Seguramente muchos de nuestros lectores y lectoras habrán escuchado en la radio o visto en la televisión una propaganda institucional del gigante automotriz (radicado en el país en su planta de Zárate hace ya 25 años) en donde se vanagloria de “hacer una camioneta cada 87 segundos”.
Este dato, utilizado para hacer propaganda a favor de la “eficiencia” y la “productividad” de Toyota, es de mucha utilidad para reflexionar sobre algunos aspectos esenciales de cómo es la producción en el Capitalismo Monopolista de Estado y lo que implica la “extensión” y la “intensidad” productivas.
La extensión
Se refiere básicamente a la división social del trabajo. Es la diversificación en la fabricación de mercaderías que pueden venderse como tales o que contribuyen a formar parte de un producto final.
Tomemos como ejemplo una industria automotriz. En cualquier fábrica de vehículos podemos ver que, junto a las partes del mismo que en ella se producen, también se ensamblan otras que se fabrican en autopartistas: válvulas, cilindros, chasis, cajas de cambio, rulemanes, amortiguadores, llantas, cubiertas, baterías, acondicionadores de aire, componentes eléctricos, correas, filtros, equipos de audio, parlantes, alfombras, etc. A ello hay que agregarles las materias primas e insumos (chapas, pintura, tornillos, etc.).
Así, en la rama automotriz (como ocurre en otras industrias) expresa la gigantesca división del trabajo existente en nuestra sociedad.
No obstante esa división del trabajo sumamente extendida, se produce, simultáneamente, un movimiento de concentración y centralización de capitales que origina otro fenómeno.
El mismo consiste en que, dada la competencia entre capitales, se produce una lucha a muerte que deja vencidos y vencedores.
Los primeros quedan fuera del mercado y transfieren, contra su voluntad, todo lo acumulado a los segundos, quienes se apropian de esas industrias y negocios incorporándolos a su dominio económico y político.
De esta forma lo que en sus comienzos eran ramas o sub-ramas diferenciadas y delimitadas en el papel productivo, al igual que los dueños de esos capitales que seguían esa división, hoy están entrelazados en un entramado tan enredado que es, podríamos decir, imposible determinar quién es quién en la composición accionaria de esas empresas.
La fábrica automotriz tiene acciones en la autopartista, la autopartista tiene acciones en la automotriz, la automotriz en los bancos que les prestan a las autopartistas para “asociarse” a su negocio, los bancos tienen acciones en las autopartistas y en las automotrices que a su vez son socias de las compañías de seguros y así sucesivamente en un ovillo en donde no pueden encontrarse las puntas de sus extremos en ninguno de ambos lados.
Es muy difícil determinar en muchos casos, qué monopolio subordina a los demás. Tal es el caso de los fabricantes de equipos de refrigeración, concentrado en tres productores gigantes a nivel mundial que abastecen a todas las automotrices del planeta. También podríamos citar los fabricantes de neumáticos y otros ejemplos.
De todos modos, hay una determinada lógica en el proceso productivo de cualquier mercadería o producto final que establece ciertas leyes económicas que hace que la cantidad de autopartes dependa de la cantidad de automóviles existentes y proyectados a producirse.
En la absorción de algunas automotrices mundiales no sólo ha actuado la competencia entre las propias automotrices, sino que es fácil deducir que han contribuido a ello otros factores: ahogos financieros debido a la marcha de los negocios o deliberadamente provocados, derrota en la competencia con otras semejantes, e incidencia de las propias autopartistas impulsadas por dueños de capital que desean eliminar del mercado a esa automotriz, etc.
Si bien todos estos fenómenos ocurren a diario y se intensifican, en la sociedad capitalista todo está determinado por la ley suprema de obtención de mayores márgenes de ganancia, dado lo cual, el flujo de capitales está más sujeto a esto que a las “necesidades” de tal o cual rama o sub-rama de producción.
La intensidad
Se expresa fundamentalmente en el grado de productividad del trabajo.
