus ambiciones salariales desmedidas o su intransigencia lo que lleva a la izquierda reformista a construir la derrota permanentemente, sino al contrario: su estrechez política está dada por la ausencia de un proyecto político revolucionario; es su falta de ambición revolucionaria la que lleva a los aparatos del reformismo a sembrar derrotismo en la clase obrera.

Compartí este artículo