Especialización cada vez más profunda, estudio más a fondo de las operaciones técnicas de los obreros, desarrollo de funciones más específicas y extendidas en el tiempo de producción.
Contradictoria y simultáneamente, opera la reorganización de los procesos productivos con máquinas más complejas que desarrollan múltiples tareas combinadas, polivalencia en el trabajo del obrero, constitución de células de trabajo que resuelvan problemas de la producción que antes eran exclusivos del área de gerencias, etc.
Este efecto aparece como una mayor concentración de funciones al interior de la planta.
Esto no resuelve la división del trabajo y mientras exista el capitalismo no se superará, pero queda claro que movimientos contradictorios existen y tienden a desarrollarse, dadas las necesidades productivas actuales, con el fin de mermar la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Allí es donde cobra cada vez más importancia la capacidad ejecutiva de las y los obreros y sus habilidades técnicas y sicológicas de conjunto para sobrellevar el peso de la producción que, en las condiciones actuales, implica ni más ni menos, que hacerse cargo del proceso en su conjunto de modo rápido y eficaz, cada vez en menos tiempo y con superior calidad.
Toda esta complejidad productiva está cruzada por múltiples tensiones generadas en la propiedad privada capitalista y la socialización de la producción.
Es en este marco en el que coexisten los desarrollos tecnológicos y los métodos productivos más avanzados con otros atrasados, la automatización con la mecanización, la robótica con el trabajo manual y casi rudimentario en algunos casos.
Es decir: todo un enjambre productivo socializado que pone también de manifiesto una enorme diversidad salarial, en donde la tendencia es a la igualación del salario hacia abajo.
Las fábricas automotrices (con su desarrollada conformación tecnológica y organizativa de la producción) obliga a las y los obreros a cumplir con una enorme demanda de vehículos (que –como en el caso de Toyota- ronda las 40 unidades por hora), y a las autopartistas con la obligación de cumplir con las demandas de las terminales a las que proveen. Todo esto hace un complejo productivo de explotación de mano de obra con condiciones laborales flexibilizadas que son, sin duda, el caldo de cultivo de las agudas tensiones de clase que abarcan una gran parte de la producción industrial.
Teñida por las contradicciones de clase de las que no puede huir, la burguesía monopolista adopta una política que apunta a la baja salarial como antídoto contra la tendencia a la baja de su tasa de ganancia.
Y en la carrera por sostener esas ganancias, aprovecha la división del trabajo para imponer y, en lo posible, profundizar, la diferenciación salarial, estableciendo un marco de competencia intentando dividir los intereses de clase de obreros y obreras, utilizando en muchos casos la tan mentada “tercerización”.
Acentúa a más no poder la flexibilización laboral y avanza en la superexplotación, tratando de condicionar los reclamos no sólo en su rama sino también en el conjunto de las y los trabajadores.
Breve conclusión
Como puede verse, lo producimos todo, pero no decidimos nada.
Las verdaderas condiciones de vida (las profundas) de miles y miles de jóvenes (y no tanto) en la producción industrial en nuestro país no son para nada fáciles. Es cierto que en la industria automotriz –por ejemplo- se reciben ingresos por encima de la media (que así y todo cada vez alcanzan para menos) pero a costo de deja la vida, la salud y la familia por los turnos y las rotaciones, por los ritmos y la famosa “productividad”.
Pero como siempre decimos, la burguesía propone y la lucha de clases dispone.
Las decisiones y necesidades de clase de la burguesía monopolista están limitadas no sólo por su crisis política sino por la resistencia obrera, que impone desde las bases nuevas condiciones al enfrentamiento de clases, mostrando un nuevo horizonte para el proletariado en la conquista de mejores condiciones laborales y de vida en general.
Esto profundiza más aún las contradicciones del sistema y la crisis del poder burgués, a la vez que acumula fuerzas propias para futuras batallas en la lucha por nuestra dignidad como clase.